viernes, 1 de junio de 2018

A la distancia


Creo que para darme conversación (porque me ve tan en silencio), alguien me pregunta de pronto si viajaría al espacio, mientras miramos ambos el fuego.

Le digo que no, al rato, sin matices. Se sorprende y me pregunta por qué.


La verdad es que los ángeles que custodian las esferas que giran fuera de la órbita de la Luna me imponen una reverencia que no me permite ni siquiera pensar en viajar al espacio. No tengo curiosidad por esas inmensidades. Siento fascinación por sus formas y distancias y enormidades. Pero no curiosidad. Me basta saber que existen todas esas bellezas inmensas. Y creo que están en buenas manos. Y las del humano no lo son del todo. No debe perturbarse ese misterio y esa inmensidad. Y esa terrible belleza. Lewis dice algo parecido, creo.

Pero.

Hay otra cosa: el Cielo.

Cuando pienso en el espacio, jamás para mí mismo lo nombro cielo. Universo, cosmos, espacio. Y todas sus maravillas y misterios. Y luz. Hasta puede ser el nombre poético de lo que se ve desde este valle. Eso sí.

Pero pensar en el espacio como cielo, no. El Cielo es el Cielo. Y no es el espacio. Y no es el universo.

Lo demás, las inmensidades de luz del entero cosmos, está a distancias que parecen siempre inalcanzables, aunque mucho más lejos que el Cielo, que sí es alcanzable, en cualquier momento. Y no porque sea más fácil llegar. Sino porque es más inmediato. Llegado el caso, Dios primero, más rápido se llega al Cielo que lo que tarda la luz del cosmos en llegar hasta mí desde los sitios recónditos del espacio.


Ahora, apenas una ventana se abre en el horizonte, a la distancia, amenazada por las nubes de llovizna de estos días. Y por un momento veo el cielo, el cielo de los astrónomos o de los poetas. Y en el cielo veo una estrella que no sé dónde estará, ni a qué distancias. Me basta con saber que está. Y que tiene luz y yo lo sé.

Me dicen los astrónomos que puedo estar viendo una luz que ya se ha extinguido. Que la distancia hace eso. Que la luz viaja por el espacio y llega a mí, aun cuando ya no está en ella.

Tendrán razón, pero no les creo del todo. Por razones que no son materia de astrónomos. Y sí en todo caso de los poetas.

Sé que ella está. Y su luz llega a mí porque ella es luz. Aunque ahora sea solamente luz y brille siquiera para que yo sepa que existe la luz.

Aun en el cielo oscuro, aun en medio de las sombras. ¿Por qué dudar de eso? ¿Cómo negarlo?


Viajar al espacio. No.

El espacio viene a mí.

En las dosis y modos que él quiere. Y en el modo conveniente en que me es dado contemplarlo y gozar de su existencia, mientras vista estos ropajes mortales, hasta que el Creador disponga otra cosa.

La estrella, mientras, se oculta. Pero está allí en luz. A la vista u oculta, como por misericordia a veces parece de espaldas. Como ahora, que ha desaparecido y la llovizna ha ganado todo el espacio.

Un día, como quería el querido Chesterton, ya no veremos las espaldas de las cosas y entonces las veremos de frente, cara a cara. Y no habrá más distancia.


Eso es el Cielo.