jueves, 18 de mayo de 2006

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (II)

Lo primero será exponer los textos.

El capítulo II de El fin del tiempo de Josef Pieper desarrolla los vaivenes de la fe en el progreso, siguiendo básicamente -no únicamente- obras de Immanuel Kant. También los matices y los cambios de rumbos de esa religión y de esa, al fin de cuentas, escatología, pasando de los optimismos filosóficos hasta los voluntarismos políticos y desde el siglo XVIII, hasta la actualidad.

Me detengo ahora en un fragmento. Es el final del punto 8 de ese capítulo, que copio in extenso para que no se pierda su unidad de razonamiento, aunque lo que me interesa es el desarrollo de la segunda idea que extrae Pieper del opúsculo.
Vamos ahora a hablar brevemente del tratado sobre El fin de todas las cosas, que Kant escribió trece años después de su Crítica de la razón pura. Apenas es posible formular su afirmación en forma de una tesis clara dada la dificultad y confusión del razonamiento. Dos puntos sobre todo me parecen dignos de atención: primero, casi al comienzo se dice que el fin de la humanidad hay que concebirlo evidentemente en analogía con la muerte del individuo, que "en el lenguaje piadoso" se designa como un tránsito "del tiempo a la eternidad". Kant califica esa idea de lúgubre y estimulante a la vez, por lo que "los ojos que se apartan horrorizados no (pueden) menos de dirigir a ella su mirada una y otra vez". Es interesante la observación de que esa idea ha de "entretejerse ciertamente con la universal razón humana de un modo maravilloso". Naturalmente que el proceso de semejante transposición del ser temporal del mundo histórico a una participación directa, como quiera que se conciba, de la eternidad de Dios, queda por completo más allá de nuestra capacidad representativa. Y la razón, dejada a sí misma, llega aquí al límite de su capacidad, aunque ya el mero planteamiento conceptual no sea el mismo en cada uno. Pero en cualquier caso esa idea hace totalmente imposible concebir el fin de la historia humana según el modelo de una "evolución", cual si una ascensión quizá difícil pero siempre en un enriquecimiento constante llegara a su conclusión triunfal.

El segundo punto de la concepción kantiana, que a mí se me antoja singularmente importante, es la exposición detallada, en verdad, del fin "inevertido", "antinatural de todas las cosas que, aunque evidentemente sea medio en broma, no deja de considerarse conceptualmente posible al lado del "natural" y del "sobrenatural". Lo que ante todo resulta bastante sorprendente es que ese fin "antinatural", siempre que ocurra, lo "introduciremos nosotros mismos en tanto que malinterpretamos el objetivo final". Por poco en serio que Kant haya podido tomar esa concepción, en cualquier caso se habla expresamente de la posibilidad de una catástrofe final producida por el propio hombre. La exposición, un tanto complicada, empieza por la "amabilidad" esencial al cristianismo en sí, que tiene su fundamento en la "mentalidad liberal" con la que "puede atraerse los corazones de los hombres". Mas "si se descubriera que el cristianismo dejaba de ser amable, el rechazo contra el mismo se convertiría en la mentalidad dominante y el Anticristo empezaría su gobierno (supuestamente fundado en el temor y en el egoísmo)...; pero después, ya que el cristianismo está ciertamente destinado a ser una religión universal, si no se viera favorecido por el destino para serlo, entraría el fin (invertido) de las cosas en un aspecto moral". Pero ¿qué es propiamente lo que se afirma aquí? Que (posiblemente) el cristianismo perderá la simpatía de los hombres, porque será infiel a su propia esencia. El Apocalipsis (y el Nuevo Testamento en general) dice exactamente lo contrario: que la Iglesia perderá la simpatía de la inmensa mayoría de los hombres por llevar a término su manera de ser propia sin mezcla de ninguna clase. En consecuencia Kant hubiera debido decir: está justificada "la gran apostasía" de los hombres que se apartan de ese cristianismo degenerado. Mientras que en el Apocalipsis, por el contrario, esa huida masiva de la Iglesia aparece casi como una confirmación de su verdad. Para el pensamiento ilustrado resulta ciertamente incomprensible la idea de que la verdad puede ser combatida, aunque sea la verdad o precisamente por serlo. "Me aborrecen sin motivo" (Sal 34, 19; Jn 15, 25). Volvamos por un momento a la distinción kantiana entre "fe eclesiástica" y "fe racional" y a su idea de que la fe eclesiástica será arrinconada por la religión racional, lo que significará la aproximación del "reino de Dios sobre la tierra". En consecuencia, el movimiento contrario de la religión racional que queda arrinconada por la fe eclesiástica, ¿no tendría que aparecer como la aproximación del Anticristo? Pero esto no es sólo una consecuencia que se impone en abstracto: ¡Kant la ha formulado de forma explícita! En la medida en que los sacerdotes "convierten en una obligación esencial unas observancias y una fe histórica" (entendiendo por todo ello el culto, los sacramentos, la fe en los acontecimientos históricos salvíficos), en lugar de "echar en el corazón unos cimientos éticos", hacen "lo que se requiere para introducirle (al Anticristo)". Así, pues, el Anticristo aparece nada más y nada menos que como una figura eclesial.

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Mas todo esto lo piensa Kant de un modus irrealis; su verdadero sentir, o mejor, su esperanza mantenida desesperadamente es que el género humano está realmente metido en un progreso continuo hacia el "fin natural", hacia la fundación del "reino de Dios sobre la tierra", que es un acontecimiento intrahistórico y lentamente introducido por una fuerzas históricas; en ese reino prevalece una "paz" eterna y "en él pueden desarrollarse plenamente todos los gérmenes hasta poder cumplir su destino aquí sobre la tierra".

Un poco antes, comentando la ambivalencia kantiana entre escepticismo y optimismo en este mismo trabajo como en otro más famoso todavía, La paz perpetua, Pieper concluía:
Sin embargo esa fragilidad y falta de firmeza, por mucho que responda a un conocimiento profundo sobre la complejidad polifacética del mundo, nada tiene que ver con la tensa estructura de la imagen cristiana de la historia. No es que la esperanza del nuevo cielo y de la nueva tierra pierda nada de su firmeza con la expectativa de un final intrahistórico de catástrofe, sino que esa esperanza se mantiene inquebrantable por completo a una con la firme serenidad frente al dominio universal del mal, como el estado final intrahistórico.

Creo que todo el texto es difícil y denso (y la traducción no ayuda). Pero creo también que lo esencial se entiende bien.

Aquello sobre lo cual habría algún comentario que hacer, está dicho.