sábado, 10 de noviembre de 2012

54%

Es número mágico.

Parece la supremacía, y suena como si fuera; y se lo hace sonar como el chasquido de un látigo para disciplinar cualquier rechazo levantisco, todo gesto de disgusto. Y como un látigo en el lomo lo reciben los que lo reciben en el lomo como la caricia de un gato de nueve colas...

Número que acoquina a los perdedores, silencia a los indecisos, hincha como en vinagre a los que se lo apropian.

Pero.

En realidad, hoy por hoy, a mí me parece (y usted disculpe la extravagancia...), que el 54% es más que nada una especie de ruego que empieza a rugir como un aullido de pánico.

Pánico de los que se parapetan detrás del porcentaje mítico como si fuera suyo el contenido, como si fuera un derecho adquirido, como si con ese número jugado a la quiniela se hubieran ganado un país. Pero pánico también de los que se repartieron el 46 % que quedó boyando sin destino.

Pánico de quedarse sin laburo la dichosa clase política, la corporación de los dizque representantes corporativos de la corporación de los dizque representantes.

Porque no vaya a pasar que, de pronto, andando y andando las gentes por las calles sin jefes ni representantes, vengan a descubrir que de todas maneras no tenían jefes de ninguna clase.

Porque por ahí se les da por darse cuenta de que los que ganaron, al final de cuentas, no son más que unos cafishos usurpadores -que, encima, y para que no se les haga el campo orégano, les sacuden cada tanto unos cuantos chirlos a sus pupilas...-; o por ahí llegan a pensar que los que no ganaron son como maridos cornudos que, como todo marido cornudo, llegan tarde y cuando ya no hay nada que hacer...

Creo que, si resulta así, el 54% ya casi es un número fatídico para los que ganan y para los que pierden.

No vaya a ser cosa que un día cualquiera ya no alcance ni para asustar a los chicos y, de a poco, de marcha en marcha, de calle en calle y de casa en casa, anden las gentes diciendo por ahí que les importa un belín el 54%. Y otro belín el 46%. Y que les importa otro belín más los que ganaron y los que perdieron. Porque por ahí se le da por pensar a las gentes que, repartiendo porcentajes, los que parten y reparten se quedan con la mejor parte y los que pierden son siempre las buenas gentes.

Y entonces termine pasando que, los cafishos del 54 y los cornudos del 46, un día van y se quedan sin laburo.