domingo, 6 de mayo de 2007

Tiempos modernos

Es interesante. Un proyecto, apenas. Pero seguramente será ley dentro de no mucho, que es una de las formas arquitectónicas sociales con que se hacen paradigmas y después costumbres y después vida. Más en este caso.

Pasa que no hay un clamor popular de marchas y bombos pidiendo las medidas. A veces ocurre que el gobernante, el príncipe, concede ante el clamor. Aquí, no. Es casi puro diseño de laboratorio social, aunque tal vez no sea un entero invento.

Una o dos cosas se me ocurren.

Por ejemplo, respecto de la cuestión de los nombres de los cónyuges en relación con el sentido del matrimonio.

Pienso que, donde hay matrimonio, hay un signo. Concretamente, por lo pronto, y por aquello de que los signos 'bajan' y no 'suben', en el amor y la relación del varón y la mujer en el matrimonio, hay un signo del amor y la relación entre Cristo y la Iglesia, tal como lo expone san Pablo en el capítulo 5 de la carta a los Efesios (21-33). O el Cantar de los cantares, para el caso.

Pero.

¿Por qué habría de pensar hoy en esto el legislador? ¿Cómo podría argumentar respecto de los signos del matrimonio con la carta a los Efesios en la mano o el Cantico? ¿Por qué querría hacerlo?

El tema se les habrá hecho una reivindicación de los derechos de la mujer, o del niño. Y así. Sin embargo, y para empezar, el hecho mismo de que se ocupe uno de preposiciones y partículas, y que dispute sobre nombres, es señal de que en el nombre hay significado y que no es en todo sentido indiferente un uso u otro. Claro que las razones para esto mismo bien pueden ser distintas. Como distintas se ve que son.

Así las cosas.

Entre otros libros que cayeron en casa, hace un tiempo me hice de un texto que en su momento parece haber tenido sus quince minutos de furor.

En una hoy lujosa encuadernación en pasta, el estudio sociológico de Jean Marie Guyau lleva por título La irreligión del porvenir. Lo tradujo Antonio M. Caravajal para que Daniel Jorro, editor, lo publicara en Madrid, en 1904, en una colección Biblioteca científico-filosófica.

Me tienta copiar el índice, pensando incluso en lo que Hernán decía días atrás. Pero, abrevio aquí copiando unas líneas del Prólogo de Caravajal, que valen como muestra de un talante.
No debe olvidarse que el alma moderna, cada vez más compleja, no deja lugar al encasillamiento de los espíritus de otros tiempos, demasiado estrictos y como cuadriculados. Haciéndose cargo de esta diferencia, exclamaba Nietzsche: "¡Cuán simples eran los hombres de Grecia, según la imagen que ellos se hacían de sí mismos!... ¡Cómo nuestra alma y la idea que nos formamos de un alma nos parece compleja y sinuosa cuando la comparamos con la de los griegos! Si nosotros quisiéramos, si nos atreviésemos a crear una arquitectura según nuestro tipo de alma (pero somos demasiado cobardes para hacerlo), -sería el laberinto lo que debería servirnos de modelo."

El tiempo de los dogmas ha pasado, y hoy las inteligencias bien cultivadas se distinguen principalmente en la ausencia hasta de esa especie de dogma individual que constituyen los criterios cerrados y sujetos a un sistema de ideas. El espíritu verdaderamente moderno no debe hacer gala de rigidez. Hubo un tiempo en que lo mismo en el arte que en la ciencia o en la moral, como en todas las manifestaciones del espíritu humano, se imponía el ideal a priori y era preciso sujetar toda a actividad a este fin. El hombre parecía estar seguro de poseer la verdad definitiva y no tenía que hacer más sino cumplir con ella y doblegarse. Postrado ante la visión que forjara su vanidad, el hombre se creía humilde. Más tarde, por el mismo esfuerzo desplegado para sacudir el yugo de las creencias impuestas, se llegó al extremo contrario, es decir, que cada hombre fue libre de forjarse su dogma; pero este continuó siendo dogma, en cierto modo, sólo que no dependiendo el de los unos del de los otros, dejó de ser un dogma de fe para convertirse en un dogma de razón. Hoy día hemos llegado a libertarnos de esta última tiranía; de la tiranía de nosotros mismos. Aun la misma ciencia no parte de de principios, sino que llega a conclusiones. En el orden moral se impone cada vez más el criterio histórico y el método descriptivo. Las distintas manifestaciones en este sentido, son consideradas como variados aspectos del espíritu, cuya diversidad facilita el estudio de la naturaleza y de su evolución, permitiéndonos regular en vista de ellas nuestra conducta. Esta manera de ver las cosas, no ya sin prejuicio, sino con ausencia de todo principio doctrinal, y persuadidos de antemano de que la verdad puede encontrarse en muchas partes, de que muchas veces, las que parecen posiciones opuestas, no son más que puntos de vista distintos, cuya total integración, únicamente, nos podría dar cuenta de la verdad última, es la disposición del espíritu más adecuada a la amplitud de miras, a esa tolerancia que no es el fruto de cierto escepticismo generoso, mezcla de desprecio y de benevolencia, sino de la más elevada comprensión; que no arguye bondadosa indiferencia, sino atento interés, y con la cual se puede realizar la más provechosa labor en cualquier orden de actividad a que se consagre un hombre de nuestro tiempo.

Parece que habrá que dedicarle a esto un poco de tiempo.