viernes, 15 de agosto de 2014

Reinos de mil años (V)

En un tiempo más, lo más probable es que el turno del kirchnerismo llegará a su fin. ¿En cuánto tiempo más? Los que cuentan los días dicen hoy que son algunos días menos que 500.

No importa, en realidad, porque no es el fin del kirchnerato lo que me importa. Ni siquiera me importa ahora lo que vendrá (y no que no importe...) una vez que este turno termine. Salvo por una cuestión.

El peronismo, como ya he dicho, vive de una oposición sin la cual no podría haber tenido, en cierta medida, la suerte que corrió en los últimos 70 años. Buena parte de su mística está en esa oposición. La generó el propio peronismo, ya lo dije, pero no es el único responsable de esa dialéctica de opuestos contradictorios. El antiperonismo es tan responsable como el peronismo.

Cierta vez oí decir -a modo de símil o de analogía para asuntos como el mal o el odio- que si se embalsa un río, el nivel del agua sube, y que así, con un dique, lo que podría haber corrido con un caudal determinado se vuelve una masa de agua mucho mayor y potencialmente más dañina en cuanto más poderosa se vuelve. El perdón, por ejemplo, en términos morales, tiene el efecto de dejar correr el mal, de soltarlo, y no en el sentido de dejarlo ser (cosa imposible), sino de evitar que se embalse y crezca su potencial efecto destructivo.

Ahora bien, el peronismo lleva de algún modo en sus genes esa cualidad: vive de algún modo de una oposición que embalsa, una voluntad de oposición que es un dique. Y eso se potencia con sus oponentes que tienen simétrica cualidad (a veces, de tanto en tanto y en ciertos y determinados casos que no son la mayoría, promovida por la propia cualidad dialéctica del peronismo...)

Esto no quiere decir que el peronismo se alimente de esa cualidad dialéctica. Quiere decir que lo hace, no que lo hace para vivir, sino que vive haciéndolo. Y lo hace por una razón general y otra específica.

La general es que, en cuanto ideología y concepción, tiende al absoluto, a ocupar todo el espacio y a explicar el sentido de todas las cosas según su concepción, que, como toda concepción ideológica resulta agonal, no sólo en asuntos políticos (en filosofía, en teología y hasta en poesía, pintura o mecánica...)

La específica, la que le es propia al peronismo en cuanto peronismo, es que sólo concibe verdadera su visión de lo contingente y sólo concibe como correcta su operación sobre ello. Pero hay algo más: no basta con bendecirse a sí mismo, sino que maldice lo que no es sí mismo. No lo que no es verdadero o bueno, o recto, o justo: maldice lo que no es sí mismo.




Pero, por otra parte, no solamente se engrosa por sus propias prácticas y concepciones. Mientras la oposición al peronismo -venga de donde viniere- lo considere el mal mismo, sin más, mucho más lo embalsa, lo fortalece, le da mayor envergadura, alimenta la dinámica de su natural dialéctica. La misma oposición considerada en términos opuestos simétricos al peronismo, como el absoluto opuesto sin tercero, es ella misma también el dique del río peronista: ella hace también que se convierta en lago.

Más allá de lo que se hubo querido decir con "ni vencedores ni vencidos", esa posición -no ante el peronismo solamente, sino como visión de la vida política en la Argentina- tenía la cualidad de disolver el dique y que las aguas peronistas pudieran correr otra suerte, sin embalsarse y amenazar con inundar el valle político de la Argentina y a todo lo que en él hubiera.

El caso es que, en cuanto peronista primero -y mucho antes de que se lo considere kirchnerista (si es que eso realmente existe de alguna manera)-, el kirchnerismo es dialéctico y vive, goza, se reproduce, se yergue, en esa  dialéctica de oposición absoluta y excluyente. En tanto peronista primero, insisto, y no en cuanto kirchnerismo, que eso viene después. Creo que hay una confusión primera en considerar al kirchnerismo con esa cualidad en tanto que de izquierda, revolucionario, neopopulista, bolivariano, o lo que se quiera. Todo ello, más la personalidad de sus líderes (eso importa mucho) le habrá aumentado su furia dialéctica. Pero ya la tenía.

El kirchnerismo es genéticamente dialéctico y reproduce la mecánica de oposición ideológica que trae de sus orígenes peronistas.

El kirchnerismo ha seguido caminos exóticos que no dejaron por eso de traslucir el adn peronista. No fueron menos exóticos los caminos del menemismo y, aunque con menos transparencia y mayores sinuosidades de presunta amabilidad y amigabilidad, también mostró su origen. La diferencia entre uno y otro es la cuota -y la modalidad- de dialéctica que aplicaron para fortalecerse, además de la dirección en la que pusieron sus pasos para gobernar y aunque esto último podría parecer definitorio, creo que no lo es: el propio Perón pudo hacer dos cosas opuestas, tanto mientras gobernó como mientras no gobernó.

Hay otra cuestión que tiene su importancia: la venalidad que puede atribuirse a uno y otro no es muy distinta. Y ambos consideraron que la riqueza les daba poder (y que era necesario más poder para obtener más riqueza que les diera más poder..., porque el mito peronista del poder constante, absoluto, total, es parte de su concepción y está en la raíz de su modalidad dialéctica.)

Ambas versiones han hecho cosas nefastas para el país. Y eso tiene un peso inmenso en la vida argentina . Pero, en realidad, considero que es antes que nada el modo de hacer lo que ha hecho más daño. Las medidas pueden revertirse. Es más, sin que se le caiga una sola escama, un mismo peronista puede hacer dos cosas opuestas sucesivamente y defender la variedad no ya por una razón de oportunidad o por una consideración prudencial, lo que hasta sería razonable, sino porque su voluntad de poder hacerlo lo justifica.

Podría resultar que alguno pensara, por lo dicho hasta aquí, que el peronismo, y su subproductos de cualquier tendencia, son un mal inarrugable, el mayor mal para la Argentina; y más: el único mal. De ningún modo. De ninguna manera. Para nada es así. Las gentes políticas en la Argentina son argentinas. Las gentes  peronistas y las gentes antiperonistas. Y hasta las ni pro ni anti. Los males y desaciertos políticos del país, son del país. Y aunque no todos los males que sufrimos son nuestros, sin nosotros no son posibles.

No. El peronismo no es el mal mayor ni el único mal.

Sin embargo, desde su aparición hace 70 años, signa la política en la Argentina de tal manera que es imposible hablar de política sin hablar de él como de un factor definitorio.


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Como en 1955, en 2015 un nuevo turno peronista de unos 10 años llegará a su fin. Y llegará a su fin envuelto en la misma dialéctica con la que se fue del poder formal 60 años atrás: Patria (es decir nosotros, es decir ellos) o Antipatria (es decir cualquiera que no seamos nosotros, es decir que no sean ellos.)

Hay, sin embargo, algunas diferencias importantes entre un tiempo y otro.

Ya mencioné una que me parece axial: la masa peronista ha desaparecido y en su lugar, además de un pueblo desarticulado y bastardeado por los tiempos y el aire de estos tiempos, el papel de la masa peronista lo ha ocupado una masa distinta, sin color, sin forma, sin más apetito que el consumo en primer lugar (de cualquier cosa), sin futuro, sin destino, sin mayor dignidad, sin mayor aspiración que la mera supervivencia a como dé lugar, sin referencia moral estable (y sin referencia moral, mayormente, de ningún tipo), sin una idea de sociedad y de convivencia social más que la de la supervivencia a como dé lugar, llena de resentimientos, con acumuladas frustraciones que le han cargado sobre sus espaldas con la promesa de bienestar o de grandeza, una masa fútil, desesperada, que vive al día cada día. La otra diferencia importante a este respecto es que Néstor no es Perón y Cristina no es Eva.

Con todo, con más sobreactuación que realidad, con más voluntarismo que realismo, el kirchnerismo quiere decirle a los peronistas que al fin han recuperado al padre y a la madre, que ya no están huérfanos. Incluso que este padre y esta madre de hoy son con mucho una versión mejorada de la paternidad y la maternidad política sin la cual no sólo el peronismo sino la Argentina no sería viable.

Pero también ahora, como hace 60 años, la oposición política de cualquier signo está arrinconada en su propia inopia: es parte de la tierra arrasada, aunque con apetitos distintos, y de todas maneras fláccida y a la defensiva, y por sus propias taras congénitas sin encontrar el camino al poder (y a la riqueza que les dé poder..., y así siguiendo); y, como hace 60 años, sin saber exactamente qué hacer ni para qué. Pero si eso es producto de una tara política propia, también ocurre por la acción del kirchnerismo que, en cuanto peronista en primer lugar, postula la unicidad de su concepción, su necesidad absoluta, su acierto inmarcesible.

Sin embargo, hay que insistir, no es sólo que se vean necesarios sino que su modo de entender que son ineludibles o necesarios sólo admite por fuera de ellos a los esclavos o a los enemigos.

Pasó una vez y volverá a pasar. Y no parece haber ningún arquitecto político con la suficiente perspicacia o capacidad de gobierno como para evitar el embalse, como para impedir el dique que embalsará unas aguas que, no me canso de repetirlo, ya no son las mismas que se embalsaron en 1955.