miércoles, 25 de noviembre de 2015

Hidra y sus parientes





Una de las virtudes de la mitología -si no es la mayor- es que su simbolismo (habitualmente oscuro y enrevesado a primera o segunda vista), es esclarecedor. Ilumina desde sus oscuridades, ayuda a ver con sus nieblas y figuras.

Hoy, para quienes se topan (o andan) con asuntos mitológicos, desde los dibujos japoneses hasta los neopaganos, la mitología no deja de ser un artificio, en el sentido ramplón de la palabra. Como ropajes, diríamos, en el mejor de los casos, disfraces. En el peor, manifestaciones terribles o resplandecientes de oscuridades y deformaciones.

Entre los antiguos, mayormente, las cosas creo aparecían al revés: algunas oscuridades estaban en la superficie y las claridades en lo hondo.

La mitología no es solamente el dato histórico o cultural que permite ver diacrónicamente la concepción del mundo de los antiguos. Antes, a la inversa, es la verificación de la potencia significativa de las cosas, por una parte, y de la capacidad perspicaz del hombre, por otra. Capacidad que alcanza precisamente a ver hasta un punto. Después, formula el misterio, nada más.

De todos modos, ¿acierta siempre el hombre al ver lo que ve y lo que las cosas le dicen?

No, claro. Ni entonces ni después. Ni ahora.


Hidra y sus parientes es un ejemplo, adecuado como cualquiera de los otros, para mostrar lo mucho que se aprende entendiendo bien esas "falsedades" mitológicas.

En otro orden, pero en el mismo territorio, guiarse por los conceptos tolkienianos acerca del mito y la aplicabilidad es casi necesario para entrar en esos vericuetos con provecho.

Tengo la tentación de aburrirlo con detalles de este mito complejo y terrible. Pero también tengo la tentación de que trabaje por su cuenta y creo que con gran beneficio para usted. Y resulta que ésta es más fuerte que la otra.


El caso suscintamente dicho es que las cuestiones en torno a la Hidra de Lerna se remontan a los primeros tiempos de los dioses y a las rencillas y resentimientos entre Zeus y los Titanes. Al menos lo que se refiere a sus parientes y en especial a los padres que la mayor parte de los mitos le atribuyen, Tifón y Equidna.

Ambos, Tifón y Equidna, son tan monstruosos y terribles como su progenie y tanto que en varias de las versiones de los mitos se les asignan hijos como perros monstruosos, dragones perversos, águilas despiadadas, cerdos, jabalíes. Y hasta vientos malignos.

La aparición de Hércules-Heracles en el asunto le dio a la Hidra (y a su presunto hermano, el León de Nemea, otro monstruo perverso muerto por el héroe) una fama adicional. También a otros de la misma laya que formaban fila en las pruebas famosas que se vio obligado a acometer el furibundo Heracles-Hércules, en virtud, precisamente de su furibundez.

Ahora bien.

El propio Heracles-Hércules tiene un legajo tremebundo -de principio a fin- que lo lleva a finar de un modo no menos trágico.

Sin embargo, creo ver que precisamente en el episodio de su enfrentamiento a muerte con la Hidra de Lerna, está el emblema de una lucha que representa ni más ni menos que el combate -no eterno- entre el bien y el mal.

Tal vez baste apuntar, para dar una pista, que la Hidra y sus parientes -como otros- forman el coro de divinidades y existencias que se llaman buenamente ctónicas, pero que se refieren no simplemente a las inocentes o neutras realidades terrenas, sino a las que moran en las profundidades de la tierra en razón de lo que son y representan, esto es, aquellas existencias que moran lejos de la luz, lejos del sol. Estoy simplificando. Pero no tanto que entre los antiguos este combate entre la luz y las tinieblas no tuviera una expresión transparente.

Podrán no haber sabido el nombre último de estas realidades. Pero no que no supieran de algún modo consistente que estas cosas existían.

Y sabían que el hombre estaba en medio de ese combate.

Un combate entre el bien y el mal que también tenía correlato en las estrellas. Basta, para saberlo, ver de dónde -y por qué- proceden los nombres de algunas constelaciones y armados estelares, como la de la propia Hidra, León, Cáncer y hasta, sí, lo que se dice en torno a la aparición de la misma Vía Láctea.

No hace faltar contar las cabezas de la Hidra de Lerna, porque los mitos antiguos son variados en las cifras. Algunas son mejores que otras, pero todas ellas están cargadas de simbolismo. También lo está el hecho de que, cortadas, esas cabezas se reproduzcan. Como, por supuesto, también lo está el hecho de que Heracles-Hércules deba ingeniárselas para cumplir el trabajo impuesto de matarla. Y de matarla por completo. Cómo llega a hacerlo, no está exento de significados, por cierto.

En fin.

Hay que mirar un poco ese asunto.

Al hacerlo, no hay que olvidar en primer lugar el valor universal de tales significados y símbolos.

Pero, tan importanete como eso, no hay que olvidar tampoco su intrínseca cualidad de aplicabilidad.

En muchos y variados órdenes: desde lo político hasta lo personal y todo lo que queda comprendido entre la vida de muchos siendo uno en cualquier circunstancia (patria grande o chica, iglesia, familia, club o lo que fuere), tanto como la vida propia de cada quien.

Porque, para el caso, Hidras de Lerna hay de todas clases y en toda cosa.

Hasta que deje de haber.


Pero miremos y veamos.

Después hablemos del asunto. Siquiera un poco.




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Tiene su interés la escultura que ilustra estas líneas. Es del danés Rudolph Tegner, la hizo alrededor de 1918. Sus ideas están reflejadas en el tratamiento que le dio al asunto y el resultado no se corresponde exactamente con el mito, sino en todo caso con sus concepciones. Sin embargo, su mano es potente y, más allá de todo, logra exponer con fuerza algo del efecto que ese combate tiene en el hombre.