viernes, 19 de septiembre de 2014

Septiembre

Es inútil, ni lo intente: arruinar septiembre no se puede. Ni aunque quiera.

Y mire que hay quienes querrían. Y quienes lo intentan, sabiendo que tocan cosas que no tienen repuesto, queriendo o por torpeza.

Pero igual es inútil. No se puede arruinar septiembre.

En la madrugada, una niebla densa había bajado por todas partes y jugando de rama en rama, bromistas, en medio de la cerrazón, como ecos, ya cantaban los pájaros, nítidos. El aire era fresco como un alarde invernal, inútil también. Septiembre es más fuerte que eso, se ve.

Todo aromado el aire entre la niebla: jazmines, la Eugenia, los azahares del limón, las salvias florecidas, lavanda, menta, los mismos pastos. Como espectros coloridos y felices, las azaleas, las alegrías, los lirios de agua, las achiras, vagan en flor entre el gris blanco de la madrugada, como niños.

Estaba en pie a esas horas, aprovechando tiempos. Iba de camino a ocuparme de la paloma esa de la parábola, en lo que vengo pensando (no, cumpa, no: ni me olvidé, ni me hago el distraído, no...)

Pero, no había modo de cruzar hasta la cueva sin quedarse al sereno. En septiembre. Me refugié apenas bajo el tala, mate en mano, adivinando cosas detrás de la niebla, como en una catedral de niebla, lucida, florida, lista para una boda, con el coro probando y sacando sus voces antes de que el mundo se llene de invitados o de intrusos.

Y pensé en primaveras de otras partes. La misma primavera de Palestina, la de Jesús, la de cuando fue anunciado y concebido, la de cuando bajaba a Jerusalén para la Pascua, la de cuando en su propia Pascua epónima fue sacrificado, la de su Resurrección.  O la primavera aquella, famosa y misteriosa: la de la higuera que reverdece.

Ya lo sé: no sería septiembre, a veces ni siquiera abril que es el emblema boreal de la estación. Pero era tiempo de primavera lo mismo. Era septiembre, a casi todo efecto.

Sin duda que otoño y primavera, al menos en este sur del mundo, son las estaciones por antonomasia. Tal vez, allá lo sean. Y tal vez allí ocurra como ocurre en estas partes, mudando los nombres.

Marzo, por ejemplo, es el equivalente a septiembre. Pero no es lo mismo, no. Ni modo.

Septiembre, todavía invierno, es ya primavera y mucho más que eso, que es lo que en la primavera queda dicho y representado. Es invierno casi todo el mes, sí. Y más cuando el equinoccio se atrasa, como en este año. Pero es septiembre y es indestructible.

Marzo, en cambio, no llega a ser otoño. Es un verano que languidece, una torridez sin destino. Más ha sido así todavía, en los ultimos años, en los que algunas estaciones se han diluído, empastado. También marzo es verano casi todo el mes, también a veces se atrasa el solsticio en él. Pero no es otoño.


El día empezó.

Septiembre estaba en funciones, vigoroso, ágil.

Un aire vivaz, fresco, ahora todo iluminado, la noche lejos, quién sabe dónde, la niebla ida.

Y el mundo, aquí, otra vez septiembre.