martes, 4 de junio de 2013

Tónico crítico


En resumen, la historia humana aparece como un tejido de absurdos que no solamente ha hecho morir sino, lo que es infinitamente más grave, ha hecho olvidar el valor de la vida. Todo ocurre como si una malvada fatalidad volviera locos a los hombres. A menudo se ha dicho que el papel desempeñado por esos absurdos debía tener una causa, y efectivamente la tiene. Hay en la vida humana un absurdo radical, esencial, para el que no se ve ningún remedio: la naturaleza del poder. La necesidad de cierto poder es muy real, porque el orden es indispensable a la existencia, pero la atribución del poder es casi arbitraria porque los hombres son semejantes o casi semejantes, y la estabilidad del poder reposa esencialmente en el prestigio. En otras palabras, en la imaginación. Si la razón es lo que mide, como explicaba Platón, la imaginación a su vez es extraña a toda medida. Traducidos al lenguaje del poder, todos los absurdos enumerados hasta ahora pueden transformarse en verdades evidentes. Fue muy desdichado que Paris hubiese raptado a Helena pero desde el momento en que la raptó, ¿podían los griegos soportar esta injuria sin dar a los troyanos la impresión de que podían permitirse hacer en Grecia cualquier cosa, sin provocarlos a que viniesen a solar el país? los troyanos, por su parte, ¿podían entregar a Helena sin inspirar en los griegos el deseo de saquear una ciudad que daba tal prueba de debilidad?

Está en la última página de un libro en el que Sudamericana de Buenos Aires recopiló en 1957 trabajos de crítica política y social de Simone Weil. Entre esos trabajos está el que se considera central en su pensamiento en estas materias: Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. El libro argentino se llama, precisamente, Opresión y libertad.

Ese trabajo, que ocupa un tercio del libro, le importaba mucho a Weil, y así lo muestra la cantidad de agregados y comentarios que hay en esa edición y que son los mismos que infatigablemente fue redactando la autora desde 1934 en que comenzó a escribirlo hasta el final de sus días.

El fragmento que copio arriba es el final de uno de esos agregados, probablemente de 1938.

Me parece sumamente provocativa la tesis central de ese asunto acerca del absurdo del poder y su relación con la imaginación, como motor del prestigio que lo sustenta y consolida.

Provocativa digo, porque no le estoy dando la razón a mi querida Virgen Roja. Lo voy pensando.

Mientras se lo va leyendo, todo el libro es un ejercicio extenuante de crítica a sus críticas, especialmente, pero no solamente, la crítica que hace al marxismo y a la encarnación política de esta ideología en su tiempo.

Pero tan extenuante es como tonificante.

Y eso hay que agradecerlo, especialmente en tiempos en que la abulia de las consignas y el sonsonete de relatos y contrarrelatos ha vuelto insípidos e imbéciles a tantos, hasta que se llega al hartazgo. Pero también es bueno el libro, como valor accidental, para catar el grado de deshonestidad que puede haber en eso (no me hagan caso en esto: son efectos colaterales y no necesariamente hay que hacércelos pagar a Simona...)