jueves, 31 de marzo de 2016

Abril en mayo


And then my heart hath told me:
These will pass,
will pass and change, will die and be no more,
things bright and green, things young and happy;
and I have gone upon my way
sorrowful.

Y entonces mi corazón me ha dicho:
Esto pasará,
pasará y cambiará, morirá y no será más, 
cosas brillantes y verdes, cosas jóvenes y felices;
y he seguido mi camino
triste.

Pádraig Mac Piarais (Patrick Pearse), The Wayfarer
2 de mayo de 1916, en Kilmainham Gaol, prisión de Dublín.


Mayo es abril porque ha resucitado
un poeta. Su sangre hirviente amante
va por las calles mudas adelante,
y una nación detrás y a su costado.
Mayo es abril y todo ensangrentado
riega la sangre de su comandante
por un suelo que, sordo y vacilante,
no sabe aún que ha sido fecundado.
La palabra y la sangre de un poeta
han preñado a Dublín, su bienamada,
en una tarde abril de mayo, quieta,
Y en su carne, ya en verso desgarrada,
se abrió una herida que es senda secreta
para su voz viril y esperanzada.




miércoles, 30 de marzo de 2016

Abril de primavera


juntas estáis en la memoria mía...

Garcilaso de la Vega, Soneto X
In memoriam


Era mi abril de otoño, primavera;
y el fuego de tu voz cantó y ardía
el corazón, que tanto te dolía
ese octubre de hierro que te hiriera.
Tu sangre, que de otoño reverbera,
en un verso dolido florecía
en herida de amor, que más hería
aunque, al morir, tu amor ya no muriera.
Siempre mi abril de otoño será hermano
del octubre fatal en que te fuiste,
arrastrando a la muerte enamorada.
La tierra, el campo, el río, el monte, el llano...:
tienen las hebras de tu voz, callada
aquel otoño de memoria triste.





martes, 29 de marzo de 2016

Abril de Dulcinea


Me dicen que en los campos del Toboso
cada abril, sin reposo, el trigo ondea;
y que en un soto oscuro tintinea
un son de miel, que lo hace luminoso.
Me dicen que en las noches de la aldea,
cuando abril es más tibio y delicioso,
un aire suave corre sigiloso
y que amante suspira y galantea.
Me dicen que, hace siglos, pudoroso,
un hombre sin edad y bondadoso,
procurando que el pueblo no lo vea,
a una reja se asoma nostalgioso
y, en un susurro noble y amoroso,
sólo dice, en abril: Mi Dulcinea...




lunes, 28 de marzo de 2016

Abril nuestro


Tu luz me trae abril: fresnos dorados
y un aroma infinito, tibiamente
dorado en la dulzura de tu frente
y en tus ojos de otoño sosegados.

Y seremos abril todo en presente.
Lo sé porque ya están enamorados
los días que vendrán de ti aromados, 

y dan al corazón tu voz vertiente. 
Nuestro es abril, porque en su tiempo es cuando
tan silenciosamente irás sembrando
la luz que es tuya en esta sombra mía.
Y ya era nuestro abril cuando venía
todo en su viento de oro, madurando
el gozo amante que nos prometía.




sábado, 26 de marzo de 2016

Tres días




El templo. El Templo.

La mención terrible del Templo ya es un asunto capital desde la expulsión de los mercaderes, en la primera Pascua que Jesús pasa en Jereusalén, al principio mismo de su vida pública. Y ya desde entonces querían matarlo.

Allí anuncia:
Destruyan este templo y en tres días lo levantaré.
Contesta así cuando le preguntan con qué autoridad expulsa del Templo a mercaderes y cambistas a latigazos.

Su autoridad es la autoridad del Tercer Día. De lo que sólo Él puede al cabo de Tres Días.

En los Evangelios, entre los testimonios falsos que se pagaron para condenarlo, hay quienes dicen que dijo algo bien distinto:
Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre...
Con iguales palabras se burlan de Él los que pasan cerca de la Cruz:
Tú que destruyes el Templo y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz...!

Pero Jesús dijo destruyan. No dijo destruiré.


Solamente el apóstol Juan anota en aquel pasaje:
Pero él hablaba del Templo de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.


El Templo. La figura de algo inmenso y hondo.

El Templo es Su Cuerpo.

La Iglesia es Su Cuerpo, místico.

Nosotros también somos Su Cuerpo, como atestigua san Pablo varias veces. Y allí, Él es la Cabeza del cuerpo.

Y algo del entero Cosmos creado y de la historia, que es el tiempo de lo creado, también es Templo. Herido. Flagelado. Destruido. Y por Él vuelto a levantar en Tres Días, misteriosos para nosotros los mortales.


Tres días, dice Jesús.

Y el cuerpo espera que, aquello que destruimos, Él lo reconstruirá en tres días.


Y esperamos el Tercer Día.

Y así conmemoramos y celebramos el pasado histórico y la altísima densidad sobrenatural de Su Resurrección y, a la vez, lo porvenir: aquel Tercer Día en Jerusalén y aquel Tercer Día en que resucitará a su Cuerpo, pero ahora en todas las formas en que su Cuerpo ha sido figurado por su propio designio.

Y entonces, todo lo que es Su Cuerpo será reintegrado, todo Su Cuerpo flagelado y herido, destruido, será un Templo ya entonces sí brillante, entero.


Y cuando eso sea ya no habrá más días. 




miércoles, 23 de marzo de 2016

Venus revisitada


De principio a fin, los amores humanos son un asunto difícil y misterioso. Porque amar es difícil y misterioso.

¿Acertamos al amar? La respuesta más fácil, la que para muchos grita la experiencia, es que de ninguna manera. Sólo, dicen, en ocasiones infrecuentes, y felices, por cierto. Pero, dicen, más bien tiende a cero -dirían un matemático o un físico- la probabilidad de que acertemos.

Será. Pero lo cierto es que no es tanto lo que el amor haga con nosotros. Es lo que nosotros hacemos con el amor. Y allí amor está dicho en dos sentidos algo distintos y a veces bien diferentes.

El primero se refiere al amor real, y muy particularmente al que sabemos con mayúsculas, porque no hay modo de que no sea real el amor que hace algo con, en o de nosotros. Y en tanto que real, lo que hace es benéfico.

Cuando somos nosotros los que hacemos algo con el amor, el asunto se hace opaco y vidrioso. No es tan claro que eso que llamamos amor lo sea realmente. Y de allí la diferencia. Y de allí los desaciertos, que en general proceden de nuestra propensión a confundir el amor real con heridas de flechas que no son precisamente amorosas, por apasionadas que sean, por apasionantes que nos resulten, y aun por más que tengan algún substrato de lo mismo amoroso real, más lejano o más próximo.

Asunto misterioso, sin duda. El que más, sin lugar a dudas. Porque la raíz misma del amor es un misterio infinito.

Para amenizar cuestión tan espinosa, tal vez valga citar a Shakespeare en su Romeo y Julieta, en dos pasajes que creo que vienen a cuento:

En la escena II del acto II, está el emblemático balcón bajo el cual Romeo jura su amor por la Luna y Julieta lo reprende con una amonestación ya clásica:
¡Oh! No jures por la luna, por la inconstante luna, que cada mes cambia al girar en su órbita, no sea que tu amor resulte tan variable.
Un poco antes, en la escena I, dialogan en la noche Benvolio y Mercucio mientras buscan al apasionado Romeo que anda perdido por Julieta:
Vamos, dice Benvolio, se habrá ocultado entre esos árboles, para buscar la compañía de la noche. Su amor es ciego y le conviene más la oscuridad...
A lo que Mercucio contesta:
¡Si su amor es ciego no puede dar en el blanco...!

Dicho lo cual -y dejando por el momento la cuestión en estas alturas, o bajíos, según se prefiera-, levantará un servidor la vista y se pondrá a mirar las estrellas, a ver qué respuesta podría uno encontrar allí.

*   *   *

Y entonces, Venus.

La más brillante de las luces estelares que vemos por las noches desde este valle. Claro que es un planeta, es decir, un ser errante y vagabundo, según su étimo. Y sin embargo tiene nombre de estrella. Y ahora estoy jugando un poco con las palabras, pero no tanto.

Porque es sabido que Venus es la transcripción al panteón romano de la Ishtar de los babilonios, que fueron quienes, como también es sentencia común, le pusieron los nombres a los planetas visibles desde el suelo terreno.

Ishtar: en sus raíces antiguas, la palabra pudo haber dado, verosímilmente para los filólogos, nuestra estrella; por una vía lateral, de la misma cosa con otro nombre tenemos astro. De hecho, esa divinidad femenina era también Astarté entre los babilonios.

En lo que toca a sus dotes, convengamos en que la joven no tenía buena fama. Era considerada, entre otras cosas, la cortesana de los propios dioses, que no eran pocos. Y amante de numerosos hombres, claro, también. Entre sus patronazgos, figura el de la prostitución, tanto la que se consideraba ritual entre aquellos pueblos, como la otra, ciertamente más común y menos mística. Por supuesto, es además un emblema de femineidades y fertilidades, y la primavera y los florecimientos de varios tipos le están asociados. A la vez, regentea las pasiones amorosas habitualmente ardientes y, como tiene sangre belicosa por parte de padre, según los mitólogos, Ishtar se lanza a las más feroces venganzas y crueldades cuando sus arranques pasionales son contrariados por otras deidades o por simples mortales. Muchos pasajes míticos alrededor de esta figura babilónica, pasaron a otras mitologías y tanto a Afrodita, como a Isis o a la misma Venus, le ocurrieron cosas parecidas, que evidentemente tienen un fondo común o una relación causal, según se trate de un pueblo u otro.

Ardorosa, inconstante, apasionada, vengativa. Así resultaba Ishtar y bastante de ello heredaron sus émulos posteriores.

Como fuere, aun Ishtar, pero ciertamente Afrodita y Venus, que es quien nos interesa ahora, son el emblema pagano del amor, siquiera de un tipo de amor.

Y allí está Ishtar en el cielo. Venus. Veleidosa en sus revoluciones, como buen planeta, y más que otros en nuestro sistema. Y rigiendo desde allí, al parecer, los impulsos amorosos de los mortales. A ella se le encomendó desde antiguo en ese mapa sidéreo el segundo círculo que gira alrededor de la verdadera estrella de nuestro mundo planetario.

Hay que decir, al fin, que -junto con Gea-Gaia, nuestra Tierra- tiene la nota distintiva de llevar nombre femenino, en ese mundo habitado por presencias masculinas.

Estrella de la mañana, Estrella de la tarde, nombres que se le han dado y que, a la vez, evocan realidades mayores y hasta contradictorias con su naturaleza. O vaya uno a saber, porque el amor sigue siendo asunto del todo misterioso.

*   *   *

Ahora bien.

Me pregunto seriamente cómo pudieron haber sabido aquellos hombres tan doctos en las cosas estelares, ciertas particularidades del planeta que nombraron con el nombre de Ishtar-Venus, particularidades que sólo es posible conocer en nuestros días con aparatajes y hasta viajes inexistentes por entonces.

Porque el caso es que, simbólicamente, algunas notas curiosas que hoy conocemos del planeta, confirman el acierto de su nombre, de un modo que hasta me parece extraordinario por lo que tiene de prácticamente imposible.

Y voy a enumerar apenas tres asuntos.

Ishtar-Venus gira en torno a su eje en sentido contrario al que lo hacen el resto de los planetas. Y en eso es único. De modo que el sol sale allí por el oeste y se pone en el este. Nadie sabe bien por qué y presumen algunos que esa contrariedad es producto de alguna enorme y majestuosa colisión en tiempos remotos, causa que, por otra parte, se aduce para todas las inclinaciones de los ejes planetarios, el de la Tierra incluído.

Como se prefiera: pero allí la colisión cambió el giro de las cosas de un modo inusitado y en otros arrabales del mundo solar, no.

No parece que le quede mal a Ishtar esa peculiaridad, si es verdad que su apasionamiento es capaz de llevar las cosas al extremo de darle vuelta el mundo al más pintado, de modo que invierta completamente su dirección, la percepción del sentido de su vida, sus prioridades, tal como la pasión hace con los apasionados.

Tal vez habría que agregar en este punto que el eje sobre el que gira se ha invertido casi completamente, es decir 177°, de los 180 que debería tener si diera una vuelta por completo opuesta. De ese modo, en la veleidosa Ishtar-Venus también el sur es el norte, por decirlo de alguna manera. Lo cual es prueba de lo mismo.

(¿Pero no hace algo por el estilo también el amor real?)

Por otra parte, y en segundo lugar, es curioso que los antiguos hayan acertado en lo que se refiere a los ardores que la niña padece y provoca. Porque resulta que, por sus características atmosféricas tan particulares, y recién ahora conocidas, Ishtar-Venus soporta en su aire y en su superficie temperaturas más alta que todos sus hermanos, pese incluso a no ser, como Mercurio, el planeta más proximo al sol. Sus casi 500° de calor son un argumento concluyente si hay que probar su constante y terrible ardor. Recuerdo ahora, por ejemplo, que en la Perelandra de la trilogía de C. S. Lewis el planeta Venus es imaginado como un inmenso océano móvil, cosa por completo distinta a lo que hoy sabemos, en virtud precisamente de su torridez agobiante. De hecho, no hay una sola gota de agua en Venus.

(¿Pero acaso el amor real no es también fuego ardiente y lo que se quiere es que arda, aunque el fuego y las palabras mismas que lo nombran no son lo mismo que el ardor del mero apasionamiento?)

Queda un tercer asunto más. Algo que no le pasa sólo a Ishtar-Venus. También le ocurre a la Luna de nuestra Tierra. Pero creo que, en todo caso, que les pase a ambas figuras es igualmente sorprendente, además de reforzar el acierto de los antiguos al nombrar.

En Ishtar-Venus el año dura menos que el día. Gira sobre sí misma morosa y muy lentamente de modo que para cubrir su circunsferencia, es decir para pasar el día y la noche en Ishtar-Venus hay que gastar 243 días de los nuestros. Sí, oyó bien. Un día en Venus dura lo que 243 días terráqueos. Mientras, el año venusino -es decir, el tiempo que tarda en girar en torno al sol- dura unos 225 días terrenos. Esto es: en Venus, cuando ya ha pasado un año todavía no ha pasado un día.

Insisto: con la Luna ocurre otro tanto, como ya se sabe: su órbita alrededor de la Tierra (su año, diríamos) dura unos 27 días; entretanto, su día (es decir, el tiempo que tarda en girar sobre sí misma) dura unos 29 días. Pero el hecho mismo de que la Luna sea -a favor o en contra- un asunto tópico entre los amantes y enamorados, que suspiran tradicionalmente a su cobijo (como lo hacen al amparo de Venus), no hace más que confirmar la nota simbólica del único planeta que muestra esta peculiaridad sorprendente y extravagante.

Quiero decir, si se me permite, que no deja de ser curioso que Ishtar-Venus muestre simbólicamente esta forma tan típica de percibir, sufrir y gozar del tiempo en los asuntos pasionales.

¿Acaso no es verdad que el día es interminable para el que arde apasionada y ansiosamente, y que, a la vez, el año puede hacérsele más corto, una vez que el mismo tiempo transcurriendo ha curado en algo o aplacado de algún modo la pasión?

Era costumbre terapéutica antiguamente poner distancia entre amantes desdichados o en asuntos de pasiones inconvenientes o imposibles. Precisamente, se le confiaba al tiempo (y a la distancia) el remedio. Porque distancia, en aquellos días, era también consecuentemente tiempo, no como ocurre ahora en nuestro mundo de velocidades e inmediateces, de tiempos y distancias diluídos hasta casi desaparecer.

No es así todavía en Venus: allí los días son aún interminables en el reino de la ferozmente alocada Ishtar y los años pasan más rápido, finalmente. Casi una condición inherente a la pasión que la signa.

(¿Pero no es verdad a la vez que el tiempo del amor real es más bien el instante, una especie de suspensión del tiempo en la que lo eterno entra en el reino de Cronos y transporta a una duración que nos parece infinita por su sin medida?)

*   *   *

Una vez más.

¿Cómo aquellos hombres antiguos y sabios pudieron saber lo que no sabían?

¿Cómo hicieron para nombrar con acierto sin conocer acabadamente el objeto que nombraban y que se adecuaba al nombre puesto mucho más que lo que ellos podían saber entonces?

¿O sabían cosas que no nos han dicho?


Como fuere, sin embargo, pienso también que, tratándose de amor -en cualquiera de sus formas, el asunto más misterioso que hay en el entero universo y aun más allá-, no es tan extraño que haya misterio en esta cuestión misteriosa.





sábado, 19 de marzo de 2016

Mil caras


En el último tomo de À la recherche du temps perdu, de Marcel Proust (Le temps retrouvé), hay dos imágenes extrañas, una al comienzo, otra al final.

Son apuntes, siquiera, pinceladas, pero son simpáticas y tienen algo de raigal en cuanto a la tesis de la obra (que dicho sea de paso, y pese a todos sus adoradores, no es completamente de mi devoción...)

Una, dice que las gentes tienen como capas superpuestas: algo de su madre, de su padre, de su lugar, de sus experiencias, de sus amigos, amores, odios, y así. Lo interesante es que al hablar con ellas la superposición no tiene siempre el mismo orden. Y a veces emergen su infancia o sus odios y queda atrás su madre y el lugar del que provienen o sus amigos surgen y se relegan sus gustos, dando al conjunto un aspecto distinto cada vez, como haciendo aparecer caras distintas en la misma persona cada vez que estamos frente a ella.

La otra, al final de ese tomo séptimo, imagina que nuestra vida -también en capas- va sumando altura a medida que el tiempo transcurre y que nos hallamos de pie sobre esas alturas enormes, que enlazan de principio a fin años y experiencias tan distantes que, medidos en espacio, darían una extensión casi infinita. O, para ser más fiel al texto, tenemos la altura que alcanzamos con todo nuestro tiempo a nuestros pies. Como gigantes, estirados por los años y las vivencias.

En algo las dos imágenes son opuestas y rozan la contradicción. Pero no deja de ser una pintura tan creativa como inquietante de nuestra psiquis y de nuesta estatura (o anchura) al final de nuestros días.

No sé si Proust se dio cuenta en su fineza perceptiva, pero creo que en el fondo se equivoca Proust al disociar al modo impresionista el modo humano de ser, de sentir y obrar.

No tenemos mil caras. Hay una unidad fundamental en nuestras experiencias y recibimos más bien al modo del recipiente. De hecho, nuestra salud depende de esa unidad. Y también la hay en la expresión de nuestra persona y de nuestra personalidad. Porque hay un estilo, por mucho que quisiéramos enmascararlo. Y ese estilo que digo no es la cosmética de nuestros actos y expresiones, sino el signo de nuestra vida interior. Hay incluso un rasgo dominante o ciertas notas estructurantes que recorren todas nuestras "capas". Pueden parecer aisladas o distintas. Pero tal vez haya que mirarlas con atención hasta llegar a percibir el hilo, el guión que las une y las pone en movimiento. Somos un ser a la vez enraizado y dinámico. Estructurado y plástico. Porque somos un ser vivo.

Y en cuanto al gigante de años, tal vez habría que mirar también aquí la cuestión al revés y en consonancia con lo que decía párrafo atrás.

No alcanzamos alturas inconmensurables. Nos dirigimos más bien a una cierta altura propia que está en el mismo numen de lo que somos al nacer. Esa altura nos es desconocida y, por eso mismo, también es posible, en cierto sentido podría frustrarse. El asunto allí es el desarrollo, la expansión de ese numen. Podrá sentirse algún vértigo comprensible al verse de pie sobre los años pasados y lo vivido. Los poetas lo dicen con terrible fuerza (pienso en Quevedo), y eso es en parte porque el tiempo nos hace siempre esa impresión, por lo que tiene de ingobernable, como por su poder de acumulación de lo irrecuperable (pero otro día habrá que hablar de estos asuntos...)

Lo cierto es que al final sabremos quiénes éramos en realidad. Quiénes somos. Y si llegamos a serlo.

En el camino, sin embargo, podemos -debemos- seguir averiguándolo, porque conocerse a sí mismo es el camino de la sabiduría. No porque uno sea el objeto más fascinante de conocimiento, que no lo somos. Sino porque nadie da lo que no tiene y nadie puede llegar a ser quien no es y nadie es feliz si no llega a ser quien es.





viernes, 18 de marzo de 2016

Isabella


Es una mujer excepcional, sin duda. Y cualquier hombre habrá de sentirse feliz de tenerla a su lado, aunque no parece sencillo que los hombres corrientes puedan tenerla a su lado.

Para muchos, su belleza, su prudencia y su virtud, su buen juicio y su donaire, son demasiado. Otros creen que Isabella es simplemente una hipérbole femenina necesaria para que una comedia funcione y así, dicen, debe haberlo entendido William Shakespeare, que es el padre de la obra Mesure for Mesure, una de las menos frecuentadas del inglés, pero no por deficiente, sino vaya a saber uno por qué, pues la obra es superlativamente dramática.

Al menos dos veces, en Las ideas de mi tío el cura, el P. Castellani cita una misma frase de Isabella, y en ambos casos para referirse a asuntos que no tienen directamente que ver con la obra y tampoco con su argumento o tema (a simple vista, al menos):
'Tis beautiful to have a giant force,
but not to use it like a giant...
Eso dice Castellani, que cita de memoria, aunque en realidad, en la escena segunda del segundo acto de Medida por medida, Isabella dice*:
O, it is excellent
to have a giant's strength; but it is tyrannous
to use it like a giant.

La obra es imprescindible: hay que leerla. Y mucho mejor sería verla en acción, que eso es teatro.

Léala o véala y ya me dirá si fallo en esto.


Ahora bien, la versión Castellani de lo dicho no es para nada despreciable.


Y más: su aplicación a una cantidad innúmera de cuestiones obliga a tenerla siempre a mano.








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* El fragmento del Acto II, Escena, 2, en el que Isabella pide clemencia al hipócrita e implacable juez Angelo, que tiene en sus manos la vida de su hermano Claudio, condenado a muerte:

ANGELO
I show it most of all when I show justice;
for then I pity those I do not know,
which a dismiss'd offence would after gall;
and do him right that, answering one foul wrong,
lives not to act another. Be satisfied;
your brother dies to-morrow; be content.
ISABELLA
So you must be the first that gives this sentence,
and he, that suffer's. O, it is excellent
to have a giant's strength; but it is tyrannous
to use it like a giant.

(...)
ISABELLA
Could great men thunder
as Jove himself does, Jove would ne'er be quiet,
for every pelting, petty officer
would use his heaven for thunder;
nothing but thunder! Merciful Heaven,
thou rather with thy sharp and sulphurous bolt
split'st the unwedgeable and gnarled oak
than the soft myrtle: but man, proud man,
drest in a little brief authority,
most ignorant of what he's most assured,
his glassy essence, like an angry ape,
plays such fantastic tricks before high heaven
as make the angels weep; who, with our spleens,
would all themselves laugh mortal.



jueves, 17 de marzo de 2016

Secreto


Hay cosas que son nudos.

Algunos nudos atan y sojuzgan. Otros son ni más ni menos la maraña del corazón o de la mente. Y así en tantas cosas. Hay personas que son nudos. Hechos que lo son. Tiempos enteros, personales, históricos, que son nudos.

A veces, los nudos que digo atan nuestro corazón y nuestra mente como si ataran nuestros pies y no pudiéramos andar. En ocasiones los nudos son ideas, impresiones, datos confusos, información incompleta, verdades a medias, y, con todo y eso, hechos además un ovillo inmanejable. Nos inmovilizan, nos taran y nos dejan en un cero no pacífico sino inquieto y que ahoga. Una nada, pero angustiante.

Desde los afectos hasta la vida de la polis. Desde querer saber hasta ir tras las huellas de los signos de los tiempos.

Un mundo cerrado y oscuro en el que somos como ciegos inválidos, prisioneros de nuestra ignorancia. O de nuestra propia estolidez, o de nuestra soberbia, o del barullo de nuestro corazón.
No es posible deshacer un nudo si no se conoce antes la atadura. 
Es una versión algo libre de una frase de Aristóteles:
ἡ γὰρ ὕστερον εὐπορία λύσις τῶν πρότερον ἀπορουμένων ἐστί, λύειν δ᾽ οὐκ
(está en el Libro III de la Metafísica, 995a, 28)*

Está hablando allí precisamente de las aporías que ciegan nuestro conocimiento y que debemos resolver, disolver, para avanzar. Está hablando de cómo llegar a saber, desatando antes los nudos que atan nuestra inteligencia. El desatarlos es, incluso dice, llegar a saber.

Y ése es el gran secreto. De allí nacen los sabios, en principio. No es suficiente, pero es necesario: conocer la atadura.
.

Un modo de ignorarlo es usar el método alejandrino y atropellar el complejísimo nudo de Gordias con el filo de la espada. Dicen que Alejandro dijo: da igual cortarlo que desatarlo.

Alejandro fue hasta los 16 y sólo por 3 años discípulo de Aristóteles. Murió, como se sabe, poco antes de cumplir los 33. Con semejante apuro, tal vez no llegó a meditar lo suficiente lo que su maestro quiso decirle.

El propio Fernando el católico adornó sus armas personales con el lema Tanto monta, que alude al episodio gordiano: tanto monta cortar como desatar.

Muy bien.

Pero me quedo con Aristóteles.

No porque a veces en las cosas de este mundo no haya que cortar. Que sí hay que, a veces. Y a veces es tan difícil cortar como desatar.

Pero hay mayor y mejor sabiduría en desatar que en cortar. Y en conocer la atadura.

Y entonces no monta tanto cortar como desatar.






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* El texto completo de ese pasaje de Aristóteles en la Metafísica, dice:
ἔστι δὲ τοῖς εὐπορῆσαι βουλομένοις προὔργου τὸ διαπορῆσαι καλῶς: ἡ γὰρ ὕστερον εὐπορία λύσις τῶν πρότερον ἀπορουμένων ἐστί, λύειν δ᾽ οὐκ [30] ἔστιν ἀγνοοῦντας τὸν δεσμόν, ἀλλ᾽ ἡ τῆς διανοίας ἀπορία δηλοῖ τοῦτο περὶ τοῦ πράγματος: ᾗ γὰρ ἀπορεῖ, ταύτῃ παραπλήσιον πέπονθε τοῖς δεδεμένοις: ἀδύνατον γὰρ ἀμφοτέρως προελθεῖν εἰς τὸ πρόσθεν. διὸ δεῖ τὰς δυσχερείας τεθεωρηκέναι πάσας πρότερον

En su Comentario a la Metafísica, dice Santo Tomás respecto de este asunto:
Dicit ergo primo, quod ad hanc scientiam, quam quaerimus de primis principiis, et universali veritate rerum, necesse est ut primum aggrediamur ea de quibus oportet, dubitare, antequam veritas determinetur. Sunt autem huiusmodi dubitabilia propter duas rationes. Vel quia antiqui philosophi aliter susceperunt opinionem de eis quam rei veritas habeat, vel quia omnino praetermiserunt de his considerare.

Deinde cum dicit inest autem assignat quatuor rationes suae intentionis:

et primo dicit quod volentibus investigare veritatem contingit prae opere, idest ante opus bene dubitare, idest bene attingere ad ea quae sunt dubitabilia. Et hoc ideo quia posterior investigatio veritatis, nihil aliud est quam solutio prius dubitatorum. Manifestum est autem in solutione corporalium ligaminum, quod ille qui ignorat vinculum, non potest solvere ipsum. Dubitatio autem de aliqua re hoc modo se habet ad mentem, sicut vinculum corporale ad corpus, et eumdem effectum demonstrat. Inquantum enim aliquis dubitat, intantum patitur aliquid simile his qui sunt stricte ligati. Sicut enim ille qui habet pedes ligatos, non potest in anteriora procedere secundum viam corporalem, ita ille qui dubitat, quasi habens mentem ligatam, non potest ad anteriora procedere secundum viam speculationis. Et ideo sicut ille qui vult solvere vinculum corporale, oportet quod prius inspiciat vinculum et modum ligationis, ita ille qui vult solvere dubitationem, oportet quod prius speculetur omnes difficultates et earum causas.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Ni el desierto


No pudo acostumbrarse a la falta de aislamiento en que se vivía en el desierto.

El hallazgo pertenece a Julio Irazusta. Está en un artículo que firmó para el diario La Nación de Buenos Aires, en 1932.

Lawrence, el de Arabia, se llama y es una semblanza del Coronel T. E. Lawrence, famoso por ser -de un modo tan extravagante como sorprendente- el padre británico -y por mandato británico- de la rebelión árabe triunfante, en una acción relámpago y terriblemente eficaz que comenzó en 1916 y terminó en 1918.

En el marco de la Primera Guerra, los ingleses apuntaron contra los turcos -aliados de los alemanes- y el levantamiento de los árabes fue un modo de debilitarlos e impedirles su acceso (acceso de los turcos, claro, no de los ingleses) a la Palestina de entonces y a la península arábiga.

Lawrence fue el arma implacable de la que dispusieron los ingleses. Implacable y letal para los turcos. Un arma que sobrepasó en mucho lo que los propios ingleses podrían haber esperado. Pues Lawrence no parecía dar la estatura y la proverbial dispersión de los árabes (en particular la de las decenas de tribus del desierto) parecía indomeñable.

Fue una lectura de los últimos meses. Una biografía -casi hagiográfica, para qué ocultarlo- escrita por Lowell Thomas, periodista inglés (y agente, diría un servidor), que acompañó a Lawrence en buena parte de la campaña.

Irazusta apareció en estos días y por otras razones. El artículo está en Políticos y literatos del mundo anglosajón, un tomo de Dictio, de 1978, que recoge notas y ensayos del autor, como antología de escritos suyos.

Precisiones largas que hago nada más que para detenerme en esa frase:
No pudo acostumbrarse a la falta de aislamiento en que se vivía en el desierto.
Se refiere a la intensa comunicación y agitada y ceremoniosa vida social de los beduinos. La palabra beduino quiere decir, precisamente, habitante del desierto, inmensa e inmisericorde extensión donde, precisamente, no existe población fija.

Que Lawrence fuera un carácter retraído y solitario ya es todo un asunto para quien tiene que transformarse en el corazón de una rebelión de millones de hombres.

Que en el desierto no haya encontrado el aislamiento que prefería, ya es una paradoja descomunal.


¿Otra prueba algo irónica y casualmente hallada de que el silencio absoluto no existe bajo esta luna, en este valle, ni siquiera en el desierto?





martes, 15 de marzo de 2016

Nada es silencio


Todo silencio es agridulce.

Y es una frontera infranqueable para nosotros, aquí bajo la luna, en este valle. Y no sólo aquí bajo la luna y en este valle.

Tal vez llamemos silencio a una simple interrupción del sonido. Pero eso no es silencio.

Nunca estamos plenamente en su territorio. Nunca somos silencio ni somos en el silencio.

El silencio -eso que llamamos silencio- nos es siempre un signo. Porque de esa harina viene nuestro pan: somos signo.

En el silencio viven nuestras entrañas, el corazón. Y aun así, suena y resuena adentro una voz insonora que nos habla. Siempre.

Como somos de esa harina, el signo, ni siquiera el silencio calla. Porque significa. Siempre.

No hay modo en el que podamos con el silencio total. Porque no existe.

Sólo la voz, si acaso, puede callar. Somos, en parte, dueños del aire quieto. Del que no se agita articulado. No más.

Fuera de la voz quieta y callada, signo de otras palabras no dichas que siempre resuenan aunque mudas, el silencio total y absoluto no existe.

Por eso mismo es agridulce.

Porque, siendo el ser de signos que somos, ni siquiera la más honda oquedad y vacío del alma es del silencio. Ni siquiera en la más sola soledad, en el más recóndito vacío, hay silencio total. Y en ocasiones es allí donde menos.

Y así, no habiendo sonidos, quieta la voz y cualquier música, igual oímos sin oír.


Y hasta oímos el no oír.


¿Será que la nada es el único nombre del silencio verdadero y total?

Será.


Porque donde hay ser, no hay silencio.






lunes, 14 de marzo de 2016

Los mares de la China


La memoria es implacablemente silenciosa y silenciosamente implacable.

Por lo pronto, nadie -nadie, absolutamente- recuerda todos sus recuerdos. La memoria los calla mientras los guarda.

Por otra parte, si los recuerdos fueran un camino de regreso (a lugares, tiempos, circunstancias), uno estaría casi completamente perdido, jamás lograría llegar exactamente a la parte a la que iba, al tiempo exacto que busca traer ante sí. Al menos, nunca sabría con certeza si llegó. Un recuerdo que lo asalte a uno al paso, como habitualmente pasa, ya bastaría para que el desvío imperceptible moviera las cosas de modo tal que el paisaje cambiara, por mínimo que fuera el cambio. Y así se llega, muchas veces, adonde no se iba ni se querría haber llegado.

La memoria puede hacer eso, precisamente porque calla los recuerdos y pareciera que los evoca a voluntad. Voluntad más bien suya que nuestra, diría. Y eso porque la memoria -íntimamente nuestra- parece tener un régimen propio que, si no nos es ajeno, ciertamente no nos es dócil, como querríamos. Tanto para recordar como para olvidar.


Por ejemplo. Unas ocho páginas de un suplemento de un diario pueden llevarnos súbita e impensadamente tan lejos en el espacio como en el tiempo. En estos días, según parece, una serie de fascículos semanales viene tratando sobre mares y océanos en general, parte de una especie de enciclopedia geográfica.


Y, de pronto, unos mapas de los mares de la China se clavan en los ojos de un chico que ahora tiene -sin querer- entre 6 y 9 años y que mira una y otra vez unos libracos enormes, con dibujos de mapas fabulosos y coloridos, reproducciones sugerentes de gentes y razas de hombres, escrituras indescifrables, trajes típicos, monumentos milenarios, vegetación sin par, cadenas de alturas imponentes y eternamente heladas.

Y, así, de las nieblas que flotan sobre aguas tan mansas como amenazantes, surgen sampanes y filibusteros, y siguen Sandokán y Yañez, y siguen Verne y los viajeros de África o del Orinoco. Y toman cuerpo sin pedir permiso unos tomos de Larousse en francés, tapas verdes, con aventuras increíbles de seres reales, colosos por aires, mares y tierras del entero mundo: desde los vuelos de Saint-Exupéry sobre las arenas del Sahara o las estepas de la Patagonia, hasta las cuevas recónditas a miles de metros bajo la luz del sol, honduras de la tierra o el mar, o el Polo, o el Hindú-Kush, o las fuentes del Nilo...

Y mapas y más mapas y más. Y mi debilidad todavía, y la ya fascinación de aquel chico entonces, por los mapas y los viajes.

La memoria vino de la China, bajo el ropaje de unas imágenes de mares y dorsales y fosas y cadenas submarinas, límpidamente trazado todo en papel ilustración y con tecnologías digitales.

Pero la memoria es implacablemente silenciosa. Y habla calladamente y no descansa. Y de cualquier cosa toma ocasión. Y nos lleva donde quiere.

Y nos permite olvidar. Y así poder vivir.

Y, olvidando uno, permite poder vivir una vez y otra vez, ya con el corazón acorde a los recuerdos. Un momento al menos. Cuando llegan. Un momento sorprendente y sorpesivo de una mañana cualquiera, con el otoño del año -y de la vida- ya en los ojos.


Pero lejos -en el tiempo, en el espacio: infinitamente, insalvablemente lejos- de aquella China y sus mares.







sábado, 12 de marzo de 2016

Dulces prendas


Camina por la falda de una sierra baja. La lluvia llega de pronto y ella tiene que correr, con dificultad.

Ahora está sentada sobre bultos de lana esquilada, en un cobertizo abierto al campo. Ve llover. Sabe que el tiempo es breve, que no vivirá mucho más.
- The pain, then, is a part of the happiness, now. It's the deal.

Ella lo dice y quiere que él lo crea. Él la mira con amor. Y terror. No quiere otra felicidad que estar allí con ella. Y ella le dice que esa felicidad está preñada de un dolor presente que parece estar ausente ahora, pero que es parte de esa misma felicidad. Cuando llegue el dolor, él lo sabrá. Pero ella quiere que lo sepa ahora.

No mucho después, ella muere.
The pain, now, is part of the happiness, then. That’s the deal.

Es lo que él dice al final, tratando de entender.

Es raro. Tal vez sea un matiz, apenas, pero creo que las dos frases no dicen exactamente lo mismo.

(No recuerdo bien. Es una obra de Peter Kreeft, de hace unos 20 años, en la que presenta a C.S. Lewis, el hombre detrás de Shadowlands, la película que contiene ambas líneas cruciales. Coteja hechos y textos del film con la realidad de vida y obra del inglés. No recuerdo bien, pero me queda la impresión de que Kreeft sostiene que ninguna de ambas es frase de Lewis.)


*   *   *


Más de 400 años antes, Garcilaso de la Vega dictaba un último soneto. Suele numerarse como el Soneto X, pero se presume que lo dictó poco antes de morir, a los 33 años, herido en batalla, en 1536.



Habla de lo mismo: la felicidad pasada con el dolor de la muerte a la vista.

Aquella felicidad de antes y este dolor de ahora. Y algo de aquello, ahora. Y algo de lo de ahora, en aquello.

Y el matrimonio terrible entre el amor y el dolor.

Siempre en esta tierra de sombras, claro.

Con el tiempo y la muerte, y la felicidad y la pena, y el amor y el dolor, siempre a la vista.

Habla de lo mismo.

Pero distinto.






viernes, 11 de marzo de 2016

Inmensidades amargas


-¿Por qué no te gusta el mar?

El viento separaba las sílabas, no dejaba que se oyeran continuas ni melodiosas. Las escondía en el rugido y las volvía un murmullo y un estallido. Enfrente, el agua tomaba carrera hacia la rompiente y después, al retirarse, se esparcía en tintineos como un vidrio astillado que cae súbitamente.

Mirar el mar es fascinante. En aquellas soledades de gentes más fascinante todavía.

Me quedé mirando la meseta acantilada, allá arriba. Las paredes modeladas que sufridamente guerrean la violencia del aire y la sal.

Me quedé mirando el mar y esos contornos de soledad intensa. El cielo parecía ajeno, lejano, cuando estaba lúcido y despejado. Nomás se cubría densamente y el paisaje se angostaba y el corazón tenía que ponerse a tono abruptamente: pasar de la inquietud de la inmensidad ingobernable a la inquietud de la amenaza impredecible.

La razón estaba allí, ante los ojos entornados que apenas hay que abrir si uno quiere ver y que el viento frío de todas formas vapulea.

Nadie alrededor por enormidades de distancias. Ni allí, sobre las aguas pendencieras, ni sobre la estepa castigada por el viento.

El mar es una especie de soledad por antonomasia.

Pero es una especie de soledad amarga, como la sal.

-No es porque sí: gobernar es una palabra que sale del mar. Viene del hombre en el mar.

La respuesta -que le llegó después de bastante tiempo, mientras miraba el mar hipnótico- se mecía en el aire frío y cabeceaba como una nave en una tormenta.





jueves, 10 de marzo de 2016

La noche protegida


Es reciente.

Un búho llegó a los lindes de la casa y desde hace un tiempo se lo oye y adivina. En un palo borracho que abraza la cueva, con ramas que cruzan el cerco del fondo del terreno, parece que ha hecho habitación. Esas ramas, y otras de otros árboles, cubren la cueva por arriba y le dan un aire boscoso al refugio. He sentido varias veces que el búho cruza el jardín desde allí en dirección al este cuando por las noches voy hacia mis papeles o vengo de ellos. O se espanta, con toda razón, o va a cubrir otro puesto de vigilancia nocturna.

Una tapia que corre de noroeste al sudeste, todo a lo largo de la propiedad, es desde hace poco la ruta de una comadreja (tal vez dos, según parece y dicen con asco algunas mujeres de la casa). Recostadas sobre la pared están las vidas vegetales: salvias, margaritas y jazmines de vario tipo, achiras, aloes, agapantos y laureles y hasta estribaciones del tala, que desde sus lugares van cubriendo los ladrillos. Ladina, la comadreja tiene tantos subterfugios mientras la noche es oscura, y siempre en las alturas, nunca bajando al llano del jardín, recorriendo su ruta. Supe que, entre otras cosas, busca huevos en los nidos de palomas y otros pájaros que se cobijan en la maraña espinosa del tala.

Desde la medianoche hasta la madrugada, más de una vez he oído al búho centinela y su silbido ronco, como si advirtiera mi presencia o nada más diera la novedad de que está en su puesto.

Mientras, la comadreja trata de silenciar su paso y, creo, teme. Sólo algunas pocas veces se ha visto su silueta deforme y veloz recortada contra el cielo nocturno, apenas con alguna luz difusa de alguna parte, que la delata. Las noches de luna llena son enteramente del búho y la muy astuta calla y se aquieta.

Ya hace algunas noches que llegué a advertir que la presencia del búho, y en particular su vuelo ruidoso y disparado como una flecha, amilana a la comadreja.

No está claro que el búho pudiera algo contra la escurridiza y artera. Pero, o ella no lo sabe o yo no lo sé. El caso es que se guarda cuando él aparece.


Como signo no está mal.


En la noche de las cosas, en las oscuridades sinuosas, allí por donde transitan las comadrejas ávidas -quién sabe de cuáles cosas-, parece que un búho protector -quién sabe de cuáles cosas- tiene que haber.





miércoles, 9 de marzo de 2016

Marzo libre


Después de muchos años, marzo, por fin, llegó libre.

Tengo que ir mucho tiempo atrás para verlo así otra vez, mucho antes.

¿Libre? Sí: como ahora, preludio ansioso de un otoño en ciernes. Ansioso por quitarse de encima el verano.

En tantos años de estos últimos años, marzo era los restos de una fragua que, aunque no tenía qué forjar, igual ardía y se estiraba morosa, molestamente. Un ardor inútil, una pasión baldía.

Por esta vez parece distinto, como antes de antes. Entre algunas lluvias nerviosas, soplando vientos sureños.


Uno piensa que marzo es tiempo. Y no es solamente el tiempo.

Claro que marzo -como cualquiera otra medida de Cronos- es tiempo, es mes, es del año. Son días, horas.

Pero no es tanto tiempo como aire y paisaje, derredor, espacio. El tiempo, si acaso, mide el derredor que cambia, que se mueve; que va de la torridez -en algo insana- del verano, a la frescura súbita del otoño.

Si marzo es tiempo, es tiempo en un espacio. Y siendo marzo el marzo que uno espera, debería ser un modo de irse las hojas y aplacarse los campos, un tinte del cielo, un modo de ser de las mañanas, un tono en el atardecer.

Porque es la dormición, la somnolencia de esta tierra (y más al sur voy, más la veo acurrucarse) en una expectativa del sueño del invierno. Y a la espera del fuego de los hombres, no del sol.

Marzo erguido. Más ágil.


Más libre.