domingo, 19 de junio de 2005

Acto III

(Para seguir el hilo, hay que leer el Acto II.)



Estoy desolado y abrumado. No sé cómo salirme de esta cuestión.

(Y enterarme de que hay una cosa que allá se llama COGAM, y que forman así, de modo misterioso pero cachondón, la sigla de un Colectivo de Lesbianas, Gays, transexuales y bisexuales -qué será esa 'M'-, no me ayuda para nada...)


Pero, basta de charanga y pandereta y de chungas y pitorreos.


Algo pasa en una cultura, en un estado de civilización, cuando se habla tanto de asuntos de la cintura para abajo, de adelante y de atrás.

Todo esta conversación sobre penes y vaginas -monologando o no- tiene su importancia. Claro que sí. Porque no soy tan estúpido aún como para no saber que más allá de que el orden sexual encarna la figura de una cuestión mucho más alta y grave, es (en sí mismo considerado y no ya como figura) una de esas "hojas verdes" por cuyo verde habremos de pelear espada en mano cuando alguien diga que son grises, parafraseando a Chesterton.

Es una batalla ésa que Chesterton entiende como final. Algo que proféticamente entiende él que será signo del fin: lo verde es verde y no gris y decir que es gris lo que es verde obligará a dar batalla (sea cual fuere el modo de batalla). Y, además, es un signo de que hemos llegado muy cerca del fin, siquiera de algún fin, no importa si lo que hay del otro lado es la metahistoria u otro ciclo.
ver


Pero, precisamente por ello, todavía no le oigo a nadie decir qué importancia tiene, por ejemplo, toda esta cuestión. En particular, qué importancia escatológica tiene.

Y lo digo seriamente.

No me voy a oponer rabiosamente a tanta foto sobre fetos, niños en gestación que toman los dedos de un médico o de 'gritos silenciosos'.

Sé muy bien lo que valen los argumentos patéticos, los que buscan persuadir conmoviendo. Y sé cómo se muestra suscintamente así lo que de otro modo llevaría formuleo y silogismos larguísimos.

Pero elevo mi protesta por el modo -y hasta por el espíritu- con que se discuten estas cuestiones.

Creo que hay que salir de cualquier forma de slogan -y hasta de cierta pacatería- y hablar con sentencias más llenas, más rotundas. Y más verticales si se quiere, y no tan horizontales.

Allí está para ejemplo -y ahora lo retomo- el análisis en torno a la campaña de MTV que aparece a contraluz en el artículo de Página 12.

Creo realmente que si se mira con atención, lo que hay allí es una preocupación nada frívola por aceitar un mecanismo hasta que sea poco menos que perfecto, implacable al menos, de modo que no haya modo de escaparse de él.

Están discutiendo el sentido de las palabras que dicen, de las imágenes que muestran. No es una maldita puñetería sobre semiótica del mensaje publicitario. Nada de eso.

Hay que leerlo una y otra vez -aunque se trate de la concisión entrecortada y engañosa de una nota periodística- para darse cuenta, creo, de cuál es la discusión.

Imagino que el artículo de Página 12 es algo así: se corre por unos segundos un pesado velo opaco y nos permite ver lo que pasa entre bambalinas: alrededor de una mesa se discute el plan de batalla, las razones para combatir, el propósito del combate, las mejores herramientas, las mejores armas. Y se discute acerca de cuál es el enemigo.

No están de acuerdo enteramente en todo. Discuten los matices también. Libertad de opción, sida y muerte, sida o muerte, más condones, nunca la castidad...

Saquemos las espectacularidades y los desenfados y miremos con atención el papel que se le atribuye a la cuestión. Género, sexo, libertad, el cuerpo, la contraconcepción...

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué hay de la cintura para abajo que haya que pelear como si quisiéramos tomar la basílica de San Pedro y hacer una disco satanista allí? ¿Qué hay que violar, qué hay que violentar? ¿Qué significa establecer un nuevo código de la cintura para abajo, que supone hacerlo en el corazón y en la cabeza, obviamente, también y sobre todo?

Esa furia, ese encarnizamiento, ese encono tiene una causa. Y no se debería contestar a esa furia, a ese encono, como si se tratara de un escándalo en el sentido más burgués y ñoño de la palabra: ¡Qué barbaridad, qué asco, adónde vamos a ir a parar, chanchos de porquería!

Se puede ir por el lado de la revolución cultural.

No voy a decir que esa vía es conspirativa -aunque en muchos es-, porque de hecho existe una voluntad consistente y determinada, convergente, uniforme, de hacer que algo se revuelva. Y que se revuelva homogéneamente en la cultura sexual de todos los hombres y mujeres, en todos lados. Y se busca eso no solamente para revolver lo sexual por sí y en sí, sino porque revolviendo lo sexual se revuelven muchas más cosas. Aunque lo intuyan nada más y no lo sepan. Aunque sea nada más que la tapadera de un vicio o de una perversidad, tratando de que ya no sea perversión o vicio, por simple recategorización moral.

Esa voluntad de revoltijo -si es que los perturba la palabra revolución- ya está en las leyes, está en el arte, está en la calle, vamos. Y lo de España es apenas una muestra de que hay ejércitos caminando por calles que convergen en direcciones opuestas y que basta que se decidan a caminar en la misma dirección para enfrentarse así, a tono de marcha, en la misma calle.

Así que, mejor ni discutamos con los que no crean que eso no necesita plan previo, determinación...

A mí no me importa siquiera que todo esto sea un plan y una revolución y una conspiración. Y que lo sea en todos los frentes: investigadores de la orientación sexual de la mosca de la fruta, leyes de bodas homosexuales, conferencias de Río, de Pekín, del Cairo, de Nueva York, programas de TV, Filadefia de Tom Hanks, o las marchas de orgullo gay-lésbico...

Sé que el asunto requiere que toda disciplina diga su parte. Por ambas partes. Tiene que haber argumentos retóricos, dialécticos y lógicos. Tiene que haber argumentos científicos, morales y emotivos.

Muy bien.

Pero lo que me importa es que no veo que se diga llena y redondamente qué es aquello que, además de un feto vivo (que es enteramente defendible por sí), qué además de un hombre-hombre y una mujer-mujer (cosas enteramente defendibles por sí), estamos defendiendo. Y la verdadera y última razón por la cual es defendible. Y defendible agónicamente aquí y ahora.

Estoy diciendo que -a mi pobre criterio- todavía no se pasa de una cierta pataleta indignada, aunque sea una pataleta con toda clase de argumentos y fundamentos.

Con toda clase de argumentos menos uno.

No quiero ofender los esfuerzos y menos las convicciones de muchos -que conozco- que tienen el corazón puesto en esta causa. Y el tiempo de sus vidas.

Pero.

Sé de muchos que lo hacen porque es la línea que baja de Roma -y, aunque parezca increíble, así lo formulan exactamente-, como una especie de orden de operaciones ciega, como una orden de no ceder esa trinchera. Una especie de fidelidad mezclada con corrección política católica y oficialismo.

Sé de algunos otros que descansan aliviados en que sea ésta la batalla y no sea política o de otro modo cultural, donde tienen más compromisos y donde se sienten más tironeados y atados por esos compromisos mundanos con la economía, la política...

Esta cuestión se les hace a muchos inequívoca. Siempre será una cuestión de chanchadas y crímenes. Inobjetable, segura.

A varios de ellos -unos y otros- les he preguntado personalmente por qué piensan ellos que esa trinchera no debe caer. Casi todos me han dado una respuesta insuficiente, y el resto insatisfactoria.

Me contestan con voluntarismos: hay que defender a la familia, si cae la familia cae todo, es una cuestión de orden natural, los católicos defendemos la vida. Y muchos apelan patéticamente al mundo que les vamos a dejar a nuestros hijos y cosas así.

Todas son verdades. Pero no encuentro que digan por qué lo son y qué significan. Y por qué ahora son verdades más acuciantes y por ello mismo más defendibles que otras. Como no sea que me dicen: 'porque es allí donde ahora atacan....'

Y aunque se invocan argumentos teológicos, ni por un momento, ninguno, me da una razón sólidamente teológica. Ni para las razones del ataque, ni para las de la defensa.

Y de eso me estoy quejando y me seguiré quejando. Hasta que me convenza de que está mal que me queje. O hasta que entienda lo que parecería que hasta ahora no he entendido.

O hasta que se diga lo que todavía no se ha dicho.