domingo, 14 de diciembre de 2014

Sorete


La historia es conflicto. La historia, en la Biblia, surge de la desobediencia, del pecado. Desobedecer a Dios es poner la responsabilidad de hacer la historia en los hombres. Aunque asimismo la historia los hace a ellos. Porque –vaya si lo sabemos– la historia también la hacen los otros. Y acaso, como hoy, ya no la haga nadie pues nadie puede controlarla. De aquí los aromas apocalípticos que recorren el planeta. Nunca, antes, estuvieron tan presentes. Nunca, antes, tantos locos –desde los halcones del complejo-militar industrial norteamericano hasta los fundamentalistas del Islam, o los imprevisibles de Rusia, Pakistán, India o la derecha israelí– estuvieron en posesión y poseídos por tan destructivos elementos diseñados para la hecatombe, la devastación, por la técnica de modernidad informática.


Es un texto de José Pablo Feinmann y más precisamente el final de su nota de contratapa en Página 12 de este domingo, que lleva el mentiroso título de Reflexiones sobre la historia.

Mentiroso, digo, porque en realidad el artículo está movido por un hecho personal: un tipo en la calle -así lo cuenta por allí perdido, para disimular- se le acercó y le preguntó si él era Feinmann; cuando el interpelado dijo que sí, el tipo le dijo: "Usted... es un sorete kirchnerista". Se dio media vuelta y se fue.

Feinmann, entiendo que herido profundamente en su vanidad sin fondo, elabora estas reflexiones (subterfugios, diría) y va del revisionismo histórico a Heidegger, de sus autocitas librescas hasta sus autocitas mediáticas, escribe libros de innecesarios y gruesos volúmenes, da reportajes, se justifica, da rodeos, busca en los arcones de sus lecturas para exhibir lo que le sirva para atenuar la redondez del apelativo sorete kirchnerista, donde kirchnerista es tan necesariamente evitable como sorete, a su gusto. Aunque lo de sorete sea ilevantable a los ojos de su furia narcisista.

Pero, ahora a mi gusto, lo cierto es que el innominado (y en la nota escarnecido y humillado viandante) apeló a una definición académica, ética, teológica, y escatológica. Y artística, en el mejor sentido de la palabra.

Y así lo definió: "usted... es un sorete kirchnerista"

Dice también Feinmann, con espuma en las comisuras:
Pero me resultaba arduo comprender qué concepto político encerraba la fórmula: sorete kirchnerista. ¿Por qué le resultaba tan sencillo definirme como kirchnerista? ¿Me había leído? No lo imaginaba leyendo alguno de esos libros gordos que, más de uno, tanto me reprocha. ¿Por qué algo tan complejo para mí era tan fácil para él? Había dicho: usted es. Nunca, he dedicado mi vida a la filosofía y la literatura (y pienso seguir haciéndolo largamente), me resultó sencillo el problema del ser. Y, en general, no me gusta ser algo sino estar abierto a mis infinitas posibilidades y ser lo que vaya eligiendo ser. Una roca es. Una montaña es. El universo (que, aunque esté en expansión, no lo sabe) es. Acaso esa buena persona me había hecho un favor. Por fin sabía qué era. Un sorete. Pero no cualquier sorete, sino uno kirchnerista.

*   *   *

Una sola nota le haría al esfuerzo artístico del anónimo definidor. Y de paso al definido.

Lo de kirchnerista puede ser circunstancialmente necesario. Pero es nada más que una marca de época. Un indicador de que alguien es de un tiempo determinado.

Un sorete de esta hora, de estos días, digamos.

Pero con lo de sorete alcanza, entiendo yo.

Porque sorete no está asociado a kirchnerista necesariamente. Es anterior, es contemporáneo y es posterior.

No es una categoría cerrada.

Y hay algo más. Está el verbo por excelencia: "usted...es...", y no indica nada esencial. No podría. Nada es por naturaleza completamente un sorete, en términos ónticos es así.

Hay algo de devenir, hay un in fieri, hay un llegar a ser.

De modo que el definidor anónimo dijo, en realidad: "usted... ha llegado a ser un sorete kirchnerista."

Y tampoco allí lo de kirchnerista es algo más que un accidente, por gordo y denso que sea el accidente.


*   *   *


Tal vez a estas horas, imagino con algo de mala leche, Feinmann estará leyendo su propia nota, y releyéndola satisfecho de haber puesto las cosas en sus sitio y haber aplastado al gusano que se le atrevió y de paso haber bajado línea para asuntos variados y de paso haber mostrado, en 360 grados, su enjundia y erudición y por qué no hasta su grandeza magnánima: cuando un reptil se arrastra, el águila está volando en alturas inalcanzables para los reptantes...


*   *   *


En fin.

Lo dicho: un sorete.