Decid entre las gentes: “¡Yahveh es rey!” El orbe está seguro, no vacila; él gobierna a los pueblos rectamente.Es el salmo 96 (10–13) que trae hoy la liturgia y claro que puede uno recitarlo y decirlo.
¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra;
exulte el campo y cuanto en él existe, griten de júbilo todos los árboles del bosque,
ante la faz de Yahveh, pues viene él, viene, sí, a juzgar la tierra! El juzgará al orbe con justicia, a los pueblos con su lealtad.
Muy bien.
Pero un quicio del cristianismo –tal vez el quicio cristiano– está en poder de veras cantar este salmo. No sólo recitarlo o decirlo.
Cantar cada palabra, cada proposición. Sin más. Sin impostar alegría, sin histeria, sin resignación, sin ceño vindicante, sin falso serafismo, sin petulancia ni teatralidad, sin profetismo de almacén.