domingo, 22 de mayo de 2005

Programáticos paralelos provisorios

Cierta vez, en un Directorial de su revista Jauja (de agosto de 1968), Leonardo Castellani tradujo un texto del cardenal Ludovico Billot (como lo llama), su maestro de Teología. Lo considera allí además "el mayor Teólogo de este siglo" (es decir, del siglo XX.)

El texto que menta Castellani dice que está en la introducción a la tercera parte de su tratado "De Ecclesia" y allí habla de los principios que deben fundar las relaciones entre la Sociedad y la Iglesia.
Habiendo ya dicho de la verdad de la Iglesia Católica, sea en absoluto, sea en relación con las sectas que del nombre 'cristiano' se glorían; y después, de su íntima constitución en cuanto a sus miembros, la potestad y la jerarquía, nos resta la última cuestión, a saber: de su habitud al estado político; o sea de los principios que debe fundamentar las relaciones regulares de la Sociedad Temporal con la Sociedad Espiritual, divinamente fundada por Jesucristo.

Y ya hace cien años que estos principios comenzaron gravemente a oscurecerse, incluso entre muchos católicos.

De donde dificilísimo se ha hecho persuadir de su verdad a los que la educación, las costumbres de la presente circunstancia, la opinión predominante y, si puede decirse, el mismo ambiente, ha imbuido desde la niñez de los dogmas del liberalismo.

Paladinamente diríamos hoy que no hay esperanza que revivan y reflorezcan en la tierra las Naciones Cristianas anoser por una vuelta rotunda a aquellos principios.

Y si de su restitución hubiera que desesperar, sería signo de que no anda lejos la última catástrofe, conforme a lo predicho por el Apóstol en la Segunda a los Tesalonicenses, Cap. II, 3, etc...
Termina ahí la cita de Billot que traduce Castellani 'de su egregio latín patrístico'. Y comenta a continuación a su maestro:
Después de lo cual el teólogo expresa su confianza de que el liberalismo está herido de muerte por las avasallantes demostraciones de los más juiciosos publicistas: economistas, políticos y filósofos de este tiempo; de los cuales nombra a De Maistre, a De Bonald, Ketteler, Veuillot, Le Play, Cardenal Pie, Liberatore...

Y expresa también su confianza de que el Concilio Vaticano, reanudado (a cuya preparación Billot estaba abocado) de igual modo que en su primer tramo sepultó al Galicanismo y al Jansenismo, en su próximo segundo tramo había de pulverizar al liberalismo. Vino el segundo tramo.

Lo que pasó en la realidad... lo tenemos delante de los ojos.

Muy bien. Que se asiente en actas. Ya veremos más adelante.


Vayamos a un segundo punto que en varias cosas se me ocurre que es paralelo al primero.

Los cien años a los que se refiere el Cardenal Billot se remontan por cierto a los primeros años del siglo XIX, por otra parte tiempos de Antonio Rosmini y su controvertida presencia intelectual. La continuación del Concilio Vaticano a la que se refiere Castellani, no es otra que el Concilio Vaticano II.

En esta exposición, del entonces Prefecto Ratzinger, hay una interesante lista de asuntos relacionados precisamente con Rosmini, y con la descripción del clima intelectual de aquellos tiempos.

Pero además hay un sutil entramado de precisiones respecto de la valoración de Rosmini, tan polémico en sus visiones de la Iglesia, especialmente de la interioridad de la Iglesia. Posiciones que en mucho se relacionan con la visión que el mismo Castellani tenía respecto de la vida de la Iglesia. Pero no de la vida de la Iglesia como mera reunión de cristianos -incluso discutiendo la pureza de una doctrina- sino de la Iglesia como motor de toda la historia hasta la Parusía, en lo que además es pariente de Billot.

Me parece que hay que leer con mucha atención para enumerar una por una las afirmaciones centrales de este documento firmado por Ratzinger:
respecto de Rosmini, en primer lugar;
respecto de la formación teológica y filosófica de los católicos y de los sacerdotes, en segundo lugar;
respecto de la historia de los 'problemas' con Rosmini, por otra parte y con respecto a las posiciones que la Iglesia ha sostenido en lo que a él se refiere.

Adviértanse, por otro lado, las precisiones respecto de Fides et ratio.


En fin, bastante delicado y complejo el asunto. Y cruzado así, más.


Mientras leía estas cosas, pensé algunas otras:

1. Con cuánto cuidado, con cuánta atención hay y habrá que oír cada palabra que haya dicho o diga Benedicto XVI, cuánto hay que discernir con sumo cuidado de lo que diga -y lo que haga- un hombre al que se lo ve acostumbrado a infatigables precisiones y equilibrios.

2. ¿Cuál es la justificación para tantas precisiones? ¿Hay realmente límite entre la pureza de las precisiones y la verdad? ¿Dónde termina la 'pureza' y empieza la 'verdad'? O, ¿siempre la pureza es la verdad? O, ¿siempre que hay amor a la verdad es imprescindible hacer precisiones? Y, viceversa, ¿siempre que hay precisiones hay amor a la verdad?

3. Cuánto me gustaría leer, en una sola obra, unas vidas paralelas y entrecruzadas -y tal vez superpuestas- de Rosmini y Kierkegaard.