viernes, 13 de julio de 2007

Días como flechas

Tal vez debería haberme callado. Pero la conversación anduvo en medio de tópicos un poco del día. Era la tarde, hay que ver. Defensas bajas. Al final de una sucesión salpicada de la vida, del mundo, y a propósito de no sé qué, apenas apunté que todo pasa por algo, que todo tiene sentido. No mucho más.

Pero, claro.

¿Qué cosas, qué trabajos nos traen los días? Sucesiones de días, con sus cosas y trabajos. ¿Y qué son todas esas cosas, esos trabajos y esos días? No es fácil saberlo.

Es asunto delicado. Y feliz, al final. Siempre. Espero. Creo. Porque todas las cosas apuntan en alguna dirección. Todas las cosas llevan una flecha en su interior. A algún lugar.

Y los días, también.

Mientras los días son, mientras los días pasan -me decía ayer el compagno en el tren- pasan tantas cosas que uno ni se da cuenta.

Cierto. Y todas con su flecha adentro, pensaba yo. Incluso tratando de saber cuál de todas las flechas que importa es la flecha que importa. Pero esto no lo dije.

De eso depende cierta felicidad, y aun la felicidad. Y, por lo mismo, la infelicidad. Y eso tiene de delicado. Cada flecha de los días, de las cosas, de nuestros trabajos, busca el blanco de alguna felicidad.

Tantas cosas. Y uno ni se da cuenta, decía el viajero mirando la tarde magra y fría por la ventana de la puerta del vagón, como distraído, abstracto. ¡Qué cosa!

Y, sí.

Pero, mi estimado amigo, oiga lo que le digo: viene a caer usted en la cuenta de que uno ni siquiera se da cuenta. Pero el día que se dé cuenta verá, me imagino, que ese vértigo que le dio mirar la vida pasar y el sentido de las cosas, no disminuye al saber que las cosas, los trabajos, los días, son efectivamente como flechas. Tal vez se dio cuenta allí de que había alguna relación entre las flechas y la felicidad. Y medio se asustó. Y tiene razón. Asusta.

Tal vez sea como el susto del arquero, porque no sabe si llegará la flecha, no sabe adónde llegará la flecha y al mismo tiempo sabe hacia dónde apunta, hacia dónde la está apuntando.

¿Y las palabras? No menos, mi amigo, no menos.

Palabras como flechas. Pruebe: diga 'gracias', diga 'has hecho esto bien', diga 'te odio', diga 'te amo', casi diría que pruebe con cualquier palabra. Y verá que las palabras son como flechas. Y que apuntan a alguna felicidad o alguna infelicidad, que le hacen de blanco.

Hoy lo busqué porque me lo hizo recordar la conversación y esa sorpresa agridulce e inquieta. Y lo que me quedé pensando con ese cruce tal vez no del todo trivial, como parecía.

Ahora es noche por aquí. Así que es de lo más apropiado este poema de Leopoldo Marechal. Está, mire usted, en Días como flechas, y por eso busqué el libro. Edición de 1926, entonces andaba por los veinte y tantos cuando lo escribió.

¿Sabría ya que los días, los trabajos, las cosas, las palabras son como flechas? ¿Que de ellas, de todas ellas como flechas, vienen felicidades e infelicidades, según y conforme?

Lo dice, al menos. Saberlo, en realidad, supone saberlo. Saborear la felicidad o la infelicidad de las flechas. Un'altra cosa, claro.
Nocturno

En el gastado corazón del Tiempo
se clavan las agujas de todos los cuadrantes.

Hay un pavor de soles que naufragan sin ruido:
la noche se cansó de enterrar a sus mundos.

¡Llora por los relojes que no saben dormir!
Las campanas se niegan a morder el silencio.
Tras un rebaño de horas
gastaron sus colmillos de bronce las campanas...

¡Ahora comprendo el viaje de tus cosas!
El sol ya no quería romperse en tus banderas.
Para mullir tu fuga, en el camino,
se desplumaron todas las águilas del viento.
Tus pasos clavetean
un gran tapiz de lejanía...
Son pájaros furtivos tus recuerdos:
Amaban grandes ríos arbolados de muerte.

¡Estuche de palabras
donde guardar el roto muñeco de los años!

Nuestras anclas no muerden el fondo de las horas.
Los péndulos cabeceantes
dibujan negativas en la noche.

¡Tierra que nunca se gastó en mis pasos!
¿Qué historia contaremos a los días?
¿Cómo arriar el velamen
de las mañanas, ávido remero?

Todo está bien, ya soy un poco dios
en esta soledad,
con este orgullo de hombre que ha tendido a las cosas
una ballesta de palabras.