Lugones le advierte a Borges
La péndola bascula, camarada,
y no sé si decirte mis querrellas
o cabalgar mi potro
de luz por las estrellas...
Y llevo el desconcierto en la mirada
por ver a quién hablarle, a ti o al otro.
Pero no sé quién es, ni sé si existe.
De ti yo sé que acaso en este eón viviste
nimbado por la gloria, con su penacho de oro.
Al otro..., me resuelvo.
A ti te ignoro.
Mas voy por tus papeles. Voy y vuelvo.
Quiero encontrar la puerta
por la que huyes hacia tu desierto.
Ver la figura muerta
de tu mano que escribe y ya estás muerto.
El oráculo dice: sé quien eres,
sin melindres y ambages,
porque tú eres quien eres
sin las máscaras secas de tantos personajes
que te dan sus consignas.
Y tú, que en tu vagar no te resignas
a sortear laberintos,
a deshacer el túmulo y olvidar tus linajes,
a confesar sincero que tienes tus instintos
y a librar sus lenguajes...
A mí me espasma
ver esa niebla sorda y rumorosa
que haces andar por entre cada cosa;
y cuánto te entusiasma
la palabra graciosa
que aniquila la rosa y deja su fantasma.
¿Serás o no serás?
¿Dónde en el mundo cierto veramente estarás?
Tal vez en traje criollo, debajo del ombú,
librando de tus bolas las patas de un ñandú...
O entre el incienso tibio de un templo que el hindú
levantó con bambú
para el nirvana frío de escuálido gurú...
Por tanto evanescerte,
por tanto y de ti mismo y el otro envanecerte,
con coraje prefiero,
demoliendo el tabú,
el no ser que es no ser y verdadero
del otro que tú dices que eres tú.