lunes, 2 de mayo de 2005

Penoso otoño

Casualmente hoy, me decía un amigo que se puede hacer poesía con cualquier cosa (o de cualquier cosa.)

Yo no sé eso. Y me inclino por darle la razón y no estoy en absoluto de acuerdo.

Me parece -como he dicho varias veces- que se pueden hacer versos de cualquier cosa. Algo de ritmo, un poco de oído, cierta musicalidad, cierta gracia. Yo puedo hacer eso.

Ahora, poesía...

Poemar es un'altra cosa y para nada lo mismo.

El asunto es que el tren anduvo mal esta mañana, bastante. Señales que no andan, máquinas que se descomponen..., la melodía habitual. Dos veces tuvimos que bajar del tren y volver a subir otras tantas (una vez bajar de y subir a la misma 'formación detenida en plataforma...'). Fastidioso.

Había por allí dos viejitas, dos ancianitas frágiles, sonrientes, meneando la cabeza con simpatía, tensando la comisura con resignación, mirando el mundo desde quién sabe cuándo, y quién sabe dónde.

Conversadoras eran. Muy. Parecía que nada las tocaba, nada las perturbaba. Más fastidioso era todo porque les tocaba a ellas, pensé. Pobres mujeres. Ellas no se sentían mal, al revés, parecía que un poco de aventuras hacía chispear viejas glorias. Pero si eran glorias eran muy viejas...

Me les acerqué apenas, más para oír que para hablar.

Habían viajado a cobrar su jubilación una y su pensión la otra. Y no habían podido, no había llegado la plata. Mal hayan, los bancos...

De eso hablaron un poco, y después del tren, y de cosas de ellas. Siempre un aire de tenue lamento, suave, para nada amargo, melancólico, diría, dulce. Como si fuera una lástima que pasaran estas cosas...

Hasta que, la más morena (de piel, claro) -mirando el sol del mediodía de una estación intermedia cualquiera, extranjera, viendo las hojas de los plátanos mecerse, oyendo algunos pájaros, unos chicos que juegan en una plaza-, se puso para siempre del lado de los dioses:

-'Para colmo', no va a haber más otoño -dijo-, ni invierno... Nunca vi una cosa así. ¿Cuándo va a refrescar? Es lindo un poco de frío...

Y me compró eternamente.

¿Cómo se puede no atesorar a quien 'profesa' el fresco, celebra el frío y siente que esta torridez de mayo es un 'colmo'? ¿No iba acaso a rendirme si la pobre mujer enarbolaba el otoño, el frío y el invierno, como un bálsamo?

Porque el 'para colmo' era la puerta a misterios y dolores que no sé y que no quise imaginar, porque estaba seguro de que en todo caso serían tan atenuados como los otros, pasajeros.

El "su atención, por favor, próximo a arribar..." metálico y mecánico, se llevó la voz de las viejitas.

Y el tren a ellas.

Penoso otoño

El sol se quedó en el día,
la luna pasta en el cielo,
y abril se apagó sin frío
sin develar un misterio...
Erguido como una sombra
y quebrado como un cedro,
busca Dolor más amigos,
más paz, más luz, más contento
con los que andar su camino
sin tener que andar sufriendo.
Y como mayo despierta
demorando entre sus dedos
las hojas verdes del pino
y amarillas de los fresnos,
Dolor, que liba sus penas
en un otoño tan lento,
espera, mientras madura,
otro tanto del invierno.

Dolor espera y en vano,
si es que el frío era consuelo.
Ya no abriga la esperanza
de ver nevar o que el cierzo
se haga helada por las noches
o niebla fría en el viento.
Solamente espera soles,
brisas tibias, brotes nuevos,
sin lana para cobijo
y sin aroma de fuegos.
Y así que llegue septiembre
apenas pasó febrero...
Porque si nunca es otoño,
si ya no habrá más invierno,
parecerá doler tanto
y nunca dolerá menos.




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A pedido de su autor, corresponde decir que la foto de hojas de otoño pertenece al señor Carlos Borja.