lunes, 17 de noviembre de 2008

Calor (VII)

No hay caso: el homónimo dice que por ahora no vuelve. Que como aflojó el calor un poco, mejor lo dejo tranquilo. Que además el fraile tuvo que irse a Grecia y que le dejó marcado en el mapa cada lugar de la isla y que irá a todos los lugares. Y a pie o en burro, y que, aunque la isla es chica, eso tarda. Y que se queda un tiempo en Sicilia, entonces. Dice que hasta Navidad.

No está mal. Allá él...

El sábado, mientras, estando de fresco a frío, el batallador alcanzó la cúspide: los dos goles de su equipo, en un partido que empataron. Y con botines prestados por ahora. El domingo, ya templado, fue a pérdida: 0-1.

E la nave va...

Así las cosas, recuperada la primavera en algo al menos, plácidamente, sin la voracidad del viajero, me puse a mirar.
En cuanto bajaron de los barcos, en el siglo XVI, los conquistadores españoles no demoraron en tildar a los pueblos originarios que habitaban el continente americano de salvajes, impíos, promiscuos, en fin, multitud de calificativos. Lo que en la actualidad se denominaría autobombo, versión autorreferencial de una campaña de prensa casera. Ignoraban, entre tantas otras cosas, que con aquellos epítetos, por oposición, se estaban definiendo a sí mismos como adalides de la civilización, portadores de la verdadera fe, defensores de la auténtica moral, en ese orden. Nada muy diferente del discurso de los dictadores cuando hablaban de subversivos, apátridas, ateos, marxistas, etc., que los colocaba como representantes de la legalidad, patriotas, defensores de la única fe, fascistas, neoliberales; es decir lo que resume el eslogan occidental & cristiano y lo que la historia se encargó de demostrar. Magia berreta de los antónimos que el pensamiento riguroso hace herramienta de conocimiento al definir enunciado y enunciación. Algo así como “dime lo que dices del otro y descubrirás tu alma”.

Como los toscos invasores de hace cinco siglos o la torpe milicada reciente, no es improbable que quien se lance a calificar con tamaña vehemencia ignore hasta qué punto se desnuda el propio pensamiento. Inconsciencia que en absoluto releva la responsabilidad.
Decía un scholar vernáculo analizando con una hoja de afeitar oxidada los fundillos malolientes de la publicidad. Tuerto, el tipo, digo yo. ¿Cómo hace para decir eso mismo y no decirlo a la vez de la rive gauche? Además, esa cosa de ayuntar a los españoles del XVI con la milicada reciente es muy, qué diré, poco ingeniosa, fratello, por lo pronto. Ganas de hacer historia, eso sí. De escribirla de nuevo. Es necesario.

Me dirán por qué me ocupo de esas cosas, por qué insisto. Es fácil de entender: es política, señores, política. Y es política seria. Muy. Y en tanto esa política no se aclare o se resuelva, no habrá realmente de la otra, de la que todos llaman política y apenas si es. Mientras no se termine de librar esa batalla que llaman cultural pero que es política, habrá, en todo caso, una cosa que se parezca a la política dende mientras y hasta que esa se resuelva de algún modo. Pero política seria no habrá realmente, aunque es serio que no haya política buena. Y es político que no haya buena política, fino certo punto. A mí se me hace que la verdadera política no existe sin nociones. Según se concibe, así se obra. Y al que escribió eso que copio también le parece lo mismo. Y lo mismo les parece a todos los demás que copio cuando hablan de esas cosas que parecen cultura y son -también- política.

O cuando, con la excusa de hablar de Keynes, dicen cosas como que
En su libro Qué es la política, Hanna Arendt (que debe estar incomodándose bastante en la tumba cada vez que habla Carrió) vaticinaba que algún día el poder económico y financiero reemplazaría al poder político, y que ese día tendría de terrible que el mundo sería gobernado algo así como por Nadie, ya que a Nadie los ciudadanos no podrían reclamarle nada.

Pero así es la democracia, mírenla por los dos lados. Por uno, se ve un sistema que en tiempos normales implica ciertas reglas de juego que por sí mismas no garantizan nada particularmente bueno para los más vulnerables. Pero por el otro, lo que se ve es un sistema que tiene el límite que los mercados no tienen: los gerentes del Lehman Brothers se fueron a sus casas con indemnizaciones obscenas, mientras Bush pasará a la historia como el peor presidente de la historia reciente norteamericana y los republicanos mastican derrota electoral.
Y eso acá, en la pampa, o allá en la Europa o los States, tanto da. Y no de ahora, aunque cada vez se notará más que la guerra por las palabras y las cosas no es por palabras sino por cosas, y por la Gran Cosa, que es una Gran Palabra. Nada hay tan invasivo como la palabra, invade más que los ejércitos y los virus. Nada hay tan tentador como levantar mundos de palabras, con las palabras. Hasta que se hagan un mundo y se pueda vivir en él. O parezca un mundo en el que parece que se puede vivir.

Era un mamarracho intragable la guerra aquella contra el eje del mal (que no terminó, mi cuate, no todavía...) Y era (es...) una guerra con palabras también, aunque peleada por un gangoso. Y claro, suena feo, suena raro. Y suena malo.

Pero, ¿por qué suena mejor si alguno en un éxtasis progre saluda el que Obama tenga el privilegio de ofrecer al mundo entero un glorioso momento de hegemonía del bien?
Obama tiene el privilegio de ofrecer al mundo entero un glorioso momento de hegemonía del bien. Sólo por eso hará historia. Ese momento no durará mucho. La realidad no acostumbra demorar demasiado cuando sale a almorzar. Cuando termine, todo va a depender del modo cómo el impulso del bien enfrente al impulso del mal. Y todo va a comenzar en los Estados Unidos, un país contradictorio y sufrido. Contradictorio, porque es el mismo pueblo que hace ocho años “eligió” a W. Bush, el peor presidente de la historia de los EE.UU. Sufrido, porque la estupidez, la avaricia y la corrupción que dominaron la Casa Blanca dejaron al país al borde de la quiebra financiera y moral. La última fue rápidamente redimida por Obama. La primera será mucho más difícil de redimir.
¿Por qué esta hegemonía del bien del redentor moral Obama es mejor que aquella guerra contra el eje del mal del impresentable Bush?

No. No es mejor. No es lo mismo, concedo. Pero es lo mismo, concédame.

Es parte de la misma batalla. Podrá ser que no sea una kulturkampf como las de antes, aunque hace siglos -milenios, dije- que hay una kulturkampf en danza. La calidad y la cantidad de ésta de ahora son distintas, sin embargo. Y me figuro que cada vez serán más invasivas las palabras y cada vez será más claro -para algunos, al menos...- que ésas no son solamente palabras en pugna.

Yo no lo voy a ver, decía Castellani. Y tal vez no lo vio. No sé si tendré esa suerte. Y me da que no.

Para cuando no tenga mucho que hacer, prometo que me leo despacio el reportaje que le hacen a George Steiner y les cuento cómo sigue el partido.

No, no el del batallador. El otro.

Mientras tanto, a don Gregorio, esta semana, Dios primero, le llegarán sus verdaderos pies, cuando un servidor acierte con la horma.