domingo, 4 de noviembre de 2007

Memoria para el olvido

Encontré hoy una milonga cantada por Atahualpa Yupanqui. Y allí estaba una figura en los versos finales, que es realmente un acierto:
"...leopardos de dulcedumbre y tórtolas de bramido".
Después de varias 'pasadas', retomé la letra.
El canto no es solamente
fervor que se determina:
es también sed que se inclina
por beber en la corriente;
es un pétalo sonriente
y es peñascal de oración,
ascua de sueño y pasión
que hundiéndose en cada cosa
desentierra una dichosa
noticia del corazón.

Si la troje manifiesta
su preñez, si el huerto ofrece
la euforia que lo abastece
de sombra y frutos en fiesta,
si en una parva recuesta
la alfafa su resplandor:
puedo agrupar el color
de una sonrisa cansada
y palpar con la mirada
la cicatriz del sudor.

Las cosas tienen sentido
si el canto que las convoca
lleva enterrado en la boca
gusto a un recuerdo querido.
El árbol acontecido
perdura en su resplandor;
si el hacha del leñador
trocó su carne en madero,
la mano del carpintero
condecora su verdor.

Quien canta debe encender
en la vigilia sus ojos
y encontrarle a los rastrojos
el ruido del florecer.
Todo consiste en tener
memoria para el olvido
y echar al desconocido
transcurso de la costumbre
leopardos de dulcedumbre
y tórtolas de bramido.
La sorpresa -para mí- es que me entero ahora de que estos versos -y otros de algunas milongas que canta Atahualpa, según parece- vienen de Guillermo Etchebehere, poeta de la generación del '40 que ya cité alguna vez.

Sigo conociendo poco de la vida y de la obra de Etchebehere. Me están entrando ganas de hasta darme una vuelta por Cañuelas y ver su origen. Mientras no pase, me voy arreglando con una reseña que encontré y que viene precisamente de sus pagos.

Pero eso de 'memoria para el olvido' y aquella figura feliz de dulcedumbre y bramido -paradójicas y antitéticas ambas cosas- se me quedan rondando y revoloteando sobre una cierta cantidad de asuntos.