lunes, 20 de octubre de 2014

Ortodoxia, alegría y vino




Tres textos de Gilbert Keith Chesterton, para repasar lecturas, al menos.

Y eso porque -diluvios más o menos- nunca está sobrando un poco de Ortodoxia, algo de alegría y otro poco de vino.


I

¿Habría sentido el Cristianismo lo que yo sentí -y no pude (ni puedo) expresar-: esa doble necesidad de ser leal al mundo, deseando sin embargo y a la vez su reforma definitiva y raigal? Después recordé que se achacaba al Cristianismo precisamente la pretensión de combinar esas dos cosas que yo intentaba combinar. Se acusaba al Cristianismo de ser demasiado optimista con respecto al universo y demasiado pesimista con respecto al mundo. Al descubrir la coincidencia me quedé estupefacto.

En la controversia moderna ha surgido una imbécil costumbre abusiva de los polemistas contemporáneos, y es aquella que consiste en decir a cada rato que tal y cual creencia puede ser sostenida en una época, pero no en otra. Se nos dice que algún dogma fue creíble en el siglo XII pero ya no puede serlo en el XX. Lo mismo sería decir que cierta filosofía puede ser creída los lunes, pero no puede ser creída los martes. Lo mismo sería decir que cierta teoría cósmica es verosímil a las tres y media, pero ya no lo es a las cuatro y media. Lo que puede creer un hombre depende de su filosofía y no de lo que marca el reloj del siglo. Si un hombre cree en una ley natural inalterable, no puede creer en ningún milagro de ninguna época. Si un hombre cree en una voluntad anterior a la ley, puede creer en cualquier milagro de cualquier época. Supongamos, para ejemplificar el argumento, que nos halláramos frente al caso de una curación taumatúrgica y milagrosa. Un materialista del siglo XII, no la creería más que un materialista del siglo XX. Pero un científico cristiano del siglo XX la creería como un cristiano del siglo XII. Es cuestión simplemente de la teoría que cada hombre profese sobre las cosas. De modo que, frente a toda respuesta histórica, no hay que preguntarse si es la respuesta que corresponde a nuestros tiempos, sino si es la respuesta que corresponde a nuestra pregunta.

(Ortodoxia, Capítulo V, La bandera del mundo)

II

Por consiguiente, en conclusión, ésta es mi razón para aceptar la religión y para no conformarme con extraer de ella unas cuantas dispersas verdades seculares. La acepto porque no meramente me ha dicho esta verdad o aquella sino porque "dice verdades", porque se ha revelado veraz y fidedigna. Todas las demás filosofías dicen cosas que llanamente parecen verdad; sólo esta filosofía ha dicho una y otra vez cosas que no parecen verdad pero son verdad. Único entre los credos, este credo es convincente donde no es atrayente; resultó que tenía razón, como mi padre la tuvo en aquel jardín. Los teósofos, por ejemplo, predicarán una idea evidentemente atrayente, como la reencarnación; pero si esperamos a ver sus resultados lógicos, serán el altanerismo espiritual y la crueldad de casta. Porque si un hombre es pordiosero a causa de sus culpas prenatales, la gente se inclinará a despreciar al mendigo. El Cristianismo, por su parte, predica una idea evidentemente poco atrayente como el pecado original; pero cuando esperamos a ver sus resultados, son simpáticos y fraternales, un trueno de risa y de piedad; porque solamente por el pecado original podemos compadecer al mendigo y desconfiar del rey. Los hombres de ciencia nos ofrecen salud, un beneficio obvio; recién después descubrimos que por salud entendían esclavitud corporal y tedio del espíritu. La ortodoxia nos hace saltar de terror con los abismos del infierno; sólo después nos damos cuenta de que ese salto es un saludable ejercicio atlético altamente benéfico para nuestra salud. Solamente después descubrimos que aquel peligro es la raíz de todo drama y de todo romanticismo. El argumento más vigoroso en pro de la gracia divina es, simplemente, su poca gracia. Cuando se examinan los puntos impopulares del Cristianismo, resulta que son los propios puntales del pueblo. El círculo exterior del Cristianismo es una rígida guardia de abnegaciones éticas y de sacerdotes profesionales; pero detrás de esa muralla inhumana se encontrará la vieja vida humana, bailando como los niños, bebiendo vino como los hombres; porque el Cristianismo es el único cerco de la libertad pagana. En la filosofía moderna todo es al revés: el cerco exterior es atrayente y encantador; y adentro, se retuerce la desesperación.

Y su desesperación es ésta: no cree realmente que haya ningún significado en el universo; de ahí que no pueda esperar hallar en él ningún romanticismo; su novela no tiene trama. Un hombre no puede esperar aventuras en el país de la anarquía. Pero viajando por la tierra de la autoridad, el hombre puede esperar cualquier número de aventuras. No es posible hallar significaciones ni senderos en un matorral de escepticismos; pero cruzando un bosque de doctrinas y designios personales encontrará cada vez más significaciones y cada vez más senderos.

Aquí, cada cosa trae a la cola su historia, como las herramientas y los cuadros de la casa de mi padre; porque también es la casa de mi padre. Termino donde empecé, por el extremo correcto. A lo menos he pasado ya la puerta de toda buena filosofía. He entrado en mi segunda infancia.

Pero este universo cristiano más vasto y más intrépido y poblado de aventuras, tiene un sello final difícil de expresar; no obstante, como conclusión de todo el tema, intentaré expresarlo, siquiera como conclusión.

Todo el verdadero argumento de la religión se encierra en el problema de que si un hombre que ha nacido al revés, que ha nacido de cabeza, puede decir o no cuándo está al derecho y cuándo está al revés.

La principal paradoja del Cristianismo consiste en afirmar que la condición ordinaria de un hombre no es la que parece normal y sensata; que lo normal es una anormalidad. Y ése es todo el secreto del dogma de la Caída.

(Ortodoxia, Capítulo IX, La autoridad y el aventurero)

III
Vino y Agua
La Balada de Noé

El Viejo Noé tenía una granja de avestruces, con aves de gran porte,
comía su huevo con un cucharón, con un balde por soporte,
y la sopa que tomaba era Sopa de Elefante y el pescado una Ballena,
y sin embargo eran pequeños para la bodega que iba en su carena,
y Noé, cuando él se sentaba a comer, decía a su mujer con tino:
"No me importa donde vaya el agua, mientras no se meta en el vino"

El cielo se desplomó en catarata, cegando un precipicio el reverbero,
como si fuera a lavar las estrellas como burbujas por el fregadero,
las gargantas del Infierno se tragaron los siete cielos que bajaban rugiendo,
y Noé guiñó un ojo y dijo: "Me parece que está lloviendo;
el agua sumergió al Matterhorn, como si ser mina fuera su sino:
Pero no me importa donde vaya el agua, mientras no se meta en el vino"

Pero Noé pecó, y nosotros pecamos; nuestras piernas borrachas son testigo;
hasta un abstemio grande y negro se nos envió como castigo,
y no puedes conseguir vino en una capilla, un Eisteddfod, o en la liga prohibicionista,
porque la Maldición del Agua ha vuelto, por la ira de Dios prevista,
y se sirve agua en la mesa del Obispo y en el santuario del Pensador latino:
"Pero no me importa donde vaya el agua, mientras no se meta en el vino."

(Traducción -algo libre pero conservando el espíritu- de Horacio Velasco Suárez)



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El original:
Wine and Water


  Old Noah he had an ostrich farm and fowls on the largest scale,
  He ate his egg with a ladle in an egg-cup big as a pail,
  And the soup he took was Elephant Soup and the fish he took was Whale,
  But they all were small to the cellar he took when he set out to sail,
  And Noah he often said to his wife when he sat down to dine,
  "I don't care where the water goes if it doesn't get into the wine."

  The cataract of the cliff of heaven fell blinding off the brink
  As if it would wash the stars away as suds go down a sink,
  The seven heavens came roaring down for the throats of hell to drink,
  And Noah he cocked his eye and said, "It looks like rain, I think,
  The water has drowned the Matterhorn as deep as a Mendip mine,
  But I don't care where the water goes if it doesn't get into the wine."

  But Noah he sinned, and we have sinned; on tipsy feet we trod,
  Till a great big black teetotaller was sent to us for a rod,
  And you can't get wine at a P.S.A., or chapel, or Eisteddfod,
  For the Curse of Water has come again because of the wrath of God,
  And water is on the Bishop's board and the Higher Thinker's shrine,
  But I don't care where the water goes if it doesn't get into the wine.

(The Flyin Inn, 1914)