domingo, 13 de marzo de 2011

Rehenes

Primero llegó una lluvia, más alarde que agua. Y después el frío súbito –casi prepotente- que le puso al aire una bonanza traslúcida. Y lo bien que hizo.

Pero ni tanto que las brumas no vinieran de otras partes.

El buen cura comentó en su homilía la naturaleza del pecado original. Dijo al menos dos cosas: 1. la iglesia nunca definió en qué consistió el pecado original y 2. como en el texto dice que el hombre es barro y espíritu, muchos biblistas dicen, y habría que considerarlo así, que el pecado viene del lado del barro, y de haber preferido el barro al espíritu.

Antes, al comentar sumariamente la naturaleza humana, había dicho algo sibilino, que tampoco desarrolló: el relato bíblico de los orígenes del hombre tiene una concepción dualista, y muchos –todavía hoy- pensamos que el hombre está compuesto de cuerpo y alma, aunque en realidad se trata de algo mucho más complejo.

No sólo cosas que no son verdaderas o que son erróneas, ni siquiera algo confuso o dicho de modo incompleto.

Cierta desaprensión, diría. Cierta liviandad, nimbada de leve benevolencia racionalista, con paradojales hebras de saberes arcanos que suenan a que no habrán de ser revelados así nomás.

Como si de hecho tuviera más significación, prestigio o importancia hablar de un asunto, que el asunto mismo.

Como si estuviera leyendo algo que no compuso él, algo que tal vez no entiende del todo pero que se refiere al asunto, quizá algo que conviene o no tiene más remedio que ser citado vagamente.

Lo que estaba diciendo parecía no buscar más atención que el hecho de que lo dijera y lo hiciera de ese modo.

Hasta donde veo, es algo bastante frecuente, y no solamente en los altos asuntos sino incluso en las conversaciones cotidianas.

Tal vez sea verdad que, en tantas ocasiones, hablar es un modo de pedir atención, pedir el mimo de ser oídos, teniendo al asunto del que se habla como un rehén, sin que importe del todo si su vida corre peligro.