miércoles, 15 de noviembre de 2017

Requiescam


Como un animal voraz
la muerte me anda siguiendo:
voy a entregarle mi cuerpo
y voy a seguir viviendo.

Jorge Calvetti, Copla


Como una sombra dorada y polvorienta,
la vida pasa ahora.
Y fue antes.

Sobre el muelle desierto, hay palomas que arrullan a las aguas
de un mar de tiempo que se aquieta.

Playas grises y arenas tormentosas de luz
se mecen en el viento de este mundo que se aleja de las manos, 
que a paso firme vaga entre nubes espumosas
y recuerdos puros.


Como sombras doradas, 
como sendas de plata polvorientas, 
así fueron los días
sembrados de los cantos de los hombres felices, 
fecundos en lágrimas,
de corazón ardiente.

Oigo el amor.


Oigo risas de niños que murmuran los nombres de las flores.

Mis ojos van entre los campos,
mis manos tienen la memoria de la piedra,
mi piel todavía guarda el frío del aire,
el derredor del fuego.

Todavía mi piel no es solo mía.


Bajo un árbol del todo florecido, 
como anclado en un puerto de hierba,
con raíces de estrellas,

solo, en silencio, 
sin música ni voces,
sin el beso,
descansaré.  






jueves, 9 de noviembre de 2017

El secreto


Claro que es un secreto
, dijo S. con angustia, un verdadero secreto. Preferiría que no existiera. No saberlo. No tenerlo. No llevarlo. Yo no sé qué hacer con un secreto...

M. miraba el río ancho y turbio con las manos apoyadas en los contrafuertes de cemento. El silencio se llenaba con el vaivén del agua rítmica. Parecía un asunto sencillo. La expresión perdida, desdeñosa, decretaba que había resuelto la cuestión.

Con un secreto, dijo al fin M. la voz muy baja y monótona pero que parecía parodiar una lección de química, solamente puede hacerse alguna de estas tres cosas: callarlo a cal y canto y entonces seguirá siendo un secreto y nadie lo sabrá porque será un secreto, denso y ardiente como el magma de las profundidades o silencioso y frío como una noche de invierno; o divulgarlo, y ya no será algo secreto, pero, y aunque muy degradado y sin gracia, al menos será algo todavía, habrá quedado en la categoría mediocre de la anécdota; pero también un secreto puede ser olvidado por completo y ya no será ni secreto ni nada. Es lo peor que puede pasarle. Si no vale la pena, si su substancia es débil, si es de hoja caduca, el secreto se olvidará y desaparecerá, se disolverá día tras día, año tras año y se hundirá como esa ramita... 

Ahora se acodaba en el contrafuerte y parecía mirar de veras una rama endeble que apenas flotaba allá abajo sobre el marrón del agua.

No es para nada fácil. Se necesita algo de lucidez y un poco bastante de coraje, es verdad, dijo M. como si mantuviera otra conversación con alguien más. Sólo hay que guardar los secretos que importe recordar, los que valgan la pena de callarlos, de guardarlos en secreto, aunque muerdan desde adentro. Los demás no merecen siquiera la gloria poco heroica de ser expuestos a la luz del día o a la cerrazón de la noche...

S. oía con avidez nerviosa mientras su corazón se debatía irresoluto y apremiado. Nada de lo que oía le servía para mitigar el miedo y la desazón. Miró con nostalgia el horizonte más allá del río y vio la tormenta que trotaba hacia el oeste, a punto de desbocarse.

¿Lloverá?, preguntó con un interés poco convincente.

M. entendió que la pregunta sólo buscaba alivio, como si la lluvia pudiera lavarle la tristeza y el miedo. Como si un trueno pudiera aturdir lo suficiente el grito sordo de una confidencia mal llevada o de una historia muda y terrible. Empezó a soplar el aire. M. se encogió de hombros con una sonrisa, levantó la vista al horizonte, barriendo con los ojos entornados la línea de nubarrones, tal un cazador que busca el blanco. Volvió a levantar los hombros meneando apenas la cabeza como ante lo irremediable, sonriendo con desgano. Y ya no le contestó.


De El camino frágil (obra inédita), fragmento.




miércoles, 8 de noviembre de 2017

Las consecuencias


Amor con amor se paga.

Un pasaje de la Autobiografía de G. K. Chesterton, en el que relata la situación de su espíritu en su juventud, concluye así:
El ateo me decía con prosopopeya que no creía en la existencia de Dios; pero había momentos en que yo no creía ni siquiera en la existencia del ateo.

Creo que el ateo no se habrá quejado en absoluto.

Es un buen gesto ser consecuente. Y hasta es una fina cortesía.

Por ejemplo, ignorar al escéptico.

Amor con amor se paga.




sábado, 4 de noviembre de 2017

Hora de partir



A veces, los signos son prepotentes.

Se los supone sutiles. Sugerentes. Sutilmente significativos. Y de hecho suelen ser así por naturaleza.

Pero a veces no.

Y es cuando uno se pregunta si no están hablando en voz demasiado alta.

Y no es tanto que uno no quiera oír. Son ellos más bien los que parecen tener un afán incontenible de anunciarse.

*   *   *

En estos días, unas enormes máquinas han cavado la calle, cuadras enteras de mi calle, removiendo la tierra con furia, como Miguel Hernández con la tumba de Sijé, en Orihuela, pero con un empeño muy menos noble.

Unos hombres vinieron. Cortaron árboles, mutilaron fresnos, mi jacarandá, robles, tilos. Todo para abrirse paso y abrirles paso a unas manos de hierro monstruosas y ávidas, que auguran destinos de cemento y asfalto.

Unos carteles de un verde refrescante y municipal, rezan por doquier una frase dudosa: Estamos trabajando para usted... disculpe las molestias.

No para mí.

Entonces, recorriendo ayer y hoy la traza casi toda de tierra y con un poco de mejorado aquí y allá, surcando esa vía que va casi de ninguna parte a ninguna parte, vi signos esparcidos a diestra y siniestra. Su misma traza lo es, ya trozada y destrozada para ser reconstruida en una lápida infeliz.

Dicen que son mejoras y progreso. Signos de mejoras y progreso.

Pero yo no veo eso.

Hace tiempo que veo en esto y aquello, adentro y afuera, arriba, abajo, a los costados, cómo estallan los signos como en un campo minado.


Y es así como pensé que tal vez ya venga siendo la hora de partir.

Adonde fuere, como fuere.

Para lo que fuere.