Ballymena
Anduve por tus calles.
Me perdí en Ballymena.
No muy lejos de Kells.
Y por Antrim anduve,
no muy lejos del mar,
una noche de mayo suave y bien colorida,
oliendo rododendros,
oliendo Ballypatrick
y vagando en Portglenone,
trepando por Slemish,
por bosques que has andado,
piedras que te han conocido.
Me cansé en las orillas de Lough Beg,
aguas negras y frías;
remonté sin resuello River Bann
buscando las veredas
que viste alguna tarde...
En Cullybackey Road bebí cerveza,
y mastiqué a desgano ese pan de centeno
sentado en el cordón de Thomas Street,
para saber si sabe a tu historia y tus días.
Y vi pasar las gentes
más tristes esa noche,
que te extrañan y lloran
con ojos de tormenta y corazón de lirios,
los puños apretados.
Y lágrimas calladas y amorosas.
Vi llorar a una niña
-no sé si lo supiste-
en vigilia en la puerta de tu casa.
Llegó la madrugada.
Despertaba Saint Patrick y vi las aulas viejas,
vacías a esas horas
y ahora para ti ya siempre ausentes.
Y busqué un finisterre para volver a casa.
Crucé hasta County Kerry,
junto al mar, suroeste,
en silencio de día y ciego por las tardes.
Suspirando la muerte, domando mi ignorancia.
Sobre olas de furia
crucé un océano amargo
de pena y timidez,
de vergüenza y tristeza.
Y apenas de consuelo, apenas. Suficiente.
Porque apenas sospecho,
porque no me imagino
cómo es tener
quince años y ser
católico y morir en Ballymena.