sábado, 22 de noviembre de 2008

Seguramente hay algo en mi geografía genética.

De otro modo, no me explico mi contento por ver, oír, sentir soplar el viento, como el de estos días que vinieron y que todavía hay, después del calor. No falta sol, pero hay viento. No falta algo de calor, pero hay viento.

Y así en las noches como en el día. Porque el viento hace, además, que la noche –siempre quieta, silenciosa, sola...– tome como vida. Ese rugir y zumbar de ramas y hojas, potente, esa apenas tierra que levanta el viento de la calle, los pastos que se mueven. Y no sólo el movimiento. También el sonido del viento: que no es ruido sin más. Es como melodía. Difícil dormirse sin antes salir al aire de la noche y sentir que el cielo se mueve mientras –tan complacido como yo, parece– mira soplar un viento vivo más abajo, alrededor de todo, entre todas las cosas, sobre la tierra.

Y todo eso es gran felicidad para mí, vaya uno a saber por cuál de las hebras de mi sangre de siglos y siglos de quién sabe qué vientos otros.

Soy de los que creen que hay cosas que nos llegan con la carne y la sangre (claro que el alma es irrepetible, claro...) Cosas sensibles de las que se pegan a la sangre y a los huesos, memorias de cosas, tal vez: frío de montañas, aromas de mar, modos de golpear con un martillo, miradas sobre cosas, sobre acciones, maneras de mirar y encarar una vereda o cortar una cebolla o carpir un cantero. Una parte de eso se ha ido y está en la memoria y ante los ojos de quienes –cada uno de los quienes de mi sangre– ya no están en el mundo bajo la luna. Otra parte la han pasado con su sangre.

De allí ese alerta del corazón cuando el viento empieza a soplar sostenido, no una ráfaga de nada, un aire. El aire continuo en movimiento. Como una espiración siempre presente. Como el espíritu. Y tanto.

Y tanto que se me olvidan las cosas. O, por mejor decir, se me ordenan de otro modo, más sabroso, se me hace, más substancioso.

Por ejemplo.

Había anotado unas bobadas de José Saramago sobre un mundo sin dios, es decir sin guerras; un autobombo de Jorge Lanata como historiador escrito por otro que no es él; una parrafada cursi de Osvaldo Bayer sobre pueblos originarios y una calle de Rojas y unos ciegos de Lanús. Y cosas así, que tenía a pasto, porque hay a pasto.

Pero soplaba el viento, ya ven. Sopla el viento. Espira. Y me distraje de esas cosas y me dio como tedio esta vez hasta entenderlas del todo y separarles la paja del trigo. Por lo menos mientras sopla el viento.

Y así fue que del viento pasé a Manwë y de allí al Ainulindalë y de allí a ver si por las dudas Tolkien había leído a santo Tomás. Y de ahí al tratado de los ángeles y siguiendo al de la creación de las criaturas corporales y a la participación de los ángeles en la creación de las criaturas corporales. Y a los ángeles buenos y malos y a los ángeles y su modo de estar en el aire caliginoso de este mundo.

Y pasó el tiempo. Y Saramago, Lanata, Bayer y otras cosas así, se volvieron arena llevada por el viento. Y el viento era como venido del mundo que no se ve. Y el viento dejaba ver lo que el mundo que uno mira –que no es necesariamente el mundo que se ve, sino una parte, apenas, ínfima, irrelevante casi diría–, no deja ver del mundo que no se ve. Y el viento se llevaba también aquella parte del mundo que uno mira que ni siquiera deja ver el mundo que se ve.

Como se sabe, mirar el mundo que uno habitualmente mira, entristece también el mundo que se ve, ni qué decir el mundo que no se ve. Porque mira tuerto el que mira miseria sola. Y ver miseria sola entristece y desespera. Y entonces pasa que si acaso uno le echa una mirada al resto de todo el mundo visible -ni qué decir el invisible- lo tiene contaminado de la tristeza del mundo triste que ha estado mirando.

Siempre –siempre, de veras–, me acuerdo de una frase de Cicerón que, en un discurso bastante estudiado, aunque en cierto modo menor, y que suelo poner de ejemplo de otras cosas, dice como al pasar y en beneficio propio:
Nos preguntarás, Gratio, ¿por qué este poeta es tan de nuestro gusto? Porque nos suministra con sus obras, materia donde se restaure y recree nuestro espíritu, de este ruido del foro, y nuestros oídos, aturdidos por el clamoreo, descansen. ¿O es que tú crees que tendríamos material suficiente para hablar diariamente en tanta variedad de asuntos, si no cultivásemos nuestras facultades con la doctrina, o que podría soportar nuestro espíritu tanta tirantez, si no aflojase un poco con ese mismo estudio? Yo de mí confieso que me doy a estos estudios. Que se sonrojen otros que de tal suerte se enfrascan en las letras, que no pueden sacar de ellas ninguna utilidad para el prójimo, ni mostrar el fruto de sus privados entretenimientos. Pero yo, ¿por qué me he de avergonzar, oh jueces, haciendo ya tantos años que jamás me apartó del peligro o ventaja de nadie mi ocupación, ni me retrajeron los pasatiempos, ni me retardó el sueño necesario?

¿Quién, pues, podrá reprenderme, o quién con justicia enojarse conmigo, si el tiempo que se concede a otros para el desempeño de sus negocios, para la celebración de las fiestas con ocasión de los juegos, para el goce de otros pasatiempos y hasta para el descanso del espíritu y cuerpo, ese tiempo, digo, que otros emplean en prolongados festines, en el tablero, en la pelota, me lo tomo yo para repasar estos estudios?

Y con tanta mayor razón se me ha de dispensar en esto, por cuanto con tales estudios se acrecienta el poder de mi palabra, el cual, sea grande o pequeño, nunca faltó a mis amigos en sus peligros. Y si esta elocuencia pareciere a alguien cosa baladí, en cambio otras cosas de grandísima importancia, yo bien sé de qué fuente las saco.
Vale la pena el fragmento en latín, qué puedo decirles.
ver

Quaeres a nobis, Grati, cur tanto opere hoc homine delectemur. Quia suppeditat nobis ubi et animus ex hoc forensi strepitu reficiatur, et aures convicio defessae conquiescant. An tu existimas aut suppetere nobis posse quod cotidie dicamus in tanta varietate rerum, nisi animos nostros doctrina excolamus; aut ferre animos tantam posse contentionem, nisi eos doctrina eadem relaxemus? Ego vero fateor me his studiis esse deditum: ceteros pudeat, si qui se ita litteris abdiderunt ut nihil possint ex eis neque ad communem adferre fructum, neque in aspectum lucemque proferre: me autem quid pudeat, qui tot annos ita vivo, judices, ut a nullius umquam me tempore aut commodo aut otium meum abstraxerit, aut voluptas avocarit, aut denique somnus retardit?

Quare quis tandem me reprehendat, aut quis mihi jure suscenseat, si, quantum ceteris ad suas res obeundas, quantum ad festos dies ludorum celebrandos, quantum ad alias voluptates et ad ipsam requiem animi et corporis conceditur temporum, quantum alii tribuunt tempestivis conviviis, quantum denique alveolo, quantum pilae, tantum mihi egomet ad haec studia recolenda sumpsero? Atque hoc ideo mihi concedendum est magis, quod ex his studiis haec quoque crescit oratio et facultas; quae, quantacumque in me est, numquam amicorum periculis defuit. Quae si cui levior videtur, illa quidem certe, quae summa sunt, ex quo fonte hauriam sentio.


Otro día podríamos hablar de las circunstancias en las que fue dicha esta pieza estupenda y algo de su finalidad. Otro día.

Ahora el asunto me lleva por otra parte. Porque pensando en estos asuntos, mientras escribo algo sobre la alegría, se me cruza esta cuestión de la creación de y las correspondencia con los ángeles de santo Tomás. Y vuelvo a ver algo que no inventé, pero que ahora recuerdo.

Hay que mirar bien. Y hay que ver. Y recurrir a todo lo que permita ver. Alegría, sí. Y poesía, o estudio. U oración. O todo junto y cualquier cosa semejante que permita ver bien, entender y saborear, en medio de las tristezas y alegrías de este mundo.

Yo sé bien de qué fuente las saco, dice Marco Tulio: ex quo fonte hauriam sentio.

De aquellos remedios prácticos y sensatos contra la tristeza que dice santo Tomás, desde llorar a estar con amigos o bañarse, el más digno de los cinco es el de la contemplación de la verdad. Y no solamente es el más digno porque el hombre es un ser espiritual. Sino porque con su inteligencia puede ver. Y ver lo mejor posible el cuadro completo.

Más completo que lo que muestran los diarios, claro. Más completo que el mapa de tribulaciones de la vida de cada día (desde subirse al tren hasta volver del día de uno, arrastrando los desanimados pies...) Más completo que las propias angustias y dolores, más completo que las propias necesidades reales o fictas, más completo aún que el dolor real y las penas reales y las ansiedades reales y los tropiezos reales. Y que el mal real (no sólo los males imaginados). Más completo que la política de mierda y las imposturas y las revoluciones y las falsedades y las manipulaciones, y que los robos y las mentiras. Más completo que un mundo desahuciado o cobarde. Más completo que una vida que va para seca o que uno tasa como desperdiciada o acaso inútil, magra, pobre.

Illa quidem certe, quae summa sunt, ex quo fonte hauriam sentio.

Tengo que volver al asunto de los ángeles, y al del papel de los ángeles en la creación de las criaturas corpóreas. Releer el Ainulindalë, repasar las cosas de Manwë, el señor del viento, tan luego. Considerar hasta donde pueda aquella cuestión sobre la diversificación de las cosas creadas, la apasionante cuestión de la luz y del cielo empíreo, o aquella otra cuestión acerca de si nuestra atmósfera sublunar es lugar de tormento para los demonios. ¿Y cómo olvidar aquel asunto del conocimiento matutino y vespertino, que tanto importa, si bien se mira, a esto mismo que vengo diciendo?

Y, así, tengo que mirar bien todo eso y entenderlo lo mejor que pueda, y entender qué significa. Y no lo digo sólo de mí y para mí.

Porque sin eso, u otras cosas como esas cosas, el mundo parece simplemente el lugar de la villa 31 o de Obama o de Cristina o de D’Elía o del aborto, o el lugar del casamiento gay, o de la furia del tsunami o la caída de las bolsas, o de la lesión de Riquelme o de los chicos del poxiran, o el mundo de Chávez o del Citigroup, o de la efedrina o del asesinato misterioso o del suicidio en vivo y en directo, o el mundo de la chatura de mi compañero de oficina o de las matanzas de cristianos en la India o en Timor, o el mundo tenebroso de las guerras de pasillo en la curia romana o de las guerras por petróleo o agua, o de la estolidez de Tinelli o de la conspiración del desarrollo sustentable o del obispo pedófilo o el mundo de la usura y la explotación del débil y del desamparado o el mundo de las operaciones de cambio de sexo o de la derrota de Los Pumas, o de la caída de los precios de las commodities o de las matanzas en Ruanda o el Congo, o el mundo de los viejos en los asilos o del tipo fumando paco, de los pingüinos empetrolados o de los pingüinos avivados...

Y no es eso. Esas cosas están en el mundo, sí, claro. Pero eso no es el mundo completo.

Miseria y sol, repito y me digo por enésima vez.

Pero digo además que no se puede vivir sin ver. Y el que solamente ve la miseria, no ve. Y digo además que, llegado el caso de que se quedara tuerto, el que sólo o predominantemente ve la miseria -propia, del prójimo, de todo, del mundo...- ve menos que lo que vería el que sólo viera el sol.


Y todo esto porque en estos días está soplando un poco el viento.