martes, 13 de febrero de 2007

Talas, albahacas, calabazas

Mi madre tiene eso que algunos llaman 'dedos verdes' o 'manos verdes'

Creo –por lo que vi en tantos años– que lo tenían muchos en su familia, padres y hermanos, y más atrás.

¡Ah, si la envidia fuera buena alguna vez, tendría que serlo ahora! ¡Qué envidia les tengo!

Nos hemos pasado horas de la vida con 'la vieja' –desde chico yo– hablando de plantas y de cuándo y cómo y dónde. Y de qué hacer y qué no...

Pero una cosa es hablar y otra muy distinta es poder. Y para el que quiere con toda el alma hacer crecer, siquiera ver crecer, qué pena grande es no poder. No digo que ella sea el hada madrina de todo lo que planta y siembra. Pero de verdad que hay 'cuentos' de cómo le crecen las cosas, como si brotaran de sus dedos, como si fueran una extensión de sus manos y sus dedos.

Una vez, andando por la calle, cortó de una casa una vara pelada de jazmín del país. Seca, diría uno. Un palito, dirían los chicos. Lo clavó en una maceta en casa de la menor de sus hijas. Clavar se llama eso, enterrar acaso, que no plantar. Diría yo, claro. Y lo regó, clavado y todo. Hasta que vinieron los brotes y las hojas y las flores. Y cada uno de sus hijos tiene ahora un 'hijo' de ese 'palito'. El que trajo a casa –y ahora sí que plantó– es una mata de jazmín de casi un metro de alto y uno de ancho. 

Hace poco le traje de mis viajes unas semillas que recolecto impenitente por donde ando. Eran cosas diversas. Árboles, flores, plantas. Y unos 'chiles' mexicanos de varias clases que me traje de por allí. Semillas, frutos. Se los di en noviembre. Y ya tiene una fronda de chiles de los que quiere deshacerse y quiere traerme en latas de cinco litros y que no sabe dónde ponerlos y a los que mira con justificada aprensión, temiendo que la piquen. Porque picar, sí que pican... 

¿Creen que es nada más que admiración por ese poder inmenso y feraz? ¡No! ¡Es una felicísima envidia de verla hacer crecer con la obra y la industria de sus manos! Tengo imágenes de siempre, tomando mate los dos (dulce ella, amargo yo), pláticas interminables de cielo y tierra. Siempre alrededor de algo terroso: maceta, jardín, campo. Y ella encontrando ramas, brotes, y sembrando o injertando, y explicando y sabiendo sin saber que sabe. 

La Tom Bombadil: dueña, desde quién sabe qué inmemoria, de la tierra y el agua y lo verde y las flores. 

Y eso mismo hecho con una especie de displicencia, como si lo verde fueran los cacharros del ama de cocina y casa, los muebles de una sala, adornos del mundo, cuadros, soperas o centros de mesa de la casa del mundo. Y ni por un momento supe nunca que eso le tuviera un título a ella: ni ecológica, ni naturalista, ni el anima mundi verde, ni la respiración de la madre tierra. Bobadas. A ella le gustan las plantas. Ella tiene mano para las plantas.

Y listo.

 Bien.

¿Y los talas, la albahaca, las calabazas? Es que se me vino largo el asunto. Ya vendrán.