sábado, 11 de junio de 2005

La orientación sexual de la mosca de la fruta (coda)

De aquella cuestión de la mosca y el gen fru, poco hay para decir. Salvo que no hay modo de explicarle a los científicos lo imposible -e inútil- de su empeño.

Lo menos que se le puede pedir a un observador es que sepa qué es lo que dice estar observando.

Es muy sencillo, me parece. Si me niego a considerar a las plantas como parte del 'reino vegetal' , puede pasarme que las confunda con un animal, tan vivo como ellas. O con un igualmente viviente hombre. O viceversa en todos los casos.

Si algo pertenece al género de los vivientes, y quiero investigarlo, lo menos que podría hacer es investigar si hay diversos modos específicos de vida. Y después investigar las diferencias específicas. O al menos la causa de los fenómenos según esa diferencia, además de la descripción de tales fenómenos.

No me opongo a que me consideren tan viviente como la mosca de la fruta o el coballo. Pero, por lo pronto, protesto y estoy dispuesto a hacer un escándalo si me consideran el mismo tipo de viviente.

No tengo objeción a que los rododendros se sienten un día a cursar como alumnos en una de mis clases: estoy dispuesto a tomarles asistencia. Y menos objetaría que se presentaran al examen final. Y me alegraría sobremanera que aprobaran y se fueran felices de su progreso individual.

Pero ese mismo día sabré que el señor o la señorita Rododendro, viven con el mismo tipo de vida que vive el señor Juan Pérez o John Doe.

Ahora bien.

Además de esto, creo que tampoco hay modo de explicarle a un señor de bata blanca -y no me refiero a un alienado, sino a un laboratoryman- que las manifestaciones materiales y corpóreas que ve provienen de una 'forma', y que esa 'forma' es la que organiza la materia y las funciones de la materia que con tanta avidez está mirando.

No solamente el hombre común es incapaz de ver el aspecto, el contorno de algo material, y diferenciarlo de la 'forma' de un ente material.

No lo discierne el filósofo habitualmente, la mayoría casi absoluta de los humanistas, ni el científico, a fortiori.

Así, por ejemplo en el caso de los que buscan respuestas a partir de la materia, no tienen para la sexualidad más explicación que lo que le muestre la materia. Y aun esto, suponiendo que su modo de mirar la materia, su modo de operar sobre ella para obtener respuestas a preguntas supuestamente bien formuladas, sea un modo honesto. Honesto en un sentido muy extravagante para nuestros días, que significaría no buscar lo que estoy obligado a esperar según mi ideología o mi fe científica, sino buscar y ver exactamente lo que veo y encuentro, y no ver lo que no veo y no ver lo que no encuentro.

Conocer, saber, es algo que el hombre no puede resignar, precisamente porque es 'ese' tipo de viviente.

Y como, después de todo, cualquier conocimiento es un homenaje al ente, un homenaje a lo que es, un reconocimiento, creo que no me importa tanto que los científicos o cualquiera, al fin de cuentas, se lancen a una disciplina intelectual como quien se entrega a una fe religiosa.

Pero, en tal caso, no hay que exigirle menos que lo que se le exige a un creyente: buena fe, buena voluntad, abandono, docilidad del corazón, deseo de ser poseído por el ser en el que dice creer.

Ojalá la ciencia fuera en ese sentido una religión y una fe. No estaría tan lejos de ser parte de otra religión y de otra fe.

El problema, en todo caso, es que no lo es precisamente en ese sentido.