jueves, 21 de noviembre de 2019

Pádraic Pearse celebra a Adán Buenosayres


Mise Éire:
sine mé ná an Chailleach Bhéarra.
Mór mo ghlóir:
mé a rug Cú Chulainn cróga.
Mór mo náir:
mo chlann féin a dhíol a máthair.
Mór mo phian:
bithnaimhde de mo shíorchiapadh.
Mór mo bhrón:
d’eag an dream inar chuíreas dochas.
Mise Éire:
uaigní mé ná an Chailleach Bhéarra.

Mise Éire (*)
 Pádraic H. Pearse 

Guardosos de semilla,
vestidos de hoja muerta,
los hombres de mi clan ignoraron la Patria.
Con el temblor sin sueño del cordaje
la descubrí yo solo allá en Maipú.
Y de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo,
sentí yo la piedad que se alarmaba
y el miedo que nacía.
“La Patria es un temor que ha despertado”,
me dije yo en el Sur y en su empresa de toros.
“Niña y pintando el orbe de su infancia,
en su mano derecha reposa la del ángel
y en su izquierda la mano tentadora del viento.”

El temor de la Patria y su niñez
me atravesó el costado (la cicatriz me dura).

Descubrimiento de la Patria, 8
 Leopoldo Marechal




Jóvenes morimos, Adán,
demasiado pronto.

Todo era primavera en mi bella Irlanda:
estaba mayo en todo, cuando tu otoño en Villa Crespo.

Y en mi otoño de Dublín -había ya tu primavera de octubre-
viniste entre los ángeles
a completar el número de los locos
que cantando anduvimos el mar
buscando tierra firme
en los círculos concéntricos del cielo.

Yo soñaba mi verde Solveig, y tu Argentina de plata soñabas,
y soñaba con los ojos de Éire
brillando como llamas,
incendiando el mar,
y el mar era campo verde de trigo dorado de tu tierra,
y lo ardíamos
como si jugaran niños libres o ancianos en jolgorio.

Jóvenes morimos, Adán.
Demasiado pronto.

Dejamos dos novias vírgenes y dolientes,
y nos buscan con la mirada en lágrimas del horizonte,
para ver de ver a sus enamorados
viniendo de oriente y occidente, montados en las nubes,
en las olas que rompen con furia,
montados en caballos de guerra,
como potros encabritados acechando la gloria...

No hay hombre que en el tiempo bajo esta luna
haya entendido tanto,
haya llorado tanto tu muerte,
como el que amó a su tierra hasta el martirio.

Los apisonadores de adoquines,
y los ávidos,
y las manos y los corazones que reptan,
y los hombres insensatos de una fuerza insensata,
no entienden nuestro peregrinaje,
lo desprecian y se burlan
de nuestros ojos alucinados por la visión...

Jóvenes morimos, Adán.
Demasiado pronto.

Antes deberíamos haberle puesto llamas
a los pastizales pampas
hasta que la tierra criolla fuera toda una pavesa de risas y vivas..,
antes deberíamos haber urdido los fuegos que arderían para siempre
en la isla verde de mi días.

Jóvenes morimos, Adán,

Pero aún nos queda
el canto,
la palabra que hiende,
la voz que resucita la dicha de los pastores del tiempo.

En un rincón del mundo,
todavía,
yo soy Irlanda
y tú, la Argentina.




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(*) Yo soy Irlanda

Yo soy Irlanda:

soy más vieja que la Anciana de Beara.
Grande es mi gloria:
yo que engendré a Cuchulainn el valiente.
Grande es mi vergüenza:
mis propios niños que vendieron a su madre.
Grande es mi pena:
los encarnizados enemigos de mi eterno tormento.
Grande es mi tristeza:
la muerte de las personas en las que tenía puestas mis esperanzas.
Yo soy Irlanda:
soy más solitaria que la Anciana de Beara.