miércoles, 7 de junio de 2017

De los labios secos


¡La edad es ésta de los labios secos!
¡De las noches sin sueño!
¡De la vida estrujada en agraz!
¿Qué es lo que falta que la ventura falta?


Amor de ciudad grande, José Martí



Se bebían el vino de la gloria
y atacaban proezas, y empujaban andanzas,
los labios empapados de canciones de miel amarga
y gritos de victoria,
con los ojos aguerridos chispeando
fuegos de amor,
fingido como flores de papel,
esperanzas fláccidas como sus carnes grises.

Dejaban cada noche su sueño junto al fuego:
sueños de mares bravos;
los mares de este mundo y las orillas
del otro mundo,
que despreciaban con dedos ateridos y ajados,
sus manos siempre frías,
como sus pechos;
contando unas riquezas pobres,
hilos
de voces huecas, brillantes de oro falso.

Eran aquellas noches, noches sin sueños; demasías de odios,
soledades sin tiempo;
eran viñas de agraces,
de amores estrujados como restos de un banquete grasoso,
libando mostos tristes entre penumbras de una casa vacía.

Un ángel de tormenta, con alas como rayos,
ya murmura la vindicta,
alza su palma como una espada justiciera;
arde de celos terribles,
y su celo es un viento de luz que ilumina a los pequeños
y a los solos.

Y les da calor.

Con vaho que exhala pesadillas,
los labios atontados están secos:
los labios que bebían sus vinos de gloria ínsipida,
que atacaban proezas,   
que mentían andanzas,
los labios secos que no conocieron la compasión,
que gritaron sus blasfemias entre risas
y burlaron la estupidez ácida de lo plebeyo.

Ahora duermen una noche sin mañana
y en un licor que destila una sangre
que la vergüenza alquitrana y empluma,
se embriagan con la desesperación.
Saben que ya es tarde.

La edad es ésta.

Éste es el tiempo.

Este tiempo llegó y está a las puertas.

Vendrá y no lo verán.
Gritará,
león herido,
rugido de amor dulce y quemante.

No lo oirán.

Balbucirán sus cuitas tediosas,
con el aburrimiento sin sosiego
de los árboles marchitos.

Mirarán los centros de sus centros como si fueran preciosos,
vientres estériles, inflados de oquedades.
Serán sordos al sabor de los arroyos.
Ciegos frente al aroma de los lirios.


Pero la edad es ésta.

Y afuera, en la noche,
rechina la intemperie
que desdeñaron por la tibieza
de una caricia
de ceniza.