martes, 1 de diciembre de 2015

Nada es para siempre




No fue la única vez, pero la vez que digo ahora fue más o menos para estas fechas, hace 3 años.

Y aunque ya se dijo, hay que decirlo otra vez.

Para que lo sepan los que no lo saben todavía y para que lo recuerden los que no quieren, no saben o no pueden recordarlo.

Estimados: nada es para siempre, aunque sea verdad -secudum quid y simpliciter, habrá que ver el caso- aquello que decía entonces con el poeta: non omnis moriar...

Pero en los términos de este mundo sublunar y en lo que se refiere a las cosas de la polis más inmediata y mediatizada (parece oxímoron y no lo es...), aquí las cosas se disuelven como la cera al fuego.

Nada inédito, se entiende. Pero siempre olvidado.

Y ya mismo va empezando el tiempo en el que los nombres de ayer nomás se han gastado, se ajaron un poco o mucho, y no lucen igual: son menos.

Ubi sunt?, dice el tópico y es una pregunta retórica: ¿qué se habrá hecho de la vida de...? sabiendo que ya no es. Inútil retener lo que no puede ser retenido. Se hace cada vez menos lo que parecía que era para mil años.

Y los nombres de los que parecía que tanto eran hasta ayer nomás, menos serán a medida que pasen los días, meses y años.

Y nadie, alguno que otro, sentirá el peso de esos nombres a medida que pasen las horas. Ni porque esos nombres los sostienen, ni porque esos nombres los oprimen.


Así son las cosas humanas, en general, porque no están hechas sino para una medida que no es del tiempo y mientras están en el tiempo nos los recuerdan cada vez.

Querer por querer, mejor es pedir la fama, como hacían los antiguos, que al menos puede durar milenios y milenios. La buena y la otra. Y eso quiere decir en todo caso non omnis moriar. Aquí bajo la luna, se entiende.


Pero pedir el poder por mil años y que mil años signifique siempre es cosa insensata.

La historia está plagada de insensatos que no se quieren ir. Como está plagada de insensatos que creen que, porque llegaron ellos, las cosas se arreglaran por el milenio.

Son formas de la desesperanza.

Yo soy el final, no hay final para mí. Suenan parecidos, son distintos. Pero igual las dos cosas son formas de la desesperación, aunque luzcan prepotentes.

O porque son prepotentes, por mejor decir. Todo mesianismo de cartón es prepotente y desesperado. Aunque sea teológico. Sobre todo el teológico. Pero no sólo.

Muchas cosas no son para siempre.

Y en las cosas de la polis humana, también. Como en las vidas de las gentes, de cada uno.

Nada es para siempre.

Otra vez: nada es para siempre.

Y otra vez más: nada es para siempre.

No aquí. No bajo la luna.

Y lo que es malo, y el que es malo, menos para siempre es.

Y el mal que causa lo malo, y el mal que causa el malo, tampoco es para siempre. Aunque dure hasta el fin, si acaso. Pero no dura para siempre en el tiempo.


*   *   *


La ilustración de estas líneas muestra las ruinas de Palmira, ciudad estado primero aliada de Roma y después enemiga, que por unos 100 años creyó que podría con los romanos y los persas, juntos.

Zenobia, que la gobernó cinco años apenas, fue su estrella mayor, una reina poderosa y bella, aguerrida y hábil. Incluso protectora de cristianos perseguidos en el siglo III que le tocó en suerte.

No pudo contra Roma. Aureliano la derrotó y la esclavizó humillándola en 274 y arrasó Palmira.

Zenobia y Palmira desaparecieron. Y con ellas su imperio. Quedaron las ruinas, claro. Pero después de 1.800 años vinieron quienes creyeron que ni las ruinas. Para cuando las dinamitaron, nadie recordó a la fantástica Zenobia (salvo un servidor, ahora...)

¿Non omnis moriar? Pasado el tiempo, los dinamiteros también pasarán. Como el imperio romano que arrasó Palmira.


*   *   *

Otro asunto es lo que pasa más allá del velo de la muerte y del fin del tiempo.

Y es mucho más verdad que todo que, cuando se obra para traspasar el tiempo realmente, para ir más allá del tiempo de este valle, entonces sí las obras empiezan a volverse para siempre.

(Cuidado: ese siempre no es el otro siempre.)

Pero de eso no se ocupa casi nadie, claro.


Y, sin embargo...