miércoles, 24 de septiembre de 2014

Romance de la malquerida


Corrió la voz una vez
y, así como van las voces,
ya murmuran en la aldea
viejos, mozas, labradores:
Esa muchacha morena,
con ojos negros que esconden
quién sabe qué, nadie sabe...
qué moza con pretensiones,
la que pasa y no saluda
y a todos les dice nones,
anda bebiendo los vientos
por un mozo y, en las noches,
canta unos cantos de luna

que sólo dicen adioses.

Por toda compaña tiene
la sombra niña del roble
(en el huerto de la moza
crece como ella y es joven...),
que tinta en sangre y estrellas
y con lágrimas salobres,
llora, toda pena y duelo,
y hasta sus ramas encoge
ocultando su corteza,
porque no vean que llore.

Por las mañanas del día
con el sol que luce bronces,
o por la tarde entre cabras
que tiran todas al monte,
va la moza suspirando,
y dicen que es por el hombre
que nadie sabe quién es
pero la mata de amores.

¡Cuántas flores amarillas
y verbenas a montones
teje mirando el arroyo,
mientras suspira canciones
que dicen que no la quiere
el dolor de sus pasiones!

Por las calles de la villa,
trenzados en los balcones
de hierro negro y roído
con rejas como prisiones,
de tanto en tanto aparecen,
como si fueran reproches,
unos lacitos de mimbre
con bellotas de su roble
que la moza va colgando
cuando duermen soñadores
los ojos de todas partes
envueltos en camisones.

Y ella camina en lo oscuro
y recita maldiciones
como súplicas de besos
que se dan en los rincones
oscuros de cada calle
las amadas y amadores.

En los huertos y en la sierra
ya maduran los limones,
y después llega el otoño
poniendo todo de cobre;
y vuelve la primavera,
baja el agua, crecen trojes;
y llega al fin un verano
herido de trigo y soles.

Pero la moza camina
las nieves y los ardores
siempre sola, el paso triste,
con ojos como carbones
apagados de tan negros
y fríos de estar sin hombre.