martes, 28 de junio de 2016

Por temor a los judíos (III y final)




El asunto parece materia que se hinca en el corazón religioso de Israel. Y lo es. No hay que olvidarlo ni confundirse. Y así como lo fue entonces, lo es ahora y lo será antes de que Él vuelva.

Allí está el testimonio de san Juan. Testimonio machacón, se diría y no lo es, porque es central. Pero si Juan no lo dijera, si no lo dijera el Testamento Nuevo, lo gritan las propias Escrituras antiguas. Y Jesús, más que ninguno, porque Él es el centro mismo de toda la cuestión y fue a Israel mismo a quien primero le dijo quién era y a qué había venido. Y de dónde.

En tiempos de Jesús, ciertamente, es éste un asunto entre sacerdotes, doctores, escribas, maestros de las escrituras, fariseos, saduceos. Y hasta políticos y revolucionarios. Caudillos y secuaces que tienen en la piel ardida tanto el recuerdo de pasadas y presentes dominaciones humillantes, esclavitudes y deseos de vindicta, como tienen a la vista las promesas del Libro y las promesas enteras que Dios les hiciera desde Abraham hasta sus días. Todos ellos tienen los ejemplos y símbolos de patriarcas, jueces y reyes; y sobre todo de los profetas, precisamente esa piedra de toque que Jesús no deja de citarles una y otra vez y que tanta irritación les causa.

Lo simbólico y lo profético es axial en todo este asunto. Alrededor de ambas cosas, que constituyen las dos caras de un mismo eje que es la realidad misma del Mesías único y verdadero que Él es, Jesús lleva adelante sus días de predicación y, al final, sus días mayores de Pasión, Muerte, Resurrección y Gloria.

Porque desde los tiempos del Edén está figurada la llegada del que habrá de restaurar todo lo que ha sido dañado. Y si uno quisiera ir antes de antes, en la eternidad divina ya estaba el Verbo y hay que volver a san Juan para leer en su Prólogo cuán lejos se extiende la raíz de lo creado y cuánto ha hecho el Creador para restaurar lo que el Otro ha querido destruir y malversar. En cierto modo, el primer profeta es el mismo Padre, si se me permite decirlo así. Y el Hijo, después, especialmente -para nosotros- el Hijo Encarnado. Y todo lo que se ha dicho y revelado recorre el tiempo desde el principio, en que no había tiempo, hasta el fin, en el que ya no habrá.

Pero.

Ya con la llegada de Jesús a este mundo, frente a esa voluntad divina se levanta otra voluntad, como parida en el seno mismo de su pueblo, su viña. Y es el caso que por acción de esa voluntad temen aquellos que esperan a Jesús y aquellos que siguen a Jesús: un hombre tenía una viña en la que había unos viñadores malvados cuando llegó la vendimia, el mismo hombre seguramente que plantó en ella una higuera que por tres años no le dio fruto alguno...

Jesús no teme, ya está dicho. No Él. Sí los suyos, los que están cerca, los que quieren acercarse, y aun los que querrían acercarse y no lo hacen por ese temor.

Y es allí donde aparece con mayor fuerza el símbolo para aquellos que, decenios, siglos y milenios después, perciben -y sufren- renovadamente alguna amenaza que les produce temor. Y un enorme y agrio temor.

¿Es todavía el temor a los judíos? No necesariamente a ellos. No sólo a ellos. ¿Habrá de reeditarse esa misma expresión con el mismo sentido que tiene en los dichos de san Juan, literalmente? Puede ser, bien puede ser. Y en algo lo será. Porque en el tiempo rebota simbólica y proféticamente la expresión de Caifás y de otros. Y aquella expresión no ha sido derogada. Pero el sentido de la expresión es tan simbólico como profético, y lo es precisamente por aquello que quienes buscan su muerte quieren matar en Él.

Jesús murió, es verdad. Lo mataron finalmente. O da su vida en sacrificio, más exacamente dicho: Nadie me quita la vida. Pero si Jesús murió, no muere más: resucitó. Está vivo y venció a la muerte. Suyo es el reino, el poder y la gloria, por siempre. Pero eso no quiere decir que la voluntad de matarlo haya desaparecido. Y si Él ya no muere más, los suyos -que son Él en algún sentido y son miembros de su propio Cuerpo- sí pueden morir, y si deben morir por imperio de esa voluntad.

Entonces, quienes son suyos, quienes forman parte de su Cuerpo, también deben morir, también sobre ellos pesa el designio. Porque son suyos.

Y es así como aquellos que fueron suyos desde que Él apareció en este mundo y hasta el fin del tiempo, temen a los judíos.

Desde la visita de los sabios de Oriente y la huida a Egipto hasta que Él vuelva.

*   *   *

Así como en la expresión por temor a los judíos se aglutinan, simbólica y proféticamente, otras realidades y no sólo los judíos, del mismo modo temor no es solamente el miedo, así como el verbo morir significa más de una cosa.

Ya el sólo temor es en ocasiones una forma de morir, y atemorizar es una forma de matar.

Se equivocará quien suponga que el temor tiene invariablemente la cara torva, que temer es temblar solamente o atemorizar es sólo hacer temblar. Hay quienes ríen por temor. Hay quienes ignoran por temor. Hay quienes hasta se entristecen preventivamente y siempre por temor. Incluso por temor al temor y no es un juego tonto de palabras.

Siempre hay temor cuando algún mal paraliza y lo deja a uno como muerto, inerme, inane. A veces, y como la esperanza es aneja a la fortaleza, el temor corre parejo con la desesperanza, la desesperación, que también paraliza y ancla la mirada en la oscuridad.

Hay muertes distintas y de toda laya. La desesperación es una forma de ella. Pero hay en ocasiones desesperaciones dulces y tibias, como dicen que es la muerte en las alturas heladas, en medio de la nieve, donde se adormece uno cuando las fronteras de su cuerpo ya parecieran no dejar pasar el frío (por inertes) y, en la inmovilidad de los congelados, se diría que uno ha encontrado un tibio refugio interior. Hasta que toda luz se apaga y no queda ya ningún calor.

El temor puede empujarnos a la muerte, también, como en las desmañadas furias del desesperado que ya no puede soportar ese goteo ácido del tiempo que lacera el alma con la tristeza y el dolor: el espiritual más que ninguno, se entiende.

El temor puede llevar a la desesperación y la desesperación puede llevar a una carcajada, tan sonora como triste. Eso también puede pasar. Un intento desesperado por aturdir al corazón y velar sus temores.

Como también están las falsas esperanzas. O las esperanzas con doble fondo. En la superficie, un sufrido asentimiento, una como piadosa resignación ante el viento fétido y cruel de una historia. Mientras, bajo capa, se guardan secretamente las expectativas de logros inmanentes, una muy oculta y disimulada espera de que ya llegarán aquí los tiempos más benignos, y ya no será necesario morir, de ninguna muerte, como si todo esto fuera una prueba: soportar estos dolores para que se nos den después aquellos primores...aquí. No estuvieron exentos de estas esperanzas de doble fondo los apóstoles mismos: esperando que en cualquier momento Jesús inaugurara el reino que viene y viene pronto, apuntándose para algún cargo en ese reino; incluso blandiendo cuando no corresponde una espada horizontal contra los enemigos, cuando en realidad se trata de un asunto vertical y no horizontal.

A contraluz, las circunstancias de esas expectativas -y tantas otras cosas- son de algún modo también ellas una especie de judíos. Por temor a la derrota y al escarnio y al dolor histórico de la muerte civil o religiosa en este mundo (muerte que significa tanto la persecución cruenta como la incruenta, tanto el desprecio como la intemperie y el fracaso histórico), hay quienes se esconden, incluso de sí mismos, o quienes se pliegan a sus perseguidores ocultándose de ellos, procurando que no los distingan en nada de la masa de los que no esperan, de los que no conocen a Jesús, de los que no saben quién es. Como si Él mismo no hubiera avisado: Los tratarán así a causa de mi Nombre.

Porque, además del literal temor a los judíos, hay toda otra clase de temores, como hay toda otra clase de judíos.

El resultado es el mismo.

En cada tiempo, ya se ha dicho, ese temor se reedita. Recorre el entero tiempo de los hombres en este valle y así será hasta que Él vuelva.

*   *   *

Pero así como dije que es tan simbólico como profético ese temor a los judíos, lo es también la respuesta a ese temor. 

Y esa respuesta está fuertemente dicha en Pentecostés, como está en el episodio de los discípulos de Emaús. Como está en el temple de las mujeres que acompañaron a Jesús hasta después de su muerte y anunciaron la Resurrección a los varones.

Y está en la figura del discípulo amado al pie de la Cruz, solo, junto a ellas.

Y está, por cierto, en la Madre de Jesús.

A Ella se le anunció primero el cumplimiento de la Promesa: la presencia de Jesús entre los hombres. Y entre las primeras palabras con las que el Ángel Gabriel la saludó, le dijo: El Señor está contigo. No temas.

Y no temió. Y así fue como Ella concibió al Mesías en su seno. Y Él nos redimió.

*   *   *

Sin embargo, curiosamente, estando ya Jesús con nosotros y sabiendo que se ha cumplido la promesa de que nos daría el Padre un Redentor y Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin; aun así, mientras estamos en este mundo, mientras todo alrededor parecen derrumbarse las murallas de la ciudad y partirse en dos el Templo, mientras vemos cómo el viento barre las ruinas de lo que alguna vez fue en su Nombre grande y noble y bello, mientras vemos las sombras de los demonios de este mundo y del otro pisotear esas ruinas polvorientas ululando y maldiciendo y babeando, mientras oímos por todas partes el aullido de rabia de los que sin sosiego todavía Lo buscan para matarlo; aun así, aun cuando sabemos que quienes lo buscan para matarlo ignoran que Él ya no muere más y nosotros con Él -y por Él- aunque nos maten; con todo y eso todavía nos escondemos como los suyos lo hicieron, pero ahora en la casa de puertas cerradas de nuestras perplejidades y tristezas y angustias.


Y eso mismo, como entonces, igual pero distinto, por temor a los judíos.





 

viernes, 17 de junio de 2016

Papelito (V y final)




Lo cotidano aturde. Y así queda el pobre quidam de a pie: aturdido.

Si tuviera tiempo (el de afuera y el de adentro), tal vez podría zambullirse en simples reflexiones, nada complejo. Algo sencillo que le permitiera discernir. Pero no podrá, no fácilmente al menos. Una de las notas definitorias de lo moderno ut sic es la velocidad, el abarrotamiento mental y sensible: el aturdimiento por mucho disperso y sin jerarquía y por demasiado rápido.

Golpes, sopapos. Estar conectado permanentemente a 380 voltios.

Al amparo de semejante empacho, unos y otros trabajan sobre su imaginación y sobre su razonamiento menguado. Unos para decirle que sí, otros para decirle que no. Todos para decirle que en definitiva su y su no valen nada.

*  *  *

Hace ya casi 10 años (me disculpe Ud. la cita propia... y que no sea breve), un asunto me trajo a la memoria a Chesterton y su libro Lo que está mal en el mundo. Y como el asunto y la cita vienen a cuento, aquí va.
En 1910, (G. K. Chesterton) en What's Wrong with the World?, hablaba de la propiedad, asunto que importa por demás a los dos antagonistas, capitalistas y socialistas.
La propiedad es, escuetamente, el arte de la democracia. Significa que cada hombre debería poseer algo que él puede modelar a su imagen y semejanza, como él mismo está modelado a imagen y semejanza de Dios. Y porque él no es Dios, sino una imagen esculpida de Dios, sus propias expresiones deben operar dentro de límites, dentro de límites rigurosos y aun estrechos.

Me doy perfecta cuenta de que la palabra "propiedad" ha sido contaminada en nuestro tiempo por la corrupción de los grandes capitalistas. Si se escuchara lo que se dice, resultaría que los Rotschilds y los Rockefeller son partidarios de la propiedad. Pero es obvio que son sus enemigos, porque son enemigos de sus limitaciones. No desean su propia tierra, sino la ajena. Cuando sacan el mojón del vecino, sacan también el propio. El hombre que ama una pequeña parcela triangular debería amarla porque es triangular; cualquiera que le altere la forma es un ladrón que le ha robado el triángulo. El hombre que sienta la verdadera poesía de la posesión desea ver la pared donde su jardín se encuentra con el de Smith, el cerco donde su granja se encuentra con la de Brown. No podrá ver la forma de su propia tierra hasta que no vea los linderos de la de su vecino. Resulta la negación de la propiedad que el duque de Sutherland tenga todas las granjas de su condado, como sería la negación del matrimonio que tuviera todas nuestras esposas en un harén...
Cuenta, poco más adelante, la historia de su nunca abandonado hombre común -"llamémosle Jones"- que "siempre ha deseado las cosas divinamente ordinarias; se ha casado por amor, ha elegido o edificado una casita que le va como anillo al dedo; está listo para ser abuelo y patriarca del lugar. Y precisamente cuando a eso se encamina, algo comienza a andar mal. Alguna tiranía personal o política repentinamente lo desaloja del hogar y tiene que sentarse en el cordón de la vereda".

Ahora se lo disputan el socialismo y el capitalismo. Ambos lo quieren en la vereda. Lo quieren en la calle, que unos llamarán la "vía del progreso y de la civilización" y otros "el escenario de la lucha". Irá a la fábrica, será esclavo del salario y del empleo porque le han dicho que así se construye la gran gesta de la economía. Otros, en la vereda de enfrente, una vez que es esclavo, le explicarán que "por fin se ha metido en la vida real de las empresas económicas; su lucha con el propietario será la única cosa de la cual, en el sublime futuro, sobrevendrá la riqueza de los pueblos..."

En este caso, está en las manos de la "república socialista, igualitaria, científica, poseída por el Estado y gobernada por funcionarios públicos. En una palabra, la comunidad del sublime futuro".

Futuro, claro, sólo en apariencia comunitario, mas claramente individualista en la medida que sea verdaderamente carne de esa revolución, la revolución del progreso y el bienestar o la de la sociedad sin clases de ninguna clase.

En ese futuro vivirá solo, pues lo han apartado de su familia y de su ámbito natural para vivir hacinado- y en el mejor de los casos engordado como un ganso, un pavo, un chancho...- en manos de su protectores. Protectores que podrán ser capitalistas o socialistas, pero siempre pertenecerán a la misma clase de hombres, aquellos que practican "la gran herejía moderna de alterar el alma del hombre para adecuarse a sus condiciones de vida en vez de alterar sus condiciones de vida para adecuarse a su alma".

En el fondo de su corazón, el hombre común atiborrado de mensajes contradictorios, despersonalizado, todavía tiene como un eco de angustia. El no sabe de dónde le viene -y hoy menos que en 1910- esa desazón. ¿Por qué, parece preguntarse Jones, estoy tan mal si estoy arañando la prosperidad del futuro que me prometieron? ¿Por qué, dirá nuestro Jones del tercer milenio, me deprimo y no le encuentro ni sabor ni finalidad a la vida? Una vida tan llena de regalos, de prosperidades, de promesas y felicidades...
Hay, sin embargo, signos de que el incomprensivo Jones todavía sueña de noche con su vieja fantasía de tener un hogar formal. Pedía tan poco y le ofrecieron tanto...Lo querían sobornar con un universo y con grandes sistemas, le ofrecieron el Edén y la Nueva Jerusalén y él sólo quería una casa. Pero la casa, se la negaron.

Entonces.

La gente te va a odiar.

No lo sé, vea. Lamentablemente, la gente ama y odia por razones extravagantes tantas veces. Razones frívolas o pusilánimes. Es el aire del tiempo. La lista de los amores y de los odios podría hacerse hoy por hoy como se quiera. Los criterios dan un mismo resultado decepcionante.

¿Quiere verlo en las preferencias políticas de la gente cuando vota? ¿Quiere verlo en las preferencias económicas, artísticas, culinarias, deportivas, sexuales, religiosas? ¿Quiere verlo en su forma de divertirse o entretenerse, en su forma de informarse, en su forma de formarse opinión del entero cosmos, en su forma de educarse, de educar a sus hijos, de tratar a sus viejos?

¿Dónde quiere ver lo que la gente ama u odia? ¿Dónde quiere ver lo que valen el amor o el odio de la gente?

Si ese amor u odio son el fiel y la pesa que mueve el fiel de la balanza, todo a la vez, ¿qué resultado creería Ud. que podría obtener de esa medición?

Amores y odios pautados, disciplinados, dirigidos, manipulados, contranatura.

Cuando alguien dice
No hay que ajustar
La gente te va a odiar
está diciendo algo perverso y no importa nada la cuota de verdad o falsedad de las dos proposiciones, por separado o juntas. El detalle de su causalidad es la clave de la insidia y de la perfidia del emisor. Que parece saber qué le importa al receptor y cómo y cuánto le importa.

Porque su interés primero y último no es la justicia, el bien común. Nones.

La gente es la amenaza y la puja a la vez: la gente es el campo de batalla, es la munición y es el botín al mismo tiempo.

Para el que lo dice. Para el que lo recibe.

*  *  *

El bueno del señor Jones de Chesterton (la gente del papelito) está sentado en la vereda. En una calle oscura y fría del laberinto pestilente en el que no hay sólo un Minotauro. Y si llegara a pasar que es uno solo, es uno de varias cabezas y varios cuerpos. Y varias furias y los mismos rigores, al final de la cuenta.

Para que pueda salir de ese laberinto, Jones debería levantar la cabeza alguna vez y ver que de los laberintos se sale por arriba.

Infinidad de voces y ecos vanos lo retienen con la vista (y el alma) clavada en el barro de este mundo.

El papelito es una de esas voces vanas, uno de esos ecos. Apenas uno. Hay infinidad por todas partes, y vienen de los cuatro vientos.

Ninguno de esos vientos es tan viento que despeje el aire nauseabundo del laberinto.

Hasta que venga uno que lo haga.





sábado, 11 de junio de 2016

Por temor a los judíos (II)




De los 21 capítulos del evangelio de san Juan, en 14 de ellos hay menciones específicas de esta pulseada trágica, de esta persecución de la que estoy hablando. En total son unas 20 menciones directas. Pero, si se cuentan las alusiones, el asunto recorre de punta a punta todo el relato. Porque la cuestión está presente no pocas veces en los sermones, enseñanzas y discursos de Jesús que acumula san Juan en su Evangelio.

Es evidente que no es un episodio aislado y que es algo más que un dato de las circunstancias en las que se desarrolló la vida pública de Jesús. Es un asunto y es a la vez un clima. Pero me es evidente además que en su repetición hay algo para considerar.

Y puede considerarse este asunto en tres tiempos: el contemporáneo a Jesús, la Cabeza, en el que es el protagonista casi excluyente, si no fuera porque sus discípulos, seguidores y allegados, sienten los efectos de lo mismo; hay un segundo tiempo que es el tiempo histórico del Cuerpo de esa Cabeza, la Iglesia; un tercer tiempo es el que anticipan estas menciones y es el de la Parusía, el de la Segunda Venida. No puedo hacer aquí un detalle cronológico de estos dos últimos tiempos, porque es éste un comentario apenas tipológico, en todo caso.

Por lo pronto, aquí dejo los episodios y pasajes que no mencioné en la primera parte. Los dejo sin el detalle de las circunstancias y contexto, sólo como enumeración esta vez; la tarea la completará el lector, si es de su interés e hiciera falta.

Cuando Jesús se enteró de que los fariseos habían oído decir que él tenía más discípulos y bautizaba más que Juan
—en realidad él no bautizaba, sino sus discípulos—
dejó la Judea y volvió a Galilea. (4, 1-3)

Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. (5, 18)

"¿Acaso Moisés no les dio la Ley?
Pero ninguno de ustedes la cumple.
¿Por qué quieren matarme?"
(7, 19)

Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar?
¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías?
Pero nosotros sabemos de dónde es éste; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es"
.
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó:
"¿Así que ustedes me conocen
y saben de dónde soy?
Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta;
pero el que me envió dice la verdad,
y ustedes no lo conocen.
Yo sí lo conozco,
porque vengo de él
y es él el que me envió"
.
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.
Muchos de la multitud creyeron en él y decían: "Cuando venga el Mesías, ¿podrá hacer más signos de los que hace este hombre?"
Llegó a oídos de los fariseos lo que la gente comentaba de él, y enviaron guardias para detenerlo. (7, 25-32)

Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta".
Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea?
¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?"

Y por causa de él, se produjo una división entre la gente.
Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.
Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?"Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre".
Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar?
¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él?
En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita"
.
Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo:
"¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?"
Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta".
Y cada uno regresó a su casa. (7, 40-53)

"Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham,
pero tratan de matarme
porque mi palabra no penetra en ustedes"
. (8, 37)

Ellos le replicaron: "Nuestro padre es Abraham". Y Jesús les dijo:
"Si ustedes fueran hijos de Abraham,
obrarían como él.
Pero ahora quieren matarme a mí,
al hombre que les dice la verdad
que ha oído de Dios.
Abraham no hizo eso.
Pero ustedes obran como su padre"
. (8, 39-41)

Los judíos le dijeron: "Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?"Jesús respondió:
"Les aseguro
que desde antes que naciera Abraham,
Yo Soy"
.
Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo. (8, 57-59)

"El Padre me ama
porque yo doy mi vida
para recobrarla.
Nadie me la quita,
sino que la doy por mí mismo.
Tengo el poder de darla
y de recobrarla:
este es el mandato que recibí de mi Padre"
.
A causa de estas palabras, se produjo una nueva división entre los judíos.
Muchos de ellos decían: "Está poseído por un demonio y delira. ¿Por qué lo escuchan?"
Otros opinaban: "Estas palabras no son de un endemoniado. ¿Acaso un demonio puede abrir los ojos a los ciegos?" (10. 17-21)

"El Padre y yo somos una sola cosa".
Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?"Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios". (10, 30-33)

"¿Cómo dicen: "Tú blasfemas",
a quien el Padre santificó y envió al mundo,
porque dijo:
"Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre,
no me crean;
pero si las hago,
crean en las obras,
aunque no me crean a mí.
Así reconocerán y sabrán
que el Padre está en mí
y yo en el Padre"
.
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. (10, 36-40)

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos.
Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación"
.
Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada.
¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?"

No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación,
y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.
A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús.
Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí permaneció con sus discípulos.
Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse.
Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: "¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?"
Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo. (11, 45-57)

Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él. (12, 9-11)

La multitud que había estado con Jesús cuando ordenó a Lázaro que saliera del sepulcro y lo resucitó, daba testimonio de él.
Por eso la gente salió a su encuentro, porque se enteraron del signo que había realizado.
Los fariseos se dijeron unos a otros: "¿Ven que no adelantamos nada? Todo el mundo lo sigue". (12, 17-19)

Después de hablarles así, Jesús se fue y se ocultó de ellos.
A pesar de los muchos signos que hizo en su presencia, ellos no creyeron en él.
Así debía cumplirse el oráculo del profeta Isaías, que dice:
Señor, ¿quién ha creído en nuestra palabra?
¿A quién fue revelado el poder del Señor?

Ellos no podían creer, porque como dijo también Isaías:
El ha cegado sus ojos
y ha endurecido su corazón,
para que sus ojos no vean
y su corazón no comprenda,
para que no se conviertan
ni yo los cure.

Isaías dijo esto, porque vio la gloria de Jesús y habló acerca de él.
Sin embargo, muchos creyeron en él, aun entre las autoridades, pero a causa de los fariseos no lo manifestaban, para no ser expulsados de la sinagoga.
Preferían la gloria de los hombres a la gloria de Dios. (12, 36-43)

"Les dejo la paz,
les doy mi paz,
pero no como la da el mundo.
¡No se inquieten ni teman!"
(14, 27)

"Si el mundo los odia,
sepan que antes me ha odiado a mí.
Si ustedes fueran del mundo,
el mundo los amaría como cosa suya.
Pero como no son del mundo,
sino que yo los elegí y los saqué de él,
el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije:
el servidor no es más grande que su señor.
Si me persiguieron a mí,
también los perseguirán a ustedes;
si fueron fieles a mi palabra,
también serán fieles a la de ustedes.
Pero los tratarán así a causa de mi Nombre,
porque no conocen al que me envió.
Si yo no hubiera venido
ni les hubiera hablado,
no tendrían pecado;
pero ahora su pecado no tiene disculpa.
El que me odia, odia también a mi Padre.
Si yo no hubiera hecho entre ellos
obras que ningún otro realizó,
no tendrían pecado.
Pero ahora las han visto,
y sin embargo, me odian a mí y a mi Padre,
para que se cumpla lo que está escrito en la Ley:
Me han odiado sin motivo.
Cuando venga el Paráclito
que yo les enviaré desde el Padre,
el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre,
él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio,
porque están conmigo desde el principio"
. (15, 18-27)

"Te aseguro
que cuando eras joven,
tú mismo te vestías
e ibas a donde querías.
Pero cuando seas viejo,
extenderás tus brazos,
y otro te atará
y te llevará a donde no quieras"
.
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme". (21, 18-19)

Hasta donde puedo ver, no percibo reproches en las palabras de san Juan y en las del Maestro de Juan. Y me resulta curioso. Unas cuantas veces los discípulos y seguidores tienen actitudes pusilánimes y ceden a la presión y a la encerrona manifiesta o larvada -siempre presente, por lo que se ve- de las cabezas religiosas de Israel. Viendo el talante y la presencia de ánimo de su Maestro, bien podría suponerse alguna especie de constante decepción o molestia por la falta de coraje de sus discípulos. O enojo liso y llano. Son tópicas ya las veces en que parece que Jesús se enoja o molesta con sus discípulos. La inadvertencia de la misión redentora, el propio origen de Jesús y su naturaleza divina, las pasiones diríamos de corte político de algunos de ellos, cierta inmanencia, el uso imprudente o inadecuado de los poderes que vienen de lo alto, la simple cobardía ante las amenazas, la presencia traicionera de quien lo iba a vender, pero también la presencia espiritualmente inconsistente de sus discípulos fieles; de principio a fin, la incomprensión. No, ocasiones no faltaron.

Sin embargo, insisto, no percibo en el relato de san Juan la intención de confrontar ese mundo amenazante que rodea a Jesús y a los suyos, precisamente con la falta de estatura de los suyos. Más allá de cualquier otra consideración, es claro que san Juan ha entendido, al momento de redactar su evangelio, que la muerte -y la resurrección- de Jesús era central, el eje y la finalidad misma de la Encarnación.

Pero no hay que olvidar el hecho, además, de que, mientras seguían al Maestro, seguir a Jesús significaba claramente para todos ellos oponerse a las autoridades religiosas de su pueblo. Pueblo y fe a los que todos ellos pertenecían y de lo que no veían que tuvieran que renegar. Y es esa la cuestión. Por temor a los judíos es aquí, inmediatamente y en primer lugar, cosa de judíos. Son judíos que siguen a un judío por unas determinadas razones -que, entiendan más o menos, son razones religiosas-, y al cual siguen con clara percepción del riesgo y con el consecuente temor: por temor a los judíos. Y así es hasta Pentecostés.

Las menciones en este Evangelio -que he puesto aquí- dejan claro que se trata de una pulseada al interior de Israel y su fe. No son egipcios, babilonios, ni siquiera samaritanos. No son infieles o bárbaros. Si acaso, apenas son galileos (cosa que Jesús no es, pues nació en Belén de Judea).

Ahora bien.

Tampoco creo que se trate de una simple cuestión de judeidad. Ciertamente, es primero una cuestión de judeidad y judaísmo. Pero si al menos es eso -y lo es por razones que importan a la propia divinidad de Jesús y su calidad mesiánica, prometida al pueblo judío, que el mismo Padre formó-, no es solamente eso.

Es allí entonces donde la expresión típica -por temor a los judíos- adquiere su carácter tipológico, según creo. Y allí veo que los tiempos de la expresión típica, que mencioné más arriba, se hacen más patentes.

Entonces, en conclusión provisional, ya no se trataría solamente de judíos, cuando, a lo largo de la historia y yendo a la Parusía, se dice y puede repetirse la expresión por temor a los judíos, aplicada a lo que piensen, sientan, crean o hagan los discípulos de Jesús.


Queda hacer tal vez un comentario más a propósito de esto mismo.


No ahora, se entiende, que ya se vino largo este comentario.





miércoles, 8 de junio de 2016

Por temor a los judíos




No es un relato de suspenso ni una novela de espionaje o de crímenes. Pero si uno pudiera hacer abstracción de lo substancial, el evangelio de san Juan tiene pasajes y episodios que estremecen por lo que muestran en materia de intrigas, conspiraciones, persecuciones y riesgos.

Visto así, el relato de san Juan adquiere el tono de una historia tensa y vibrante en la que el protagonista sortea a cada rato a sus oponentes, que no descansan en su inquina contra él o sus seguidores, ni siquiera cuando los planes de acabar con él y todo lo que lo circunda parecen haber tenido éxito.

Bastaría seguir la expresión "por temor a los judíos" -y alguna que otra similar, que rueda a lo mismo- para notar las veces que Jesús tiene que esquivar celadas no únicamente doctrinarias, emboscadas no solamente dialécticas. De incógnito, subrepticiamente, sin darse a conocer, fingiendo, simulando, unas cuantas veces Él (que nunca fingió, aunque sí se les escabulló) y varios otros que lo siguen -algunos en secreto- andan por aquellas tierras y ciudades haciendo las veces de personajes de novela de misterio, escurriéndose de entre las manos de quienes están determinados a matarlos literal, religiosa o civilmente.

Es claro que esos episodios no son los términos teológicos en que san Juan está mirando la vida y la prédica del Maestro y su sentido.

Pero más temprano que tarde uno aprende -o le enseñan- que cuando algo se repite en las Escrituras hay que prestar atención. Y si no supiera un servidor lo que otros que son buenos dicen de este Evangelio, bien podría llamarlo: "La persecución".

Por temor a los judíos no es una frase de relleno, entonces. No es una nota simplemente de color, no es una ambientación que pretenda nada más que mostrar algo del clima que se respiraba en aquellos días de la vida pública de Jesús, entre otros motivos, a propósito de que era pública.

Y si también se ve allí que esa inquina es una condición para los discípulos, es porque fue una condición para el Maestro. Y esa condición se extiende a la vida del cristiano, no importa en qué tiempo o circunstancia profese su fe, tal y como el Maestro se lo advierte a los discípulos, y eso por el sólo hecho de ser sus seguidores.

La diferencia que traza un abismo entre el Maestro y los discípulos es que por temor a los judíos es una pasión que sólo aplica a estos y no a Aquel. Porque nunca Jesús le temió a los judíos. Ni a nadie. Lo cual hace de algún modo intercambiable a los temibles en la expresión por temor a los judíos, para reemplazarlos por otros tantos sujetos o circunstancias ante los cuales pudiera sentirse, con razón o no, temor.

De todas maneras, y para subrayar lo que digo, antes de llegar a algunas conclusiones, he aquí cuatro pasajes del testimonio de san Juan.

En primer lugar, una escena alrededor de la llamada Fiesta de los Tabernáculos o de las Chozas, en el capítulo 7 (1-13):
Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas,
y sus hermanos le dijeron: "No te quedes aquí; ve a Judea, para que también tus discípulos de allí vean las obras que haces.
Cuando uno quiere hacerse conocer, no actúa en secreto; ya que tú haces estas cosas, manifiéstate al mundo"
.
Efectivamente, ni sus propios hermanos creían en él.
Jesús les dijo: "Mi tiempo no ha llegado todavía, mientras que para ustedes cualquier tiempo es bueno.
El mundo no tiene por qué odiarlos a ustedes; me odia a mí, porque atestiguo contra él que sus obras son malas.
Suban ustedes para la fiesta. Yo no subo a esa fiesta, porque mi tiempo no se ha cumplido todavía"
.
Después de decirles esto, permaneció en Galilea.
Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
Los judíos lo buscaban durante la fiesta y decían: "¿Dónde está ese?"
Jesús era el comentario de la multitud. Unos opinaban: "Es un hombre de bien". Otros, en cambio, decían: "No, engaña al pueblo".
Sin embargo, nadie hablaba de él abiertamente, por temor a los judíos.
También está el episodio de la curación de un ciego de nacimiento, en el capítulo 9. Copio in extenso el pasaje, aunque debería mirarse también lo siguiente, que tiene continuidad temática. Pero aquí está lo que quiero destacar:
Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?"
"Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.
Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió,
mientras es de día;
llega la noche,
cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo,
soy la luz del mundo"
.
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,
diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?"
Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". Él decía: "Soy realmente yo".
Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?"
Él respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi".
Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". Él respondió: "No lo sé".
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo".
Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban:
"¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?" Y se produjo una división entre ellos.
Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?" El hombre respondió: "Es un profeta".
Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres
y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?"
Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego,
pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta"
.
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él".
Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador".
"Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo".
Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?"
Él les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?"
Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!
Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este"
.
El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.
Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.
Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada"
.
Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?" Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?"
Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?"
Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando".
Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él.
Después Jesús agregó:
"He venido a este mundo para un juicio:
Para que vean los que no ven
y queden ciegos los que ven"
.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?"
Jesús les respondió:
"Si ustedes fueran ciegos,
no tendrían pecado,
pero como dicen:
"Vemos",
su pecado permanece"
.
Otro apunte sobre lo mismo aparece en el capítulo 19 (38-42), en el episodio de la sepultura de Jesús, en el que intervienen José de Arimatea y Nicodemo, quien, como advierte el apóstol (Jn. 3, 1-21), ya había ido a verlo de noche una vez, por la misma razón por la que ahora obra secretamente:
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús —pero secretamente, por temor a los judíos— pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Finalmente, el episodio que me parece que es ciertamente el punto emblemático.

Está en el capítulo 20 (19-31), casi al final de este evangelio:
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes!
Como el Padre me envió a mí,
yo también los envío a ustedes"
.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
"Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos
a los que ustedes se los retengan"
.
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!"
Jesús le dijo:
"Ahora crees, porque me has visto.
¡Felices los que creen sin haber visto!"
.
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Que sea el último no quiere decir que no sea de algún modo el primero, pues la juntura de este escondite por temor a los judíos con la llegada del Espíritu Santo, signa no solamente lo que ha de ser la vida de fe para un cristiano hasta la Segunda Venida, sino también todo lo anterior, esto es, la vida del propio Jesús, muestra de lo que un cristiano habrá de vivir y ser.

Y por cierto que es una muestra también del modo de proceder de un cristiano en la historia. Y en medio de la historia misma del mundo mientras dura el mar. Porque debe entenderse que la propia vida de Jesús, que es la Cabeza, es el analogado primero de lo que será la vida de la Iglesia y la de los cristianos que son parte del Cuerpo.


Queda algo por decir, pero será la próxima vez, no ahora.






jueves, 2 de junio de 2016

Papelito (IV)


Lo primero es lo primero.

No hay que ajustar no parece una sugerencia, pese al contexto condescendiente y ficticiamente conciliador.

Suena imperativo y creo que es allí donde presumiblemente muestra la pata de la ideología y su intención retórico-chicanera. Uno entiende que en la agonalidad política esos mandobles y fintas son el pan de cada día. Pero en la medida en que esas consignas llevan el aguijón de un postulado que trae cola y se pretende programático, vale un comentario, siquiera para no dejar herrumbrar la sesera.

Lo contingente no se lleva bien con el modo imperativo, por definición. Y estamos hablando de lo contingente. Si acaso, y habría que pensarlo bien, de lo necesario con necesidad de medio, nunca de fin.

Por lo pronto, hay que ajustar si hay que ajustar y no hay que ajustar si no hay que ajustar.

Pero, cuidado...

El porqué y el para qué de una cosa y la otra es parte del asunto y parte más importante que cualquiera otra, como serían el cuándo, el de qué manera, en qué medida, en cuáles cosas, y así.

Ajustar porque uno es un prepotente y redomado mal nacido, es cosa que está mal y no debe hacerse. Si se hace mal, la cuestión empeora. Ajustar como ariete ideológico es perverso.

No ajustar porque uno es un más o menos sutil mal nacido, tan prepotente y redomado como su primo, pero con cara de opción preferencial por los pobres, también es perverso y no debe hacerse. Si se hace mal, la cuestión empeora. No ajustar como ariete ideológico también es mala leche.

Me dirá, cumpa, que el planteo es simplón y algo naïf. Y se equivoca, le diré, de medio a medio.

No es culpa de un servidor que las realidades contingentes tengan ese dinamismo. Más allá de algunas sólidas líneas basales, el ámbito de lo posible y de lo probable es casi como andar a pelo o con un pellón y una cincha, en todo caso. Nada de monturas rígidas labradas en piedra ni jinetes clavados a la monta. Es habilidad del jinete mantenerse arriba del caballo: porque el caballo, se sabe, se mueve y, en ocasiones, se mueve para donde no se sabe y sin avisarle al jinete.

Si hay un ejemplo de maestrías arquitectónicas en materia de medidas de gobierno estructurales o de coyuntura, he allí a nuestros antepasados romanos, a los que senté hace un tiempo a esta mesa, para que cuenten sus peripecias afrontadas con doctrinas heredadas, experiencia propia y ajena que fueron codificando y, tantas veces, además, simplemente con buen sentido. Y así lo hicieron, sin tanta milonga; y no que no tuvieran asuntos parecidos a los nuestros de hoy día y pifies a pasto. Ellos también contaron con toda suerte de hombres al frente de estos asuntos: sus Gracos y Pompeyos, sus Cicerones y Pilatos y Brutos y Silas y Cascas y sus Cayos Julios, Antonios y Antoninos, Augustos, Claudios, Adrianos y siguiendo.

No hay que ajustar, así dicho sin más, no es un mandamiento de la ley de las cosas. Y me dirá que me estoy haciendo el bobo: cualquiera entiende -dirán usted y el papelito sin decirlo- lo que significa aquí y ahora ajustar. Más aún: en el glosario ideológico que lo impugna, un ajuste hecho y derecho se prejuzga impulsado por el olímpico desprecio por los que más lo padecerán y movido con furia ideológica sin miramientos, y eso por definición porque ajuste e hijoputez se dicen sinónimos en esos barrios. Dicho de esta suerte, no hay ajuste si antes no hay un cuore inmisericorde del que emane.

Y otra vez se equivoca: también su servidor entiende con algo de acuidad lo que en determinado caso y en determinado diccionario significa ajustar (o sus variantes pérfidamente sinónimas: corregir, sincerar, adecuar, et al.); porque, aunque no tuviera pericia teórica en estas materias, cualquiera que haya hecho un curso de argentinidad de a pie en estos últimos decenios (varios decenios, no sólo uno o dos o tres...), está habilitado para traducir sin errar el aceitoso y malévolo léxico de políticos, abogados, gerentes, economistas, periodistas y otras fieras y endriagos. Los de una parte y los de varias partes.

Cualquiera sabe que esto es así. De modo que, mi amigo, aquí no hay bobo que valga.

Al fin, debe entenderse, resulta que son las cosas mismas las que, en cada caso y de algún modo, nos sugieren cuántas posibilidades tenemos de operar con ellas, sobre ellas. Perspicacia es una virtud en los hombres que gobiernan, tanto como es sabido que la prudencia juzga sobre lo particular. No quiero aburrirlo con ejemplos de lo que ya sabe, pero todos tenemos experiencia de que no es con voluntarismos como se resuelven los asuntos. Si hay que ver si conviene echar abajo un farol, nos amonesta Chesterton, mejor discutir a su luz lo que deberíamos discutir a oscuras, si primero lo volteamos y después lo consideramos...

Pero.

Es tan verdad eso como el hecho de que así veamos y concibamos las cosas, así obraremos. Toda operación sigue no solamente al ser, sino a la concepción que tengamos respecto de aquello sobre lo que obramos. Después, se entiende, hay que atenerse a las consecuencias de las concepciones defectuosas, falsas, erróneas o perversas. Como hay que atenerse a los fallos en la ejecución, claro.

Si lo contingente admite contrarios, es claro que puede haber posibles acciones contrarias respecto de lo contingente. La prudencia es a la vez concepción e imperio sobre las cosas. Y la falta de la virtud conductora por excelencia significa tanto ver mal como obrar defectuosamente.

En sus clases sobre Arte de la Retórica, Aristóteles nos enseñó que en política se delibera sobre aquellas cosas cuyo principio de producción está en nuestro poder. Se delibera, esto es, se considera qué es más adecuado, en cada caso, según las posibilidades reales que haya a la vista y que mejor convengan con aquello que nos proponemos.

De modo que, en principio, cada uno de ambos -no hay que ajustar o hay que ajustar- admite sus opuestos y la prudencia del artífice dirá qué corresponde en cada caso y todas las demás circunstancias que matizan el qué.


Y eso mismo nos deja a las puertas de la cuestión de aquel porqué causal: la gente te va a odiar.


Que es el caracú de este papelito.