martes, 18 de agosto de 2015

Dos veces


Sé de cierto que no leerá estas líneas: apenas si conversa.

Tiene esa suerte, es libre de un modo difícil de encontrar. Anda la vida rengueando un poco, maltrecho el cuerpo. Contrahecho el cuerpo, diré. Porque eso es. Y vive en algún lugar al que nunca llegamos del todo los mortales comunes.

Y así tiene una soledad envidiable. Será eso la sonrisa casi perpetua y tímida, los ojos perdidos un poco, a la vez, el gesto a veces hosco.

Hace años lo conozco. Vive a pocos pasos de la casa, en la esquina. Solo, con alguien que lo cuida, una mujer provinciana, de unos 70 años, que está desde siempre y sigue allí, desde que la madre murió hace unos 6 ó 7 años ya.

Nunca me dijo su verdadera edad. Se confunde, creo que no la sabe del todo. Pero si me preguntan, diría que anda por los 50.

Supe por él que fue mecánico. O que trabajó en un taller, en todo caso. Entiende de mecánica. Más de una vez se vino como abeja a la flor viéndome meterle mano a una vieja rural que tuve, trajinando para hacerla andar. Y cuando apareció un modelo más nuevo (no tanto, amigo, no tanto...), al menos más entero y pulcro, volvió como abeja a la flor, pero ahora a gozar con el ruidito del motor impecable.

Lo veo pasar sólo por dos motivos: o va a misa (una parroquia a la vuelta) o sale a acompañar a su ama y a cargar la compra. Y nada más. Después, en la puerta de su casa o en la esquina, manos a la espalda, encorvado. Libre, ido, pero atento.

Cuando va a misa, los domingos, pasa dos veces. La misa de las 9 de la mañana y la de las 5 y media de la tarde. Siempre, cada vez. Lo he visto comulgar. Y sé que comulga en las dos misas. Es el primero, siempre; e inmediatamente sale y se queda en el atrio hasta la bendición. Y se va.

*   *   *

Lo veo este domingo a la tarde; pasa frente a la casa, volviendo de la iglesia, seguramente, qué si no.

- Cholo, amigo, ¿qué cuenta?

- Bien, don, bien..., me dice farfullando. Está lindo el día..., ya no llueve, ya no llueve..., porque así son sus frases: disparadas solas, viniendo de algún soliloquio, girando en 90 grados.

- ¿Vio, Cholo? Y parecía que no iba a parar... ¿Qué anda haciendo? ¿Viene de misa?

- Sí, don..., de misa vengo...

- Fue a la mañana, ¿no? Lo vi pasar...

- ..., no dice nada y dice sin decir, y sonríe entre pícaro y tímido, como un chico descubierto en una travesura. Porque es un chico, ciertamente.

- Así que va dos veces... Claro, por los que no van, ¿no?, digo y me siento descomedido, imprudente. Algo estúpido.


Pero sonríe y me mira. Como si hubiera descubierto una puerta invisible en el fondo de un ropero. Sonríe y sigue mirándome. Y entonces vuelve a perdersele la mirada, aunque siga mirándome.

- Je, je..., por los que no van..., por los que no van... Es mi cumpleaños..., gira en 90 grados.


- Ah..., pero..., ¿usted no cumple en septiembre, como yo?, le digo porque recuerdo que ya me lo ha dicho varias veces. Y agradezco el giro abrupto.

- Sí, es mi cumpleaños..., en septiembre, me mira confundido. Lo saqué de su hilo y parecería que me lo reprochara.

Se queda mirándome, como un extraño, no me ve.

- El 26, cumplo..., en septiembre, retoma su soliloquio, absorto.

- ¿Un asadito tenemos, entonces?

- Vamos a ver..., un asadito..., vamos a ver..., con más confianza aunque todavía no pisa firme en el asunto. Pero ya empieza a caminar, las manos a la espalda, encorvado, cabeza gacha, ladeada.


Y sigue viaje.


Cholo. El Cholo.


Dos veces a misa.

Por los que no van.


Y quién sabe por cuántas otras cosas.