miércoles, 16 de octubre de 2019

La casa cerrada (V)


Los relatos de los Evangelios narran hechos históricos. Lo que allí se dice ocurrió, más allá de los matices y los modos de cada evangelista. Podrá discutirse apenas si la sucesión de episodios es uniforme en los cuatro testimonios de la vida de Jesús. De algo sirven las concordias evangélicas y una de sus utilidades -además de la comparación de los relatos- es precisamente enhebrar los episodios tal como parece que ocurrieron en el tiempo y en sus circunstancias.

Sin embargo, la historicidad no se opone en modo alguno a otros significados de los hechos. Esto es, pueden al mismo tiempo ser históricos y simbólicos, por ejemplo abarcando, comprendiendo y aludiendo tiempos y circunstancias distintos de los hechos narrados, proyectándose hacia atrás en el cumplimiento de las Escrituras que los han referido proféticamente, tanto como hacia adelante, también en clave profética. De modo que son, además de hechos históricos, tanto cumplimiento como anuncio.

En más de una ocasión Jesús dice que un texto que se ha leído o al que ha hecho alusión se cumple en su persona y en ese momento mismo en que se lo ha leído o dicho.

Él mismo es cumplimiento y anuncio a la vez. Lo es por antonomasia. Y por ello ése es el lenguaje constante que el propio Jesús utiliza respecto de sí mismo y de la prolongación en el tiempo de su presencia entre los hombres a través de su Cuerpo místico, la Iglesia, custodia temporal e histórica de sus sacramentos y en particular del mayor de todos, la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Un caso que habría que considerar, porque además está dentro de este período que señalo, es el llamado protoapocalipsis, un discurso acerca de la destrucción del Templo y de la propia Jerusalén que Jesús pronuncia después de la entrada triunfante en la ciudad, en esa sucesión de tensiones crecientes antes de la Pasión.

Hay que aplicar, entonces, lo que se ha dicho antes al asunto que vengo tratando: la significación de espacios abiertos y cerrados en el período de los dos meses finales de la vida de Jesús en la tierra, incluyendo su Muerte, su Resurreción y su Ascensión, hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

Como se ha visto, parece que puede considerarse este punto de vista toda vez que los propios textos señalan explícitamente la escenografía en la que transcurren los episodios. Esto puede ser una mera ubicación espacial que acompaña el relato, salvo por el hecho de que no es mera. Al menos, no en los momentos más significativos de ese período. A ello puede agregarse el hecho de que la ubicación es uno de los detalles y circunstancias habitualmente referidos, más que otros.

Puede decirse, tal vez, que el hecho de que las cosas ocurrieran en tal o cual lugar tiene, al parecer, un significado propio y a la vez asimilable, sin forzamientos, a aspectos significativos del relato, más allá de la historicidad de los sucesos. Ciertas como marcas espaciales que significan casi por sí mismas, como hitos o puertas que nos indican el paso de un tiempo determinado e inmediato a otro mediato. Si no se entendiera como un exceso de expresión, se diría que ciertos espacios abren la puerta a un tiempo distinto y a una comprensión más plena, referido de ese modo en clave profética o simbólica. Traspasada dicha puerta nos encontraremos con sucesos, tiempos y espacios que vendrán. Y la indicación específica del lugar, no es una mera indicación espacial, sino que está indicando a la vez una circunstancia de otro orden, ayudando de ese modo a la comprensión acerca de en qué circunstancias habrá de ocurrir lo futuro y a qué se refieren esas circunstancias. Y a qué deberíamos atenernos, claro, cuando tales cosas ocurran. Porque hasta nuestro ánimo futuro puede estar señalado en la mención de aquellos espacios en los que ocurrieron los hechos que narran Las Escrituras.

Por eso mismo, la mirada se vuelve en este caso a los espacios de ese período señalado en particular. Y la razón de esta mirada tendida a ese vórtice histórico y significativo está en algunas de las preocupaciones y perplejidades de un cristiano a nuestra altura del historia. Qué dice la indicación de espacios abiertos y cerrados a la comprensión del sentido profético de esos hechos relatados.

Hay espacios que se miden en la extensión física, en la ubicación en un determinado punto, o en altos, anchos y profundidades, en distancias. Pero hay de los otros espacios que suponen una vivencia, cuando nos vemos en una situación determinada, y logramos ver a la vez no sólo lo que nuestra circunstancia es sino también lo que significa.

Y habrá que tener en cuenta especialmente que un mismo espacio puede ser el signo de significados contrapuestos. Así como la vasta y vacía extensión de la llanura o del mar puede recrearnos la vista y darnos al mismo tiempo la impresión o de terrible soledad o de ancha libertad, de modo semejante lo abierto o cerrado puede significar un estado de cosas o de ánimo con similares oposiciones.

Tres espacios abiertos

Quiero señalar, de todos los que indican los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles que se han expuesto, tres momentos de esos dos meses donde los espacios abiertos significan de diverso modo.

El primero es el de la entrada de Jesús a Jerusalén, montado en un asno, mientras a su paso se agolpan las gentes que lo aclaman cubriendo el suelo de las calles con palmas y se lo saluda con ramas de olivos. El Rey entra a Jerusalén. El Rey Mesías. Y esto es verdad más allá de lo que crean estar aclamando los judíos que lo vitorean y aclaman y más allá de cuál crean ser ese mesianismo. Es difícil decirlo taxativamente, pero todo indica que la incomprensión respecto de quién y qué es Jesús se extiende desde afuera hacia adentro, llegando a sus propios discípulos. No hay que olvidar, dicho sea al pasar, que la madre del mismísimo discípulo amado y de Santiago, apenas un poco antes de este episodio, cuando Jesús va camino a Jerusalén por última vez, se presenta ante Él para abogar por un lugar para sus hijos en ese Reino, así lo menciona san Mateo; mientras san Marcos refiere que son ellos mismos los que piden un lugar a la derecha y a la izquierda de Jesús cuando llegue a su Gloria. Para entender qué entendían por Reino o Gloria, tal vez baste con atender al hecho de que los otros diez apóstoles que oyeron el pedido se indignaron con Juan y Santiago, y no parece -por la misma corrección y advertencia que hace Jesús ante el pedido- que todos ellos estuvieran en una competencia por ver quién llegaba primero a imitar a su Maestro en lo que habría de ocurrirle apenas unos días después.

El segundo espacio abierto es el de la Cruz, específicamente. El lugar mismo de la altura del Calvario sobre el que fue clavada la Cruz y en ella clavado Jesús. Este espacio abierto puede extenderse en la vía dolorosa, pero su significación plena es la del Calvario. Algunas tradiciones ubican allí rastros significativos, por ejemplo, la tumba de Adán. En la mayoría de los testimonios, se sitúa esta elevación del terreno fuera de las que entonces eran las murallas de Jerusalén (y esto es una doble intemperie), pero a la vista de la ciudad y, probablemente, a la vista del Templo, que también estaba elevado, desde el cual podría verse la Crucifixión. En consonancia con lo dicho antes, valga recordar cuántos de sus discípulos estaban al pie de ese "Trono", acompañando a su Maestro.

El tercer espacio es en realidad una sucesión significativa que podría señlarse con tres hitos: el de la segunda pesca milagrosa, a las orillas del mar de Tiberíades; la Ascensión de Jesús a los cielos, cerca de Betania o en el Monte de los Olivos y la primera predicación de los apóstoles en las calles de Jerusalén, inmediata a la venida del Espíritu Santo.

Tres espacios cerrados

Como en el caso anterior, de entre los espacios cerrados que indican los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles quiero tomar algunos que también significan de diverso modo.

El primero es el del piso alto de la casa de Jerusalén en el que Jesús, por su propio designio y voluntad, come su última Pascua con sus discípulos y donde instituye el sacramento mayor de la Eucaristía.

El segundo es el de la casa cerrada "por temor a los judíos", en la que se refugian los discípulos tras la muerte de Jesús. En ese período inmediatamente posterior, la casa cerrada como refugio aparece en varias ocasiones. Una de ellas en particular podría formar parte de este segundo momento, con una significación diferente. Se trata de la casa en la que Jesús es invitado a entrar en el episodio de los discípulos de Emaús, lo que, precisamente, significa de modo distinto para ellos que para Él.

El tercer espacio es el de la casa en la que se encuentran finalmente los discípulos, por indicación del propio Jesús, antes de su Ascensión, quien les ha dicho que esperen allí la venida del Espíritu Santo.

Parece claro que lo abierto y lo cerrado tienen connotaciones distintas y sentidos diversos en esos momentos que ahora señalo. No es igual la entrada a Jerusalén que "la salida" de Jerusalén hacia el Gólgota y el mismo Gólgota. De igual modo, hay que distinguir la casa cerrada de la última Pascua y la que refugió a los discípulos por temor a los judíos tras la muerte de Jesús.

Por cierto que la extracción de estos pasajes no se hace -ni debe hacerse- sin tener en cuenta el contexto en que se dan y menos aún dejando de lado los discursos y diálogos de Jesús en esos momentos. En no pocas ocasiones, esas palabras del Señor iluminan el sentido de tales espacios.

Y hay que decirlo otra vez: la comprensión que pueda seguirse de aquello vale por sí misma, sin duda; pero, a su vez, esa comprensión puede darnos una indicación acerca de nuestros propios tiempos y del modo de transitarlos y vivirlos.




(Continúa)