viernes, 19 de mayo de 2006

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (III)

Vayamos lentamente.

Creo que la cuestión, presentada de un modo tan complicado, admite un modo en que no resulte tanto. Y, si no entendí del todo mal, se refiere a estas cosas: cuál es la naturaleza verdadera del cristianismo, cuál es el fin (como sentido o final) de la historia humana, qué relación hay entre el fin (como final) de la historia humana y la desnaturalización del cristianismo.

Kant dice que en cierto sentido el cristianismo potencialmente es, precisamente él, la ocasión al menos, si no la causa misma, del Anticristo. Y tal vez el Anticristo mismo, según se entienda.

No es exactamente lo mismo que decir que el Papa es el Anticristo, como se ha dicho. Es algo bastante más elaborado y a la vez menos trivial.

A saber.

En la medida en que haya un cristianismo que se empecine en ciertas prácticas tanto como en sostener ciertos dogmas y doctrinas y no esté dispuesto a convenir racionalmente en una misma fe con el mundo, él mismo, ese mismo cristianismo así obrante, producirá al Anticristo y, además, el fin. La destrucción y la catástrofe vendrían así por una Iglesia representante de un cristianismo que no se aviene.

En cambio, si el cristianismo acepta su verdadera naturaleza y es capaz de darle al hombre finalmente una estatura ética y racional (con lo cual queda definido en parte el sentido de la palabra 'mundo' y los términos de oposición con algo llamado 'Iglesia'), un cristianismo así será el socio principal del progreso y de la felicidad humanas y, además, de la consumación histórica del Reino de Dios en la tierra. Y no de una consumación en el sentido de un fin final a sangre y fuego, de ruina y destrucción intrahistóricas. Porque eso es propio de ese otro modo anterior de entender al cristianismo, un modo que, según la visión kantiana, parece no responder a la verdadera naturaleza del cristianismo.

Por más trabada y enrevesada que pudiera resultar la proposición casi hipotética de Kant, tiene algunas puntas que sirven para pensar.

Parece evidente que Kant no está dispuesto a deshacerse de algo llamado 'cristianismo'. Como tampoco está dispuesto a deshacerse de su fe inquebrantable en el progreso. O de su fe en la ciencia como panacea. Progreso y ciencia vistos como hacedores de paz, bienestar, concordia humana y filantropía.

Entonces.

En la medida en que aparezca un cristiansimo que resulte rechazado por los hombres -hombres que a su vez anhelan la paz, el progreso y la felicidad-, no parece haber más remedio que considerar que ese tal cristiansimo se ha desnaturalizado o no es el verdadero.

Lo quieren porque es amable y ser amable es de su naturaleza. Ahora, si deja de ser amable ya no lo querrán. O: si ya no lo quieren es porque ha dejado de ser amable.

¿Podría el cristiansimo dejar de ser amable para los hombres? ¿Y cuándo y en qué circunstancias podría dejar de ser amable?

Aquí, el camino del análisis se abre en varias direcciones. Y creo que todas ellas significativas.

Pero, antes de seguir (cosa que tendrá que esperar, por ahora), me gustaría dejar dicho que concuerdo con Pieper en cuanto a que este punto de vista importa -y mucho- en la medida en que Kant es un representante de altísimo rango de un modo de ver el mundo y la historia que, si no siempre lo tiene a él como pionero, sí lo reconoce como profeta mayor.

Es verdad que la lectura de Kant es un lujo raro y costosísimo. Al menos en tiempo y en energías.

Sin embargo, digo también, pero ahora por mi propia cuenta, que de él son hijos quienes, lo sepan o no, profesan iguales visiones o visiones derivadas de ésta suya, por más que el propio Kant haya cubierto de complicaciones -incluso irónicas- la formulación de su proposición. Hijos son en esto también no importa si liberales o marxistas, a derechas o a izquierdas. Hijos incluso cuando los que así piensan sean cristianos y católicos. Y no importa si prelados o destacados pensadores cristianos, a los cuales si se los confrontara con este planteo jamás reconocerían su filiación. Tal vez incluso estarían más inclinados a decir que su modo de ver las cosas no es ya prudencial -y hasta mundanamente prudencial- sino la encarnación del mismísimo Evangelio.

La profusión de términos que devienen equívocos usados de este modo, bien puede lograr que felicidad, progreso, amabilidad, Evangelio, Reino de Dios y muchos otros se vuelvan tan cristianos como kantianos. Incluso puede darse el caso de que -aun sin llamarla kantiana bajo ningún aspecto- la inquebrantable fe en el bienestar de la humanidad entendido de este modo se transforme en la 'verdadera' interpretación del cristiansimo. Así como la oposición a este planteo kantiano, tanto a sus postulados como a sus corolarios, se transforme en la negación misma del cristianismo, incluso más: en la encarnación misma del Anticristo.

Finalmente, por ahora, creo que tiene razón Pieper, también, al observar que en el ámbito filosófico y científico esta presencia del Anticristo ha sido ignorada desde precisamente los tiempos kantianos. No puedo asegurarlo, pero le creo cuando dice que fue Kant el último en hacer mención del asunto, precisamente en sus escritos sobre el fin de todas las cosas y el destino de la humanidad. Sin embargo, el propio Pieper advierte que ya a mediados del siglo XX la cuestión del Anticristo deja de ser un fantasma reservado para lóbregas y tremendistas elucubraciones teológicas o religiosas, para ir ganando espacio nuevamente en los asuntos civiles, y concretamente, por ejemplo, en ocasión de los peligros nucleares que amanecieron con el final de la segunda guerra.