martes, 20 de julio de 2010

Orange (III)

Al pasar, tal vez venga bien una minuta a propósito de las rents & rates de los pobrísimos chacareros irlandeses que aparecen en la canción.

Es claro que los datos históricos son lo suficientemente ásperos como para que no sea necesaria mucha parla al respecto. Si la Great Famine, o gran hambruna de mediados del XIX, no hubiera hecho los estragos que hizo en Irlanda, es probable que no hubiera sido tan evidente, como fue a partir de 1850, que además de una administración errática o aprovechadora (como en el caso de los señores de la tierra angloirlandeses), en Irlanda había una persecución religiosa deliberada por parte de los ingleses y hasta de algunos hijos de la propia isla. La inmensa cantidad de muertos y emigrantes irlandeses, durante más de 50 años, está allí como un monumento que no puede obviarse.

Tan impresionante y contundente fue que, lo que en siglos no habían conseguido los insistentes reclamos nacionalistas, lo consiguió el escándalo de semejante hambruna, que despertó e incentivó esos reclamos y, como en un tobogán imparable, en menos de 70 años derivó en la independencia de casi toda la isla.

No era solamente el hambre, sino la fe. No era solamente la fe, sino el hambre. Así fue como murieron los que murieron y se fueron los que se fueron: pobres porque eran católicos y católicos destinados a la pobreza.

Por estos días de hoy día, Irlanda parece que se anota en la lista de los europeos tambaleantes, como Grecia, España, Hungría, Portugal y otros países, con los soponcios consecuentes de los mercados y las bolsas y los bancos.

Lo cierto es que si la economía de Irlanda peligra, es porque la economía de Irlanda andaba bien, en los términos europeos, se entiende, que son más o menos los términos del mundo, China incluida. Y si la economía de Irlanda anduvo bien, en estos últimos años (¿20 años? ¿40 años?: tanto da…), es también porque los irlandeses que se habían ido, de algún modo volvieron y, si no volvieron todos y en persona, volvieron muchos y especialmente en billetes, que no deja de ser un modo de volver, aunque no es el más glorioso retorno, diría yo.

¿Y la fe?

Y…, bueno, qué sé yo; mire: eso no tanto, claro. No se puede hacer todo y algo siempre queda en el camino.

Pero sí hubo despertares celtas, especialmente a partir de los ’60 del siglo pasado, y todos aprendimos bastante gaélico –por gusto, por moda, por tilinguería…-: mucho irlandés, escocés, bretón, gallego, galés… Y muchas leyendas y gaitas, y mandolinas y tin whistles y bodhrans & drums y guardas celtas y díasdesanpatricio, y Guinness. Cómo no.

¿Y la fe?

Bueno, bueno… Que todo eso que despertó y revivió es también parte de la cultura irlandesa y vaya si no. Y hasta más vieja que el cristianismo, fíjese. Y más potente que el cristianismo, si me apura, que después de todo los celtas son los pueblos originarios, ¿o no? Además, es una afirmación de la identidad nacional y tal y tal…

Sí, sí. Claro. Pero, ¿y la fe?

Porque hubo tiempos –no hace tanto de tanto, tampoco…- en los que en Irlanda se era católico y gaélico contra la ley. Y se era pobre por ser gaélico y católico. Los irlandeses supieron durante siglos lo que significaba ser católico al margen y hasta en contra de la ley. Y eran una mayoría aritmética tanto como formal: había muchos católicos en Irlanda e Irlanda entendía que ser católica era ser Irlanda. Y si la ley le prohibía ser católica y gaélica, el irlandés entendía que la ley le prohibía a Irlanda ser Irlanda. Y el irlandés tenía que vivir en Irlanda sabiendo eso. O irse, o quedarse, pero sabiendo eso.

Lo supieron durante tiempos y, muchísimo menos, tal vez lo sepan algunos todavía en algunas partes de la isla.

Lo último que supimos acerca de la fe en Irlanda (además de los gestos de aquellos muchachos del 12 de julio, y quede claro que no puedo asegurar si eso es algo más que un gesto…) se lo oímos por ejemplo a Benedicto XVI diciendo cosas a los católicos de Irlanda que ya les había dicho hace unos años a los obispos de Irlanda.

Muy bien, ¿y? ¿Qué hay con esto?

Pues, verá usted. El caso de Irlanda me interesa porque es el caso de una fe que puede medirse en milenios y en enormes donaciones a la fe y a la cultura de Europa y del mundo, incluyendo a la Argentina. Me interesa también porque es el caso de hombres y mujeres que han vivido por siglos practicando peligrosamente una fe que llegó a ser ilegal, de hecho y de derecho, mayoría y todo como eran en la isla. Me interesa también porque en los últimos años mostró un ahinco en sus dineros, inversamente proporcional al denuedo por conservar la fe que hizo de Irlanda no solamente una nación emblemáticamente católica, sino una nación a secas.

No le faltaron poetas y profetas que le mostraran los rumbos, los tuvo desde antiguo pero los tuvo también hasta no hace mucho. No le faltaron santos y mártires, no le faltaron simples y simplotes fieles chacareros, piadosos o piadosones, lo que usted quiera, pero al cabo de roca dura y fe sencilla. No le faltaron líderes políticos, sociales, culturales (incluso, líderes muertos porque eran peligrosamente líderes…)

Entonces, no está de más, no es desatinado, mirarse un poco en Irlanda. En la Irlanda de los católicos mayoritarios, en la Irlanda de los católicos ilegales, en la Irlanda de los católicos abusadores, en la Irlanda de los que se empecinaron y en la Irlanda de los que se olvidaron, en la Irlanda de los que se fueron y en la de los que se quedaron, en la Irlanda del pobre irlandés y en la Irlanda del rico irlandés.

Pero hay un asunto de entre todos estos asuntos que me interesa ahora.

Y es precisamente algo que para el joven MacGarvey de la vieja canción no era una novedad, aunque para nosotros tal vez sí lo sea.