Himno a tu nombre
Tu nombre es nuevo.
Tuyo solamente,
sólo tuyo y del aire
que lo esparce
como un joven relámpago de diamante.
Estremece.
Yo no me atrevo a pronunciarlo y digo,
en lugar de tu nombre,
que hay ángeles y que sus alas cincelan amapolas de luz...
Y me avergüenzo y me retracto.
Y digo, sin decir,
que hay una tibieza recién llegada;
que ha nacido la belleza sin tasa de los cedros;
que ya es la caricia de las aves
en el silencio vivo y limpio de montañas que te nombran sin decirlo;
o que al fin hay la hierba tibia en las orillas de los ríos:
se mecen, brillan y callan su contento de sol.
Y tu nombre viene, inaugural, con el rumor de malvas
y verdes infinitos, como de una isla verde.
Y ya no digo más: temo que el aire
se me haga tan de luz que quede mudo.
El mundo alrededor,
que fue antiguo de oquedades y fantasmas,
que una vez fue amasado en la ceniza del tedio,
que fue la noche sin oscuridad, como el dolor sin destino,
que una vez y otra vez se hizo a sí mismo,
mosto de agraz de voces arteras y vanas:
de súbito,
el mundo,
se vuelve como tu nombre.
Aparece. Y es nuevo.
Y es verdadero.
Y por primera vez
veo y oigo la felicidad de los que aman los senderos y caminan
y trazan los caminos;
y veo cómo tu nombre hace la felicidad de las flores
y de los bosques que dicen los zorzales,
que te saben y te esperan como una primavera inédita;
y siento en mis huesos cómo se hunde,
gajo fresco y terrible y poderoso como una doncella guerrera,
en abismos de amor en los que sólo nace la alegría del buen vino
que hace cantar a los hombres que en medio del camino cantan.
Y ahora,
todo es como dice tu nombre nuevo.