sábado, 16 de abril de 2011

Ex libris (VII)




Últimas horas de Aquiles

Lo más alto del día ya pasaba.
Y tú eras el dolor de los mortales que piensan
que valen más que el sol que a todos ilumina.

(Ulises ya se yergue sobre el risco
o sobre la cubierta de brea que parece
la suerte negra del amor secreto
o la perfidia helada, condena de los simples.)

Briseida no es verdad. Patroclo ha muerto.
Es la furia, o el torvo desatino,
que aguijona el dolor de la muralla
y arrastra unos despojos sin penacho.

Lo más alto del día ya pasaba.
Y tu condenación invulnerable
es abrazo sin luz para tu sombra
y lamento sin fin para tu estirpe.

(Néstor cavila, al fin, quieta la lanza.
Y en ese pedestal, que bajo plantas regias
le ha levantado a Agamenón el tiempo,
todo un poder reposa, inconmovido.)

“¡Dolor, dolor!” Silencio, desconsuelo.

El mortal que te mira desde el llano
-lo rodean escudos y cascos sin cabezas-
se amaña con su suerte y espera una venganza
ardida en polvo y furia, como tú la quisiste.


¿Es presunción tu fuerza? No sabemos.

Injusta tu esperanza rebelada,
eso sí. Por eso es que lastima.