sábado, 4 de noviembre de 2017

Hora de partir



A veces, los signos son prepotentes.

Se los supone sutiles. Sugerentes. Sutilmente significativos. Y de hecho suelen ser así por naturaleza.

Pero a veces no.

Y es cuando uno se pregunta si no están hablando en voz demasiado alta.

Y no es tanto que uno no quiera oír. Son ellos más bien los que parecen tener un afán incontenible de anunciarse.

*   *   *

En estos días, unas enormes máquinas han cavado la calle, cuadras enteras de mi calle, removiendo la tierra con furia, como Miguel Hernández con la tumba de Sijé, en Orihuela, pero con un empeño muy menos noble.

Unos hombres vinieron. Cortaron árboles, mutilaron fresnos, mi jacarandá, robles, tilos. Todo para abrirse paso y abrirles paso a unas manos de hierro monstruosas y ávidas, que auguran destinos de cemento y asfalto.

Unos carteles de un verde refrescante y municipal, rezan por doquier una frase dudosa: Estamos trabajando para usted... disculpe las molestias.

No para mí.

Entonces, recorriendo ayer y hoy la traza casi toda de tierra y con un poco de mejorado aquí y allá, surcando esa vía que va casi de ninguna parte a ninguna parte, vi signos esparcidos a diestra y siniestra. Su misma traza lo es, ya trozada y destrozada para ser reconstruida en una lápida infeliz.

Dicen que son mejoras y progreso. Signos de mejoras y progreso.

Pero yo no veo eso.

Hace tiempo que veo en esto y aquello, adentro y afuera, arriba, abajo, a los costados, cómo estallan los signos como en un campo minado.


Y es así como pensé que tal vez ya venga siendo la hora de partir.

Adonde fuere, como fuere.

Para lo que fuere.