martes, 8 de diciembre de 2015

El Libro de las Acuarelas /20




Jerzy


La tierra se despedazaba con facilidad. El invierno había sido benigno y los terrones eran ahora negros y vivaces.

Jerzy carpía desde el linde de la casa hasta los primeros árboles del sotomonte. La mañana fresca acompañaba el trabajo del muchacho y una leve bruma que venía del río le daba un aire épico a la escena. Su figura se recortaba en el aire, oscura, con la azada en alto como un guerrero antiguo.

Sobre la falda de la colina había nubes bajas que llegaban casi hasta el manantial que cerraba el valle; unos abedules se incrustaban en ellas como lanzas blancas y verdes, de un verde fresco y claro.

En una esquina del recuadro que limitaba un arce añoso, el viejo había puesto su silla y contemplaba a su nieto. Cada tanto, gritaba alguna broma o hacía algún comentario que pretendía iniciar una conversación. Jerzy volvía la cabeza hacia él, las piernas abiertas y afirmadas sobre el terreno. Sonreía y seguía en su labor, a veces meneando la cabeza.

El abuelo le había enseñado todo lo que sabía sobre la granja. Pero a la vez que campesino era profesor de filosofía en la universidad y en el ateneo del pueblo.

Ya era hombre mayor y ahora ni trabajaba la tierra ni daba clases. Leía bastante, nada más, y de tanto en tanto conversaba con Jerzy que había quedado a cargo del mantenimiento de tierra y animales. Huérfano de ambos padres, había vivido desde los dos años en la granja y su abuelo no sólo lo había criado, sino que fue su maestro y su capataz.

- ¡Jerzy!, gritó el viejo.

- ¡Dziadzia! ¿Qué...? ¿No ves...? Viene una tormenta y me queda por hacer..., contestó Jerzy deformando el nombre, como hacía siempre que nombraba a su abuelo. Dziadzek es abuelo, pero Jerzy nunca lo decía.

- Por eso mismo, ya... No tiene caso ahora, hay que esperar que pase..., dijo el viejo que ya recogía la silla y buscaba el amparo de un galpón.

Fue repentino. Las nubes que herían los abedules en la falda de la colina fueron reemplazadas por unos nubarrones que parecían una tropilla grisácea y desbocada. El aire se enfrió de pronto.

Jerzy apenas tuvo tiempo de cubrir la distancia hasta el galpón. En la puerta, el abuelo lo veía llegar con una sonrisa satisfecha.

- Jurek, le dijo el viejo al muchacho agitado por la corrida, tu nombre...

- ¿Qué pasó con mi nombre, Dzia?

- Eso, tu nombre..., es nombre de hombre de la tierra, de granjero, ¿sabías?

- ...

Jerzy se había acostumbrado a callar cuando su abuelo comenzaba alguna historia o comentario de esa manera críptica o al menos oblicua.

- Es como Giorgio, como George, Georges, como Jorge o Yuri... Para los griegos, había un Zeus Georgos que cuidaba de los campesinos, de los labradores, de los granjeros como nosotros, de sus cosechas... Así que tu nombre es tu destino, Jurek, como decían los romanos... ¡¿No te parece fantástico?!

Estaban debajo del alero del galpón y ahora veían llover con esa furia trivial que tienen las tormentas súbitas. Duran poco, gritan mucho. No dañan. Pero igual esta tormenta imprevista había interrumpido el trabajo de Jerzy y las cavilaciones del abuelo bajo el arce. El viejo siguió, entusiasmado pero como absorto con los goterones y las ráfagas, a los que miraba sin ver.

- Es cosa muy antigua, Jurek, muy antigua... La palabra quiere decir el que labra la tierra. Gea y ergon, esas son las palabras, Jurek: la tierra y el trabajo..., ¿lo ves?

Jerzy se había apoyado en el mango de la azada y oía a su abuelo, mientras miraba las nubes que revoloteaban queriendo huir hacia el fondo del valle. La tormenta pasaría pronto.

- Cuando encuentres una buena muchacha, Jurek, porque un día te animarás a hablarle a Tesia, creo yo...Quiero decir, cuando te cases, la joven vendrá a vivir aquí y será la reina de esta tierra pequeña que tenemos aquí, tu reina, Jurek. Y a ella le mostrarás que éste es tu reino, el de Jerzy, el que obra y trabaja sobre Gea, el que se ha desposado con Gea y trabaja con ella, en ella, para ella... Es tu nombre, Jurek, ¿lo ves? Eso es un labrador, Jurek: un rey...

Jerzy vio que al fin la lluvia había parado tan súbitamente como había comenzado. Cargó al hombro la azada y salió al campo nuevamente.

- Aquí va tu rey a su trono, Dziadzensky, a ver si llega en cualquier momento la reina Tesia y encuentra el castillo hecho un desastre..., dijo el muchacho volviendo la cabeza y sonriendo a su abuelo que lo miraba asintiendo y riendo a carcajadas.