lunes, 22 de mayo de 2006

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (VI)

Excursus

Quien quiera puede leer la nota completa. No me interesa el tema inmediato que la motiva.

Traigo el asunto simplemente porque a mi juicio es un ejemplo de aquello que decía días atrás. Hay más Kant que lo que uno supone en más lugares que los que uno supone.

Y digo esto cuando -ya lo sé- no he hablado sobre la otra versión del cristianismo, la otra forma de entenderlo y en consecuencia de entender la amabilidad que le debería ser propia.

Es probable que cada proposición aquí requiriera matices y cierta microcirugía para ver si se salva el sentido de esta o aquella otra expresión. Sin embargo, es el todo, más bien, y los supuestos. Porque eso es lo que da la impresión de homogeneidad.

En cualquier caso, y si no estoy muy errado, creo que este ejemplo vale porque hay un juicio aquí acerca de la naturaleza del cristianismo, de la historia de la Iglesia, hasta de la naturaleza y del efecto del propio martirio, que campea en la nota y que, por ejemplo, permite hacer un ejercicio: ¿podría uno hacer un identikit del cristianismo, según lo que dice el autor aquí, y hacernos una idea de qué debería ser y qué no debería ser?
Si Mel Gibson, con su prosaica "La Pasión de Cristo" facturó más de 600 millones de dólares con sólo derramar sobre la pantalla sangre de utilería por demás, hacer la exégesis de la tortura y volver a inculpar al pueblo judío de todas las épocas de la muerte de Jesús ateniéndose a la letra de los evangelios oficiales, ¿cómo no iba Dan Brown a causar un impacto muchísimo mayor si, como sustrato de un policial convencional, hace un fabuloso menjunje de fuentes reales y ficticias para afirmar, desde la ficción, que Cristo fue un simple mortal, que se casó con María Magdalena y que el cristianismo es tan sólo un invento del Concilio de Nicea inspirado en simbologías y religiones anteriores?

(.......)

La ficción en sí misma no da derecho a cualquier cosa. Por mucho que algún autor viniese desde la ficción a contarnos que Adolf Hitler fue un ángel incomprendido y que el Holocausto fue, en realidad, una mera invención del judaísmo, no lo toleraríamos. Y lo bien que haríamos.

Por mucho, muchísimo menos, comandos violentos del islamismo se han juramentado matar a Salman Rushdie y ni falta hace recordar, por lo recientes de esos episodios, la violencia que desataron en el mundo musulmán unas pocas viñetas de Mahoma. El cristianismo, en cambio, parece un blanco más fácil, cero riesgo y posibilidad de dividendos en repercusión y dinero rápido si se lo ataca. Y cuánto más protesten sus ministros, mejor todavía.

Cada ser humano de este mundo debería tener garantizado profesar su religión (cualquiera sea) o su agnosticismo sin ser estorbado ni violentado por ello, en la medida que no ponga en riesgo a nadie. Todos creemos en algo y hasta los ateos creen en nada. Agitar irresponsablemente estas aguas para azuzar a unos contra otros se vuelve un material altamente inflamable que nos puede estallar en las manos. La historia de la humanidad está tapizada de guerras religiosas.

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Hay un problema más de fondo y para nada menor: durante siglos, es verdad, la Iglesia, en defensa a rajatabla de sus dogmas, propició en ciertas ocasiones oprobiosas persecuciones, censuras, matanzas e inquisiciones (de las que nuestro país tampoco fue ajeno). Pero eso, afortunadamente, parece haber quedado atrás. Se trata, ahora, de estar muy atentos para que todo ese doloroso recorrido no revierta su sentido y del escarnio público, de la mofa fácil, del revisionismo frívolo, se pase a la intolerancia religiosa y de allí, en pocos pasos, a la persecución.

No sería la primera vez en la historia: hace dos mil años las crucifixiones atraían curiosos y, a falta del generoso circo mediático de la actualidad, los romanos solían entretenerse viendo morir a los cristianos en las fauces de los leones. Por cierto, aquellos eran espectáculos muy exitosos, de taquilla asegurada, con el Coliseo rebosante de espectadores pero, ¿a qué costo?