sábado, 8 de septiembre de 2018

Voces


Hace mucho tiempo oí del asunto por primera vez y en estos días volví a recordarlo.

Puede que tenga bastante de disparate, pero lo que pudiera tener de disparate lo tiene también de sugestión. Y diría hoy -pasados los años- que la sugestión es más fuerte que el disparate, vaya uno a saber por qué.

No voy a meterme en cuestiones científicas. Sólo voy a enunciar el asunto.

El caso es que, para algunos, los sonidos no se pierden. Permanecen, aunque con el tiempo suficiente podrían evanescer en el aire (¿en el éter?) y volverse irrecuperables. Tal vez algo similar a la luz que viaja en el tiempo.

Pero el sonido por excelencia entre los hombres es la palabra. Y allí el asunto se complica y se agiganta hasta poder volverse un disparate, que no sería lo más grave. Lo más denso de la cuestión es que pudiera ser verdadera.

Así lo creía -entre otros- Guglielmo Marconi, el del telégrafo sin hilos, el premio Nobel de física allá por 1909. Tal vez haya sido el primero, no lo sé. Pero parece ser que la búsqueda de palabras en el viento era una verdadera obsesión para el físico italiano.

Y no cualquier palabra. Especialmente quería rescatar, de entre el tumulto de voces, las últimas que dio Jesús en la Cruz.

Cualquiera puede entender que el asunto es fascinante. Y entonces no es extraño que el asunto ejerciera sobre Marconi la suficiente fascinación como para que dedicara toda su vida hasta el fin de sus días a la búsqueda de aquellas palabras. Marconi tenía madre irlandesa, y alguno podrá pensar que de allí viene el aire feérico que tiene el asunto. Pero el caso es que él no buscaba las voces como un leprechaun busca una marmita de oro al final del arco iris. Buscaba esas voces como físico.

Me abisma esa posibilidad. Las voces de Jesús -y no sólo las que buscaba Marconi- en el torrente de voces en el aire. De todas partes, de todas las gentes que hablaron. El Fiat de Nuestra Señora, las voces de Juan, Santiago, Pedro... Las arengas de batalla de Juana de Arco o los discursos de Cicerón, las palabras de Platón o las de Belgrano, o las de mis antepasados...

Por supuesto, fue desestimado y rebatido y negado y contradicho, pero para ese rastreador de los sonidos en el espacio la cosa era más que una hipótesis, según dicen.

Como fuere.

En tiempos de abismos, no pierdo demasiado con darle vueltas a esa idea abismal. Voces en el aire, emitidas una vez y todavía a la espera de un destinatario que las oiga, o de miríadas de destinatarios en el tiempo.

Las preguntas surgen de a millones, apenas uno se disponga a considerar la mera posibilidad.

Y las posibilidades de esa posibilidad podrían volver loco a cualquiera.

Por ejemplo, cómo distinguir, cómo separar y detectar en esa corriente interminable la voz de tal o cual. Y si una palabra primigenia fue repetida por muchos, cómo datarla, cómo asignarle ese sonido a uno u otro.

Casi un asunto de ángeles, que ellos sí podrían rastrear los vestigios, así como nuestro Ángel de la Guarda, puede detectar cuáles cenizas son las de su custodiado, así pasen miles de años y transformaciones de la materia.

Claro que no es sólo cuestión de aire modulado. No es solamente un sonido la palabra. La palabra es palabra porque tiene un significado y el significado no es materia ni viene de la materia, ni siquiera la sutil materia aérea que lo lleva. ¿También esa carga espiritual sigue asociada al sonido que permanece? ¿Nos encontraríamos solamente con un sonido? Y al oír la palabra misma tal como fue proferida, con el mismo timbre de la voz, las mismas inflexiones, ¿no estaríamos oyendo también al hombre mismo?, ¿no produciría efecto en nosotros esa presencia de la voz?

Fantasear se puede, un rato al menos.

¿Oiríamos alguna vez nuestra propia voz pretérita? Frases que fueron definitivas, terminantes o irrepetibles, ¿todavía hablan en el aire?

¿Te lo digo una vez y no lo voy a repetir... se volvería una imprecisión o una simple falsedad?

Cubrir de fórmulas y teoremas esa posibilidad hasta deshacerla por completo, con cierto aire de suficiencia racional, eso tal vez podría hacerlo cualquier científico. Hasta probar que la posibilidad es más que probable es algo común.

Elevar la cuestión al estadio poético y mágico, eso ya no es tan sencillo. Porque por ejemplo, y más allá del posible logro científico, es poético y mágico que pudiéramos oír por primera vez, después de siglos o milenios, voces que fueron dichas también para mí y para mi oído, tanto como otras de las que pudiéramos resultar testigos impensados.

Y no sólo eso.

Al final del eón de nuestra existencia, ¿nos encontraremos con nuestras voces? ¿Con todas las voces que dijimos? ¿Oiremos otra vez todas las que nos fueron dichas? ¿Soportaremos ese encuentro con voces que quizás hemos olvidado por completo o con otras que no hemos podido olvidar? ¿Oiremos todas las voces? ¿Las distinguiremos y las entenderemos? ¿Podremos acaso elegir y esquivar las voces nefandas? Y más...


En fin.

Podrá parecer un disparate ocioso. Pero, tal vez, hasta para meditar incluso, podríamos pasar un rato viendo qué voces querríamos de veras recuperar y por qué.