viernes, 13 de julio de 2018

La pena


No one ever told me that grief felt so like fear.

Nadie me dijo que la pena se sentía casi como el miedo.

Con esa frase empieza C. S. Lewis sus apuntes sobre su dolor por la muerte de H., su mujer amada, a los que llamó Una pena observada.

Digo apuntes y no libro porque creo que lo son y bien íntimos. ¿Hizo bien en publicarlos? Podrá discutirse. Sé que al menos en dos ocasiones me pareció prudente recomendarlos para dos que estaban en situación similar y creo que hicieron bien. Una penetrante visión del alma que sufre una pérdida, el tránsito en carne viva por el camino interior del dolor.

Los releo en estos días y veo -creo ver- que cualquiera sea el motivo por el que se los lea, puede agregarse una lectura más: la escatológica.

Y en particular por el modo como trata la relación del hombre con Dios en tiempos de aflicción extrema. También por la forma en la que analiza, en medio de un duelo agudo y devastador, la mirada humana respecto de los bienes creados. Hay un sólo motivo allí, su amada H., y un dolor muy personal. Pero las reflexiones creo que bien se aplican a todos los bienes que en este mundo nos es dado gozar a los humanos y que nos son arrebatados de un modo u otro, tanto en la vida personal como social.

Puede leerse terapéuticamente, claro. Y por supuesto ante una pérdida como la que Lewis canta en esta especie de poema tan áspero pero al fin consolador. Aunque la experiencia de un doliente sagaz es benéfica para cualquier doliente y ante cualquier dolor.

Pero me parece también que en tiempos de aflicción y dolor, en tiempos dolorosos, conviene tener a mano un breve recordatorio del modo como el alma transita este valle cuando lo que le toca vivir y las cosas alrededor duelen tanto. Un recordatorio que dice a qué nos enfrentamos cuando el mundo se opaca y lo que nos hacía felices se aja, o se mutila, o se deshace, o se pierde o desaparece.

Hasta casi diría que visto así es un modo infrecuente de oración. Una oración oportuna en tiempos difíciles.

*   *   *


La conversación, como otras en estos tiempos, parece una mera distracción, una gentileza para con el ensimismamiento, para ver de rescatar la mirada hacia las cosas.

Me pregunta qué ser me gustaría ser si no fuera humano.

Pienso inmediatamente en un árbol. Tiento la posibilidad de ser un ser sólo espiritual, un ángel. Restringe las opciones a los corpóreos vivientes y me pregunta inmediatamente si las piedras viven...

No, digo. Pero pienso que su naturaleza pétrea no es corpórea sin más y que su acto de existir tiene algo más que sólo materia.

Y me distraigo y me quedo pensando en cuáles seres, vivos o no, no me gustaría ser.


De pronto me doy cuenta de que, sin quererlo, parece que recorremos el mismo camino que Rubén Darío en Lo fatal:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...


Y ahora me parece ver también que Lewis habló de algo similar y por momentos en el mismo tono.

Aunque llegó más hondo que Darío.