domingo, 11 de mayo de 2014

Conchita, Europa y la verdad




"Bizarro" es la palabra más o menos tilinga que suele usarse en estos casos.

No me gusta.

Porque es superficial y más aplicada al asunto en cuestión.

Veamos.

Hay una cosa que se llama Eurovision y que es un festival de canciones europeo que viene haciéndose anualmente desde 1956. Lo organizan los miembros de la Union de Broadcastings Europeas. Este año, la versión 59° se hizo en Copenhague, Dinamarca. Y nada de esto tiene ni la más mínima importancia.

Austria anotó en esta ocasión una canción titulada Rise like a Phoenix y que canta en inglés un señor que nació en 1988 llamado Thomas Neuwirth y que cantó caracterizado como Conchita Wurst, un personaje femenino que inventó y con el cual actúa cantando. Conchita, según su presentación oficial, nació en Colombia, aunque Tom nació en Austria. ¿Y esto por qué?

Por esto:
Because of the discrimination against Tom in his teenage-years, he created Conchita. The Bearded Lady, as a statement. A statement for tolerance and acceptance- as it's not about appearances; it's about the human being. 'Everybody should live their lifes however they want, as long as nobody else gets hurt or is restricted in their own way of life.'

Ah..., sí, no lo dije. Efectivamente: Conchita Wurst luce barba completa y por eso se la llama La mujer barbuda. Y así cantó en Dinamarca, con un atuendo de noche femenino, peluca y barba real (y eximo al lector del espectáculo que no es gran cosa, no vaya a creer...) A esta forma de transformismo se la llama sofisticadamente drag y al resultado drag-queen. Todo lo cual tampoco tiene la menor importancia.

Muy bien.

Con esto solamente ya tendría para hartas reflexiones que no haré.

Me interesa solamente un punto: el emblema. Y eso porque mi cabeza funciona así: en una cosa ve otras.

Desde Roma a Buenos Aires, desde Munich a Laferrere, desde Puerto Madero a Moscú, desde Venecia a la Villa 31 y así siguiendo, corren millones de rupias en gastos para comunicar, para hacer decir, para parecer que se dice, para mostrar, para visibilizar/invisibilizar (aghhh...) toda suerte de asuntos. Y en particular los asuntos centrales que no son la plata, mi cuate, no-son-la-plata-ni-las-cuestiones-de-plata (nunca se va a enterar, ¿no?)

Agudos perspicaces, hábiles maniobreros, plásticos truchimanes de las palabras y los gestos, tuits, telefonemas, sitios, páginas, comentarios, primeras planas, entrevistas, discursetes, talkshows, falsas infidencias, pomposas confidencias, primicias, operaciones de prensa, sesudos análisis, chicanas...

Esfuerzos ingentes para establecer/denunciar paradigmas, nuevas corrientes, mundos anómalos, antesalas del Ánomos, autopistas del Álogos. Elucubraciones, ingeniosidades, soponcios y soponcetes, escándalos y lamentaciones jeremíacas a derechas, ululares e indignaciones y bufidos a izquierdas, bramidos progres, ronquidos conservas. Sí. Todo eso y más y más.

Sí.

Claro.

Hasta que aparece una Conchita Salchicha de curvas sugerentes e incitantes, atuendos provocativos, voceando a lo sirena de Ulises. Y con una peluda y renegrida barba. Porque Conchita es Tom.

Y se enseñorea de Europa y el orbe y clama como una jaculatoria que Rise like a Phoenix.

Y listo.

Y allí está, a mi sabor, toda la ley los profetas.

*   *   *

Conchita Salchicha.

Una obra maestra del Ministerio de la Verdad (aquel hallazgo de Orwell en 1984...y hágame caso: vuelva a leerla...)

Una maravilla plástica y redonda de la Newspeak (la neolengua de aquella novela, otro hallazgo iluminado...) Un alarde de concisión que en 3 minutos simplifica la astucia de los malos y la perspicacia de los buenos. Un gesto apenas que hace que la Conchita barbada de Tom cante en 3 minutos que se levanta de las cenizas como un Fénix. ¿Hace falta mucho más?

El aplauso orwelliano de la estúpida Europa (el emblema de la civilización cristiana) ante el emblema de la nueva humanidad, sella con la aceptación babeante de regocijo la potencia discursiva del fenómeno.

Ríos de bytes, caudales de tinta, quintales de sonidos que parecen argumentos, simplificados en un giro en el aire, a mano alzada, en una circunferencia trazada sin lápiz sobre el inexistente papel de los ojos arrobados.

El Ministerio de la Verdad lo ha hecho una vez más. Mientras algunas direcciones generales más torpes sumen a los teólogos y a los politólogos en perplejidades, angustias, temores y expectativas dulces o amargas, mientras los tienen peleando en el barro las doctrinas y las quisicosas de codicilos e ideologías, allí, en un oscuro escritorito mal abastecido, a un descolorido cagatintas de una oficinita gris del Ministerio, se le ocurre la idea de dedicarle apenas 3 minutos -apenas lo que dura una canción- a la contundencia de un emblema.

La Kulturkampf es un paquidermo jurásico, qué quiere que le diga. El arte siempre se adelanta, créame. Aunque los que hablen (canten, bailen o lo que fuere...) sean menos inocentes que la burra de Balaam y sobre todo si -hoy por hoy- son menos inocentes que la burra de Balaam. Porque por su boca habla algo más. Alguien más.

Mientras los razonamientos suben -o bajan- por escaleras torturantes, el arte vuela.

La Conchita de Tomás canta ni bien ni mal.

Pero eso es lo de menos.