lunes, 3 de diciembre de 2018

Sacramentum futuri (*)


Los nuestros son tiempos difíciles. No es una novedad.

Tal vez ayude en algo mirarlos en cierta clave tipológica, lo que, bien entendido, tampoco es del todo nuevo.

La tipología es disciplina antigua entre los cristianos y aun antes.

Junto con la mención del tratamiento tipológico en las SS. EE. respecto de personajes y hechos del Antiguo Testamento, el cardenal Jean Daniélou subraya el origen cristiano de esta disciplina aplicada a los hechos y textos del Nuevo Testamento, en su recomendable Tipología Bíblica - Sus Orígenes (Ediciones Paulinas, 1966. Título original: Sacramentum futuri - Études sur les origines de la Typologie Biblique), libro que apareció en Francia allá por 1950.

En el comienzo de esta sugestiva y perspicaz lectura, ya en tiempos cristianos, está la figura del apóstol san Pablo. La rotunda exégesis tipológica paulina hereda una tradición y a la vez inaugura otra. Recibe del  Antiguo Testamento, en particular de los Profetas, y enlaza con lo que más tarde sería la Tradición de los Padres de la Iglesia, también abiertamente tipológicos en su exégesis.

Antes, claro, está el modo permanente, aunque a veces velado, en que el propio Jesús aplica a sí mismo las figuras anticipadas en los libros del Antiguo Testamento.

Son conocidos los textos del apóstol de los gentiles que rastrea el cardenal Daniélou.
Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir... (Romanos 5:14)
Nótese que así llama san Pablo a Adán: typos méllontos: figura del que había de venir. Y en esto consiste la tipología, en la relación de un typos con un antitypos. Por decirlo rápido, se trata de advertir la relación de algo o alguien (typos) que es figura, respecto de algo o alguien (antitypos) que es lo figurado por esa figura.

En el mismo sentido, en otra carta:
En efecto, así es como dice la Escritura: fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante.

El primer hombre es de la tierra, el segundo del cielo...Y como hemos llevado la imagen del terreno, llevaremos también la imagen del celestial. (I Corintios, 15:45, 49)
La última parte de este último texto, es importante para mi comentario: como hemos llevado la imagen del terreno, llevaremos también la imagen del celestial.

Del mismo modo, en la carta a los Efesios. Allí san Pablo deja dicho el "gran misterio" que es el matrimonio de hombre y mujer: en él se expresa el amor de Cristo por la Iglesia, remitiendo al Génesis (2:24) al decir que, en el matrimonio, hombre y mujer serán una sola carne: gran misterio es éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia (Efesios 5:21-32). Y hay más lugares.

Esto dicho, veamos lo que es de la Iglesia-Cuerpo, con la misma mirada tipológica pero desde un punto de vista distinto. Habitualmente, diversos personajes y sucesos del Antiguo Testamento son figuras que se cumplen en el Verbo Encarnado. En esta mirada que propongo, lo que se cumple en el Verbo, la Cabeza, es de algún modo figura de lo que se cumplirá en la Iglesia, su Cuerpo.

Ahora bien.

Después de la Ascensión de Nuestro Señor, solemos mirar y escrutar los signos presentes respecto de lo presente y lo futuro. Y, en ese empeño, con frecuencia los textos a los que solemos atender son los que tienen materia escatológica y que en sí mismos son proféticos respecto de la Parusía y las ultimidades del tiempo y de este mundo. En esos textos, que nos hablan proféticamente de nuestro presente y nuestro futuro, buscamos la pista histórica que remita precisamente a nuestro presente y al futuro de la entera Creación.

Pero también, como se dice más arriba, hay signos en el pasado que es necesario mirar para saber lo que vendrá. Y son signos muy relevantes.

De ese modo, es posible leer la vida y la predicación de Nuestro Señor Jesucristo en una inusual clave tipológica.

Toda Su vida y Su predicación. Entiendo que ambas están cifradas de tal modo que representan en diversas medidas una profecía que interesa a la Iglesia, Cuerpo Místico de Nuestro Señor, en lo que toca al tiempo presente, y a los tiempos por venir, en su tránsito histórico tanto como en llegando el fin del tiempo y sus arrabales. Y aún después.

Dicho de otro modo: para saber lo que ocurrirá con la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, hay que atender a lo que ocurrió con Cristo, Cabeza de ese Cuerpo.

Porque es verdad que hay una relación mística entre la Cabeza y el Cuerpo, que san Pablo ha asociado explícitamente a un misterio contenido en el matrimonio: una sola carne. Allí, la figura es el matrimonio y lo figurado es el amor de Cristo por su Iglesia.

De manera que, asi entendido, el Cuerpo, por ser el Cuerpo, habrá de pasar a su modo lo que pasó la Cabeza, por ser la Cabeza.

Viendo lo que pasó con Ella se ve al trasluz lo que habrá de pasar con él, a su modo.

Y es a su modo porque no es idéntico lo que padeció la Cabeza a lo que habrá de padecer el Cuerpo.

Pero hay relación porque ese Cuerpo es el Cuerpo de esa Cabeza. Y son místicamente uno, tal como lo dice san Pablo cuando refiere que ese misterio de unión es el antitypos del matrimonio, su typos.

Y lo del Cuerpo no será análogo y semejante a lo de la Cabeza solamente en los dolores.

También lo será en la gloria, pues también el Cuerpo será hecho nuevo tras sus dolores, al modo como en el nuevo Adán, Jesucristo, se ha restaurado y sobreelevado al viejo Adán, también en la inmortalidad nueva del nuevo Adán que es más que la inmortalidad que adornaba al viejo Adán y que perdió al pecar.

Lo que aquí expongo es una aparentemente extraña relación de typos-antitypos.

En este caso, el Antitypos por excelencia, Jesucristo, la Cabeza, es a la vez y en cierto modo Typos de lo que debe esperar su Cuerpo para sí.

Así, por ejemplo, atendiendo a los hechos que rodean la Pasión, Muerte y Resurrección de la Cabeza, se puede ver en signos lo que padecerá su Cuerpo y también de dónde le habrán de venir el fin de sus dolores de Pasión y Muerte y el comienzo del gozo en su Resurrección.

Entiendo que todo lo dejó dicho Él en discursos, parábolas, milagros, tanto como en los pasajes de su vida que narran las Escrituras, de modo que hay materia para contemplar tipológicamente nuestra condición de Cuerpo en el tiempo histórico y más allá, en lo por venir.

A esa conclusión creo que puede llegarse yendo al menos inicialmente por tres pasajes de las Escrituras:

1) Jesús mismo señala la relación. Camino al Calvario, se encuentra con las mujeres de Jerusalén a las que consuela con unas palabras fuertes cuando les dice lo que habrá de ocurrir no sólo con la Cabeza, por La que no deben llorar, sino con su Cuerpo místico (Lucas 23:31):
Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?
A esto también puede referirse el pasaje de la carta a los Colosenses -que tiene su dificultad- en el que el apóstol san Pablo dice (Col. 1:24):
Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia.

2) En el libro de los Hechos de los Apóstoles (1:6-11), narrando las apariciones de Jesús tras la Resurrección, se dice:
Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?».
Él les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad,
sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.»
Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube se lo ocultó a sus ojos.
Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco
que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado al cielo, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.»

3) En el  Apocalipsis (21:1-5, el capítulo de la Jerusalén celeste, Novia del Cordero), se dice:
Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y ya no hubo más mar.
Y yo, Juan, vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.
Y oí una fuerte voz que bajaba del cielo diciendo: «Este es el tabernáculo de Dios con los hombres y Él pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos, y será su Dios.
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni pena, ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado.»
Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago nuevas todas las cosas.» Y añadió: «Escribe: Estas palabras son ciertas y verdaderas.»


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(*) La expresión Sacramentum se refiere en la teología de los Padres a aquello que recubre exteriormente lo que guarda en su interior, que es aquello a lo que se denomina Mysterium.