domingo, 21 de mayo de 2017

Sentencia


Acribillan un nombre a la mañana
con una descarga gris de astillas de tormenta:
así te han pronunciado los gorriones que chirrían el vacío,
te han nombrado como una lluvia vaga por los tilos de otoño.

Deletrean tu paso,
como palabra que se desvanece;
te dicen un apenas,
susurran tus consonantes que punzan como hielo
y después se derriten sobre las crestas secas de la tierra.

Tus vocales no están: su carne se ha secado...

Hallé quizá tu nombre hendido,
deshojado sobre el muro de la madrugada;
como si hubiera sido atado a tus acentos;
hay restos en el aire, se adivina tu nombre,
tal vez fue un nombre.
No se sabe.


Yo no lo sé ahora.
Pero hay cien bocas de fuego,
cien amapolas de furia,
cien días sin sol.

Fue ejecutado..., silban
y bajan la mirada como viuda de un muerto a los pies del patíbulo.

Solo,
cuando se han ido ya,
cuando todos se fueron ya mudos de tu nombre,
cuando no queda más que mi boca,
miro el desecho de unas sílabas,
desmembradas;
un desierto de voz, salitre esparcido por un lago seco.

Tal vez fue ayer, o antes.
Tal vez fue una sentencia demorada.
O una súbita voz que te estalló en silencio.
O fue en ráfagas de años o de meses o de horas.

No me pregunten lo que ignoro,
no recuerdo si lo habré olvidado.


Ya no es posible pronunciar tu nombre.