sábado, 11 de junio de 2016

Por temor a los judíos (II)




De los 21 capítulos del evangelio de san Juan, en 14 de ellos hay menciones específicas de esta pulseada trágica, de esta persecución de la que estoy hablando. En total son unas 20 menciones directas. Pero, si se cuentan las alusiones, el asunto recorre de punta a punta todo el relato. Porque la cuestión está presente no pocas veces en los sermones, enseñanzas y discursos de Jesús que acumula san Juan en su Evangelio.

Es evidente que no es un episodio aislado y que es algo más que un dato de las circunstancias en las que se desarrolló la vida pública de Jesús. Es un asunto y es a la vez un clima. Pero me es evidente además que en su repetición hay algo para considerar.

Y puede considerarse este asunto en tres tiempos: el contemporáneo a Jesús, la Cabeza, en el que es el protagonista casi excluyente, si no fuera porque sus discípulos, seguidores y allegados, sienten los efectos de lo mismo; hay un segundo tiempo que es el tiempo histórico del Cuerpo de esa Cabeza, la Iglesia; un tercer tiempo es el que anticipan estas menciones y es el de la Parusía, el de la Segunda Venida. No puedo hacer aquí un detalle cronológico de estos dos últimos tiempos, porque es éste un comentario apenas tipológico, en todo caso.

Por lo pronto, aquí dejo los episodios y pasajes que no mencioné en la primera parte. Los dejo sin el detalle de las circunstancias y contexto, sólo como enumeración esta vez; la tarea la completará el lector, si es de su interés e hiciera falta.

Cuando Jesús se enteró de que los fariseos habían oído decir que él tenía más discípulos y bautizaba más que Juan
—en realidad él no bautizaba, sino sus discípulos—
dejó la Judea y volvió a Galilea. (4, 1-3)

Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. (5, 18)

"¿Acaso Moisés no les dio la Ley?
Pero ninguno de ustedes la cumple.
¿Por qué quieren matarme?"
(7, 19)

Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar?
¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías?
Pero nosotros sabemos de dónde es éste; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es"
.
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó:
"¿Así que ustedes me conocen
y saben de dónde soy?
Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta;
pero el que me envió dice la verdad,
y ustedes no lo conocen.
Yo sí lo conozco,
porque vengo de él
y es él el que me envió"
.
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.
Muchos de la multitud creyeron en él y decían: "Cuando venga el Mesías, ¿podrá hacer más signos de los que hace este hombre?"
Llegó a oídos de los fariseos lo que la gente comentaba de él, y enviaron guardias para detenerlo. (7, 25-32)

Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta".
Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea?
¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?"

Y por causa de él, se produjo una división entre la gente.
Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.
Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?"Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre".
Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar?
¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él?
En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita"
.
Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo:
"¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?"
Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta".
Y cada uno regresó a su casa. (7, 40-53)

"Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham,
pero tratan de matarme
porque mi palabra no penetra en ustedes"
. (8, 37)

Ellos le replicaron: "Nuestro padre es Abraham". Y Jesús les dijo:
"Si ustedes fueran hijos de Abraham,
obrarían como él.
Pero ahora quieren matarme a mí,
al hombre que les dice la verdad
que ha oído de Dios.
Abraham no hizo eso.
Pero ustedes obran como su padre"
. (8, 39-41)

Los judíos le dijeron: "Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?"Jesús respondió:
"Les aseguro
que desde antes que naciera Abraham,
Yo Soy"
.
Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo. (8, 57-59)

"El Padre me ama
porque yo doy mi vida
para recobrarla.
Nadie me la quita,
sino que la doy por mí mismo.
Tengo el poder de darla
y de recobrarla:
este es el mandato que recibí de mi Padre"
.
A causa de estas palabras, se produjo una nueva división entre los judíos.
Muchos de ellos decían: "Está poseído por un demonio y delira. ¿Por qué lo escuchan?"
Otros opinaban: "Estas palabras no son de un endemoniado. ¿Acaso un demonio puede abrir los ojos a los ciegos?" (10. 17-21)

"El Padre y yo somos una sola cosa".
Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?"Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios". (10, 30-33)

"¿Cómo dicen: "Tú blasfemas",
a quien el Padre santificó y envió al mundo,
porque dijo:
"Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre,
no me crean;
pero si las hago,
crean en las obras,
aunque no me crean a mí.
Así reconocerán y sabrán
que el Padre está en mí
y yo en el Padre"
.
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. (10, 36-40)

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos.
Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación"
.
Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada.
¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?"

No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación,
y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.
A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús.
Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí permaneció con sus discípulos.
Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse.
Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: "¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?"
Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo. (11, 45-57)

Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él. (12, 9-11)

La multitud que había estado con Jesús cuando ordenó a Lázaro que saliera del sepulcro y lo resucitó, daba testimonio de él.
Por eso la gente salió a su encuentro, porque se enteraron del signo que había realizado.
Los fariseos se dijeron unos a otros: "¿Ven que no adelantamos nada? Todo el mundo lo sigue". (12, 17-19)

Después de hablarles así, Jesús se fue y se ocultó de ellos.
A pesar de los muchos signos que hizo en su presencia, ellos no creyeron en él.
Así debía cumplirse el oráculo del profeta Isaías, que dice:
Señor, ¿quién ha creído en nuestra palabra?
¿A quién fue revelado el poder del Señor?

Ellos no podían creer, porque como dijo también Isaías:
El ha cegado sus ojos
y ha endurecido su corazón,
para que sus ojos no vean
y su corazón no comprenda,
para que no se conviertan
ni yo los cure.

Isaías dijo esto, porque vio la gloria de Jesús y habló acerca de él.
Sin embargo, muchos creyeron en él, aun entre las autoridades, pero a causa de los fariseos no lo manifestaban, para no ser expulsados de la sinagoga.
Preferían la gloria de los hombres a la gloria de Dios. (12, 36-43)

"Les dejo la paz,
les doy mi paz,
pero no como la da el mundo.
¡No se inquieten ni teman!"
(14, 27)

"Si el mundo los odia,
sepan que antes me ha odiado a mí.
Si ustedes fueran del mundo,
el mundo los amaría como cosa suya.
Pero como no son del mundo,
sino que yo los elegí y los saqué de él,
el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije:
el servidor no es más grande que su señor.
Si me persiguieron a mí,
también los perseguirán a ustedes;
si fueron fieles a mi palabra,
también serán fieles a la de ustedes.
Pero los tratarán así a causa de mi Nombre,
porque no conocen al que me envió.
Si yo no hubiera venido
ni les hubiera hablado,
no tendrían pecado;
pero ahora su pecado no tiene disculpa.
El que me odia, odia también a mi Padre.
Si yo no hubiera hecho entre ellos
obras que ningún otro realizó,
no tendrían pecado.
Pero ahora las han visto,
y sin embargo, me odian a mí y a mi Padre,
para que se cumpla lo que está escrito en la Ley:
Me han odiado sin motivo.
Cuando venga el Paráclito
que yo les enviaré desde el Padre,
el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre,
él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio,
porque están conmigo desde el principio"
. (15, 18-27)

"Te aseguro
que cuando eras joven,
tú mismo te vestías
e ibas a donde querías.
Pero cuando seas viejo,
extenderás tus brazos,
y otro te atará
y te llevará a donde no quieras"
.
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme". (21, 18-19)

Hasta donde puedo ver, no percibo reproches en las palabras de san Juan y en las del Maestro de Juan. Y me resulta curioso. Unas cuantas veces los discípulos y seguidores tienen actitudes pusilánimes y ceden a la presión y a la encerrona manifiesta o larvada -siempre presente, por lo que se ve- de las cabezas religiosas de Israel. Viendo el talante y la presencia de ánimo de su Maestro, bien podría suponerse alguna especie de constante decepción o molestia por la falta de coraje de sus discípulos. O enojo liso y llano. Son tópicas ya las veces en que parece que Jesús se enoja o molesta con sus discípulos. La inadvertencia de la misión redentora, el propio origen de Jesús y su naturaleza divina, las pasiones diríamos de corte político de algunos de ellos, cierta inmanencia, el uso imprudente o inadecuado de los poderes que vienen de lo alto, la simple cobardía ante las amenazas, la presencia traicionera de quien lo iba a vender, pero también la presencia espiritualmente inconsistente de sus discípulos fieles; de principio a fin, la incomprensión. No, ocasiones no faltaron.

Sin embargo, insisto, no percibo en el relato de san Juan la intención de confrontar ese mundo amenazante que rodea a Jesús y a los suyos, precisamente con la falta de estatura de los suyos. Más allá de cualquier otra consideración, es claro que san Juan ha entendido, al momento de redactar su evangelio, que la muerte -y la resurrección- de Jesús era central, el eje y la finalidad misma de la Encarnación.

Pero no hay que olvidar el hecho, además, de que, mientras seguían al Maestro, seguir a Jesús significaba claramente para todos ellos oponerse a las autoridades religiosas de su pueblo. Pueblo y fe a los que todos ellos pertenecían y de lo que no veían que tuvieran que renegar. Y es esa la cuestión. Por temor a los judíos es aquí, inmediatamente y en primer lugar, cosa de judíos. Son judíos que siguen a un judío por unas determinadas razones -que, entiendan más o menos, son razones religiosas-, y al cual siguen con clara percepción del riesgo y con el consecuente temor: por temor a los judíos. Y así es hasta Pentecostés.

Las menciones en este Evangelio -que he puesto aquí- dejan claro que se trata de una pulseada al interior de Israel y su fe. No son egipcios, babilonios, ni siquiera samaritanos. No son infieles o bárbaros. Si acaso, apenas son galileos (cosa que Jesús no es, pues nació en Belén de Judea).

Ahora bien.

Tampoco creo que se trate de una simple cuestión de judeidad. Ciertamente, es primero una cuestión de judeidad y judaísmo. Pero si al menos es eso -y lo es por razones que importan a la propia divinidad de Jesús y su calidad mesiánica, prometida al pueblo judío, que el mismo Padre formó-, no es solamente eso.

Es allí entonces donde la expresión típica -por temor a los judíos- adquiere su carácter tipológico, según creo. Y allí veo que los tiempos de la expresión típica, que mencioné más arriba, se hacen más patentes.

Entonces, en conclusión provisional, ya no se trataría solamente de judíos, cuando, a lo largo de la historia y yendo a la Parusía, se dice y puede repetirse la expresión por temor a los judíos, aplicada a lo que piensen, sientan, crean o hagan los discípulos de Jesús.


Queda hacer tal vez un comentario más a propósito de esto mismo.


No ahora, se entiende, que ya se vino largo este comentario.