jueves, 17 de mayo de 2007

Vinaria

Los presbíteros que ejercen bien su cargo merecen doble remuneración, principalmente los que se afanan en la predicación y en la enseñanza. La Escritura, en efecto, dice: No pondrás bozal al buey que trilla, y también: El obrero tiene derecho a su salario. No admitas ninguna acusación contra un presbítero si no viene con el testimonio de dos o tres. A los culpables, repréndeles delante de todos, para que los demás cobren temor. Yo te conjuro en presencia de Dios, de Cristo Jesús y de los ángeles escogidos, que observes estas recomendaciones sin dejarte llevar de prejuicios ni favoritismos. No te precipites en imponer a nadie las manos, no te hagas partícipe de los pecados ajenos. Consérvate puro. No bebas ya agua sola. Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes indisposiciones.

Los pecados de algunas personas son notorios aun antes de que sean investigados; en cambio los de otras, lo son solamente después. Del mismo modo las obras buenas son manifiestas; y las que no lo son, no pueden quedar ocultas.
El texto está en la impresionante Primera Carta a Timoteo.

Y no es impresionante por este consejo vinario, de tan buena uva, y en apariencia tan estrafalario, en medio de una retahila de admoniciones.

Es verdaderamente impresionante la lista de temas que desgrana san Pablo todo a lo largo y ancho. Y se parece a una pasmante infinidad de cosas conocidas.

Aquí, específicamente, está hablando de los presbíteros, por ejemplo.

Alguno podrá entender que lo que subrayo es una extrapolación, un agregado, una quién sabe qué cosa intercalada por vaya a saber uno qué mano traviesa. No lo creo así. Para nada.

Léase con cuidado toda la carta y después me dicen si el consejito es nada más que un mimo de tía vieja, un dictado homeopático o, como creo, una figura muy seria respecto de lo que un obispo debe cuidar.

Y no se enoje nadie si me pongo críptico.

Mis motivos tengo. Palabra, que sí.