jueves, 6 de marzo de 2014

Terrible




Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un aroma cada
vez más débil.

Rainer Maria Rilke, Segunda Elegía de Duino



¿Adónde va la luz?
¿A qué final que fue desde el principio el fin?

¿Acaso lo sabemos? No sabemos.
No hemos visto siquiera en nuestros ojos
el rastro de esa luz que siembra el día
y el fuego y su calor,
y que al ocaso hiere corazones
con nostalgia,
con las heridas tibias de la tristeza tibia
de no tener reposo todavía.

¿De dónde llega?

¿Adónde? ¿Adónde va la luz? ¿Dónde nos lleva?

Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes
, dice Rilke. Y es verdad.


Terribles son los ángeles. 

Y el mundo.
Y el universo, vasto como el alma,
pero menos que el alma, 
que es terrible
cuando alumbra sus juicios.
Y terrible es la noche y la mañana;
y espantable es el aire
en las montañas limpias y en el campo fragante.
Terrible el mar, porque el mar es terrible
como el llano de arena de un desierto
y una flor en su hora.
Y es el bosque terrible.
Y aterra el resplandor de un firmamento quieto y silencioso.
Terribles los arroyos,
y las piedras.  
Terribles las sonrisas, 
los amantes,
y el mismo amor,
que no nació en nosotros.

¿Adónde va la luz? 

¿Dónde llevan la luz esos terribles
ángeles?

¿Desde dónde nos arde e ilumina?

¿Desde cuándo nos mueve incandescente
en oleadas terribles de consuelo
o de angustia que busca el sosiego terrible,
y la paz de los ángeles
en nuestros pechos frágiles, humanos?

¿Hasta cuándo estaremos esperando
que la luz nos abrase y transfigure
y nos muestre la luz de toda cosa
y nuestra propia luz,
terrible también ella cuando seamos uno,
entero y uno?