sábado, 30 de julio de 2005

Mandamientos también 'nacionales'

El mundo tiene muchas ocasiones para plantearse la cuestión de las nuevas leyes y los nuevos mandamientos.

Desde la moral sexual hasta el terrorismo, desde el Grupo de los 8 hasta el efecto invernadero.

En ocasión de Londres, La Nación hace su aporte, porque eso es lo que al fin está pidiendo: mandamientos y una ley. No es que no lo haya hecho en otras ocasiones, como desde otras posiciones lo hacen todos los emisores de opiniones, después de todo.

Pero en el mismo planteo que hace la nota, está presente al menos la angustiante aporía, el camino sin salida que ofrece este mundo cuando se pone a pensar, por ejemplo, cómo se logra que sea benéfico cortarle la mano a alguien sin que haya que considerarlo un atentado contra su integridad física...

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Hay varios pasajes en esa dirección en esta nota, con el creciente desasosiego de no tener para nada la cuestión resuelta.

Como si dijéramos que hay una batalla campal entre la utopía de una rechoncha libertad individual y la voluntad utópica de que no se caiga un pelo de la cabeza sin haberlo previsto y aun evitado a como dé lugar.

"...La sociedad mundial debe actuar sin fisuras para terminar con la barbarie del terror con el enorme desafío de hacerlo sin violar los derechos básicos de los individuos..."
Desde algunas posiciones, no menos ideológicas, suele apuntarse a la selectividad de la importancia de los muertos en el caso de guerras y terrorismo. Como cuando algunos se preguntan por qué el apuro de las leyes si los atentados terroristas son en Londres o Nueva York y no cuando son en Senegal o en Borneo. No hace mucho referí un artículo de opinión en ese mismo sentido difundido por la propia BBC.
Más allá de la 'chicana' que supone tener muertos y heridos de rehenes, está el hecho de que hay posiciones respecto de muchos temas -que no son el terrorismo- a las que podrían caberles estas descripciones y sentencias:

"...El mundo vive hoy una guerra promovida por fanatismos extremistas que sólo parece perseguir la muerte, en la que se asesina a inocentes cargados de vida, tal como ocurrió hace unas semanas en Londres. Claramente, es el peor enemigo de la humanidad..."
Podría decirlo dialécticamente, pero creo que no hace falta: el aborto programático, entre otras políticas de estos tiempos nuestros, podría entrar en esta categoría bastante cómodamente, por ejemplo.

En párrafos como el que sigue, hay dos cosas, a mi entender. Por una parte, una vez más la desazón que produce el planteo ideológico a propósito de la polarización libertad-ley.

"En la lucha contra las organizaciones terroristas los Estados deben resguardar la vida de las personas inocentes. Es cierto que no se puede enfrentar a este enemigo con las manos atadas, pero si el terrorismo nos hace creer que todos podemos estar bajo sospecha y que las fuerzas encargadas de la seguridad podrán actuar en consecuencia, entonces los ideólogos del terror habrán dado un paso fundamental en su estrategia para sembrar la muerte en el mundo. Las violaciones a los derechos humanos contra prisioneros iraquíes por parte de tropas norteamericanas, al igual que las cometidas en la prisión de Guantánamo, son un ejemplo de aquello en lo que no debe caerse frente a cualquier amenaza terrorista."
Por otro lado, la confusa alusión a los 'prisioneros iraquíes', igualados sin más a terroristas, en el contexto de la argumentación. Tal vez sea un defecto de redacción. Tal vez un acto fallido.

El final de la nota editorial, creo, repite la tensión entre libertad y ley. Pero agrega un dato que me resulta clave:

"En estas circunstancias dramáticas, enfrentamos un doble desafío. Por un lado,combatir con firmeza la extorsión a la que pretenden someter al mundo las bandas criminales y, por el otro, asegurarle a la sociedad que el sistema de derechos y garantías que tantos años y esfuerzos le costó a la civilización ganar no se está derrumbando en ese cometido."

Esa apelación al sistema de derechos y garantías que tantos años y esfuerzos..., etc., no puede evitar dar la sensación positiva de que en asuntos fundamentales -y en los que esencialmente importan-, la civilización efectivamente ha ganado en estatura, en profundidad, en verdadera calidad: pero, ¿con el hombre de qué estadio de la historia estamos comparando al hombre sujeto de esta afirmación?

Parecería, dicho así, que si el terrorismo no arruinara la fiesta de los derechos y las garantías, hoy el hombre verdaderamente es más y mejor hombre, producto de ese sistema que ha ganado con esfuerzo. Esa alusión es al menos confusa, ambigua. Y si no lo es, es una afirmación que para ser verdadera tiene que dar por buenos 'logros' en materias de derechos y garantías, a los que todavía falta pedirles documentos, pedirles que se identifiquen y verificar que han mejorado al hombre realmente. De no ser así, es una afirmación más, sin más objeto que sentar un decálogo y darlo por imprescindible.

Porque si la afirmación final es ésta:

"El mundo civilizado puede causar daños irreparables si se deja arrastrar por la sinrazón..."
habría que recordar que hasta aquí más bien ha sido precisamente cuando se dejó arrastrar por la razón que el mundo civilizado causó daños irreparables.

Por otra parte, el mundo civilizado va a tener que abordar la aporía que tiene por delante, guiándose por eso que llama con fe ciega 'la razón' y parece que va camino de aplicar remedios sumamente 'razonables', no solamente al problema que le plantea el terrorismo.

Está claro -para quien le haga falta la aclaración- que ni por un momento un acto cobarde y enloquecido se vuelve virtuoso y encomiable porque sea una locura irracional y asesina puesta en marcha para oponerse a una locura razonable y, cuando cuadra y aunque no cuadre, no menos asesina.

Pero son los razonables, en ese extraño sentido en el que usan la palabra, los que postulan ahora nuevos mandamientos y nuevas leyes.

Sin embargo, más peligroso que eso, si cabe, es que indiscriminadamente se sugiere llamar 'sinrazón' a todo aquello que no sea 'razonable', según ese particular modo de ser razonable con el que se ha hecho el mundo tal y como lo 'disfruta' esta 'civilización'.

Este mundo, ufano de sus derechos y garantías, por caso, ya considera la oposición a la usura o al matrimonio homosexual como una 'sinrazón'. Como considera 'razonable' una sociedad anónima o el congelamiento de embriones.

Por ese camino, tal vez no falta mucho para que esta 'civilización' descubra que los estallidos son mucho menos estrepitosos que la fe o que una verdad.

Tal vez en no mucho tiempo más descubra que le tiene terror -o que decididamente se ha decidido a odiar- a cosas infinitamente peores que una mochila.

Y tal vez entonces esté listo para promulgar -furiosamente razonable- un sistema de seguridad que le permita gozar, ya sin preocuparse por las aporías, de los derechos y garantías que con tanto esfuerzo ha ganado y de los que le quedan por ganar.