martes, 15 de septiembre de 2015

Boca de ganso

 


Y, no, qué quiere que le diga: un elogio no es.

Y no lo es a dos puntas, tal como suena. Porque, tal como suena, hablar por boca de ganso parece que hiere a dos: al que dice algo y al que lo repite. Porque, tal como suena, uno repite lo que un ganso dice. Y habla uno por la boca del otro.

Feo, sí.

Nunca queda del todo bien ser un ganso. Siempre suena a insulto, y más cuando se dice en lugar de otras voces algo más recias: "¡no sea ganso...!".

Y si un ganso es un ganso, repetir lo que un ganso dice tampoco es cosa de la que andar gloriándose.

En fin.


Pero.

Cierta -justificada- injusticia hay en el asunto, si bien se mira. Cierta, digo. No tanta.

El muy docto en refranes, don Sebastián de Covarrubias, nos ilustra diciéndonos que con el vocablo ganso se aludía a "los pedagogos -o ayos- que crían algunos niños, porque cuando los sacan de casa para las escuelas, u otra parte, los llevan delante de sí, como hace el ganso a sus pollos cuando son chicos y los lleva a pacer al campo". Cuando explica "ayo" (el que tiene a su cargo la crianza de algún principe o al hijo de señor o persona noble) nos dice que "por esta asistencia que (los ayos) deben hacer con ellos (los niños) y no perderlos de vista, los llamaron gansos, por la semejanza que tiene con el ganso cuando saca sus patitos al agua o al pasto, que los lleva delante y con el pico los va recogiendo y guiando a donde quiere llevarlos".

Será pues, según se ve, que la palabra del ganso era palabra santa para el tutoreado y que la repetía sin matices, obligado o impresionado. O porque era medio ganso también él, niño o no.

Así entonces resultaría que, en el refrán, el ganso es el que sabe, digamos. Y el otro que lo sigue es el que habla con las palabras del ganso.

Sí, entiendo.

Como prefiera: pero, la verdad sea dicha: llevar el mote de ganso, qué sé yo...: es feo lo mismo.




En cualquier caso, coincide don José María Iribarren, que sostiene -benévolamente- que "hablar por boca de ganso" equivaldría en su origen a "hablar por boca de ayo", con la misma figura de unos niños que aprenden y recitan las ideas de sus pedagogos, como si fueran propias.

Más tajante y menos preciso es Julio Cejador y Frauca: "la expresión significa repetir lo que otros dicen, como los gansos, que en cantando uno, cantan todos, y tal es el vulgo, que repite sin reparar en lo que oye o dice".

A su turno, el argentino Héctor Zimmermann expone la cuestión, sin demasiados miramientos, aunque con algunas creatividades:  
Cuando un ganso grita, todos los demás se pliegan al barullo; pero no es esa manía la que originó el dicho. Hace tiempo se daba también el nombre de "ganso" a la persona que se desempeñaba como ayo o preceptor. El calificativo zoológico que se endilgaba al maestro nada tiene que ver con las gansadas que podía cometer, se debía a la pluma con la que escribía y enseñaba a escribir. Era, como se estilaba entonces, una pluma de ganso. El buen alumno era el que repetía dócilmente lo que su ganso afirmaba. Con el tiempo, el sentido de la frase cambió ligeramente. "Hablar por boca de ganso" equivale a repetir algo de cuya constancia se carece. Quien así habla suele hacerlo con pedantería, respaldándose en el conocimiento de algún otro. No verifica lo que ha oído, ni lo piensa, ni lo critica. Simplemente, habla. Por boca de ganso.


Por eso. ¿Qué le puedo decir?: no hay que ser ganso.

Tratar, al menos.


Ni el ganso que habla ni el ganso que repite lo que viene de la boca del ganso.

Ni lo uno ni lo otro.