jueves, 8 de octubre de 2015

Blas y Ana



Blas


Estábamos los dos frente a frente. Y la vida.

Cada uno de un lado distinto del sendero.

Estabas inhallable cuando busqué tus ojos,
tu boca, para el beso que dicen que despide.

Me dieron con los ojos palmadas en la espalda,
muchas manos me daban saludos y congojas
de muertes que murieron cuando tú te morías.

Y había como enormes montículos de pena
como bóvedas tristes.
                                       Muchos iban a ciegas
con lágrimas que sirven de bastones al paso
de la muerte.
                        Y los hombres siempre trastabillamos...

Yo no sé si tus días trajeron paz al mundo.
Pero sé que mis años se opacan desde entonces.
La muerte iguala todo, pero también distingue.
Tu muerte no es lo mismo que esta muerte difusa
que sienten mis amores ahora así esparcidos.

Podría haberte dado un amor sin fronteras,
podría haberte dicho las mejores palabras,
dibujar un cuaderno de notas con tus manos
pequeñas como estrellas lejanas en el cielo.

Podría haberte alzado más allá de las nubes,
subirte a un árbol seco, acariciar tus ojos,
hacer un nuevo día –uno más que vivieras–
después de la final de todas tus batallas.

Pero no dije nada, ni un trazo, ni un silencio,
ni el puño en alto tuve, ni un hombro alzado a tiempo
en señal de protesta o de agobio perplejo.

Nada.

            Nada, ni el aire te di que respiraras
ni el sol que te alumbrara, ni el viento sobre el aire.
Solamente un suspiro. Un gesto de la mano
que no mueve los vientos, ni borra atardeceres
–como ése que dejaste incompleto y vacío–,
ni cava tumbas huecas, ni va dejando rastros
buscando que tu mano me siga y me aprisione
la mano que persigna mi cabeza y mi pecho.

Me apena que no sepan cómo junto al vacío
que dejaste en el pecho, yo guardo una sonrisa.
Y te está dedicada. Y suena cada noche
cuando las ocho y veinte me da un reloj de sangre.

Celebro que no tengas que conjugar futuros.
Celebro que el pasado pasará sin las huellas
que deja en nuestra frente. Celebro tu partida
al mundo que no tiene tiempo, dolor ni lágrimas.

Igual, cada mañana, y será para siempre,
sé que falta un gemido, una risa, un sonido,
un aroma y un aire y un compás que respira,
y sin decirle a nadie lo que quiero decirte
miro el lugar que ocupa tu ausencia y mi nostalgia
y salgo al día nuevo y te dejo que mueras.



Ana


Hay un secreto que no dije nunca
hasta ahora. Y el tiempo va llegando:
La muerte tiene nombre entre nosotros
y es un poco de ti, aunque no lo sepas.

Hay un secreto que es dolor ignoto,
un dolor sin sabor. Quizás te duela
alguna vez. Pero no sé si quiero.
Tal vez prefiera que jamás lo pruebes.

Que quede para mí, para nosotros.
Que nunca creas ser mitad de nada.
Que el doble de mi amor te lo reemplace.

Que sepas del dolor por otras voces
y no por las que nunca van a hablarte
mientras dure esta tierra y este cielo.



1997- 2015